La memoria colectiva asumió a la década de los años sesenta del siglo pasado, como la de la utopía socialista que prendió como fuego en llamaradas, en el sentimiento y la conciencia de la juventud latinoamericana.
Se vivió la utopía del cambio bajo el influjo de las imágenes de la entrada triunfal en La Habana de Fidel y de los guerrilleros “barbudos” subidos en tanques y enarbolando al viento los fusiles y metrallas que sellaron el triunfo militar en la Sierra.
A partir de entonces la década de los sesenta estuvo marcada como con fuego por el triunfo de la Revolución en Cuba y la proclama del carácter marxista-leninista del proceso en la multitudinaria concentración de la Segunda Declaración de la Habana.
La invasión de mercenarios en Playa Girón, entrenados en Centro América por la ultraderecha de Estados Unidos y el desenlace triunfal de las armas revolucionarias, fue en esa época la más alta cima que conquistó un pueblo frente al poderío de la primera potencia militar del planeta.
Tres días de combate convencional en una batalla sin precedentes, 700 prisioneros y la moral revolucionaria de los jóvenes latinoamericanos, la mayoría intelectuales universitarios de clase media urbana y profesional, se lanzó “a la guerra antiimperialista” sin medir capacidades ni consecuencias.
La respuesta del imperio por su crueldad y contundencia transformó la década de los sesenta en un escenario sangriento, una especie de holocausto de la juventud alzada en armas en pos del ideal revolucionario del cambio social.
Se produjo el “genocidio generacional”, la Escuela de las Américas “fabricó” torturadores y aprendices de dictadores para sembrar de luto y de dolor a todo el Continente.
Bolivia en el centro de América del Sur se adelantó a su tiempo con su Revolución Nacional y democrática en términos clásicos, tal vez inspirada en la Gesta Histórica de México con líderes como Madero, Emiliano Zapata y el propio Pancho Villa, que invadió con sus huestes el territorio norteamericano.
El hecho es que ahora Bolivia está pagando la “factura”, el precio a posteriori por haberse adelantado a su tiempo; aquí se nacionalizó de veras a la Gulf Oil Company mediante la toma militar de sus instalaciones a la cabeza del joven oficial del Ejército, Barbery Flores.
Aquí “desembarcó” el Comandante Ernesto “Ché” Guevara en Ñancaguazú proclamando la Guerra Continental Antiimperialista para constatar luego de siete meses y anotar en su Diario de Combate la experiencia de no haber tenido ni una sola incorporación de campesinos en su Columna.
Dicen los entendidos en la materia que la derecha del imperio no perdonó jamás al Presidente Mártir John F. Kennedy el no haber autorizado el apoyo con aviones de combate a los mercenarios de Girón.
Por eso lo mataron.
Años después se ha producido en Bolivia otro “desembarco” esta vez de tipo ideológico y bajo la inspiración de la doctrina del gran filósofo chino Sun Tzu, que afirma que el arte de la Guerra consiste en “engañar al enemigo”.
Asi lo hicieron aquella mañana del 22 de enero del 2006.
Dijeron que eran demócratas y pal caso resultaron “jacobinos, bolcheviques y comunitarios campesinos”.