El horror… el horror…
No es alharaca confesarles que el palmito a la parmesana me cayó mal, ingerido que fue mientras un técnico del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indicaba que en 2008 murieron en Bolivia 14.000 niños antes de cumplir su primer añito. Me acordé del Cnel. Kurtz, el desertor boina verde del film “Apocalipsis ahora”, a quien atormentaba el recuerdo de la pila de bracitos infantiles, cercenados en la Guerra de Vietnam por haber sido inoculados contra la polio por el enemigo. Su balbuceo “el horror… el horror…” fue mío, imaginando si cabrían 14.000 bebés bolivianos muertos, lado a lado, en el gramado del estadio donde miles corean goles de su equipo de fútbol.
Fue en un almuerzo auspiciado por la Ministra de Planificación del Desarrollo y la Representante Residente del PNUD, para la presentación del Boletín de indicadores sociales en Bolivia. La primera brilló por su ausencia; la segunda fulguró con su tranquilo profesionalismo respondiendo inquietudes sin dejar de mirar el vaso casi lleno, mientras sus invitados lo veíamos casi vacío. Acompañados de personeros de la Unidad de Análisis de Políticas Sociales y Económicas (UDAPE), pidieron sensibilizar al público sobre la importancia de la inversión social.
Los datos dieron una buena y otra mala. La buena noticia es que desde 2001, Bolivia ha mejorado sus indicadores. La mala es que en la mayoría de ellos apenas llegamos a la mitad de las cifras de logros en países latinoamericanos, a su vez a la zaga de otras regiones en el mundo.
El horror se repite nueve veces en los departamentos del país, entre los cuales la desigualdad campea. Porque no es lo mismo que el país tenga una tasa de mortalidad infantil de 50 bebés por cada mil nacidos, y que Potosí la duplique (101 muertitos), mientras que en Santa Cruz fallezcan sólo 31 de cada mil venidos al mundo. No es lo mismo que siendo 40.4% el porcentaje nacional de pobreza extrema en 2001, Tarija tenía 32.8% mientras en la vecina Chuquisaca 61.5% de hambrientos subsistían con dos pesos al día. Conste que en 2001, dos bolivianos compraban diez panes para llenar el buche; hoy, sólo cuatro.
La representante residente del PNUD observó que desde 2005 hay una tendencia a la mejora en los indicadores, quizá atribuible a los bonos que hace más de una década se vienen repartiendo en el país. Llámense lo que sea, tales planes exitosos copiados de otros países, ninguno de la ALBA, han mejorado algunos índices. La pobreza extrema ha mermado: en 2005 casi 4 de cada 10 bolivianos no podían comprar una canasta básica de alimentos; en 2009, solo uno. Se ha revertido la tendencia a la baja de 2006 y 2007 en la cobertura de la educación primaria: en 2008 llegó a 90%. La matriculación y término de la secundaria muestran crecimiento. Los índices de mortalidad infantil han mejorado: en 1989 morían 82 bebés de cada mil, en 2008 la cifra bajó a 50. Ha mejorado la alimentación: en 1989, 38 niños menores de tres años de cada 100 eran desnutridos crónicos; en 2008, solo 20. Siguen muriendo 229 madres por parto de cada 100.000 nacidos vivos, comparados con 130 mamás latinoamericanas; sin embargo hay tendencia positiva en la atención calificada de las embarazadas. En 1992, solo 25% de los hogares tenían agua potable; en el año 2008, la mitad.
Si se habla de gente de carne y hueso y de sensibilizar se trata, es preciso lacerar la conciencia de Gobierno y de ciudadanos por igual para no caer en la trampa de la autocomplacencia. El año 2009, casi 3 millones de bolivianos eran pobres extremos, que no tenían ingresos para comprar una canasta alimentaria; ese año, los muertos de hambre sumaban el doble de los otros países latinoamericanos. Más de 5 millones de ciudadanos se hallaban en condición de pobres moderados, es decir, que no logran ingresos para una canasta que combine alimentos y otros gastos básicos. Bolivia sigue ocupando el penúltimo puesto en mortalidad infantil, después de Haití; exhibían las mayores tasas de mortalidad Potosí, Cochabamba y La Paz (60 bebés por mil), mientras que Santa Cruz y Tarija eran las más piadosas: 38 muertillos por cada mil. Los que no mueren en el primer año, sortean el obstáculo de la desnutrición; en 2008, habían casi 160.000 niños menores de 3 años con desnutrición crónica: ¡cómo no engrosar la emigración del campo a la ciudad, si el 30% son famélicos rurales, y solo 12% urbanos! Los políticos de turno alardean de avances en la cobertura plena de la educación primaria, pero más de 190.000 niños entre 6 y 13 años no van al aula primaria; casi 400.000 jóvenes entre 14 y 17 años no asisten a la secundaria. Cerca de 92.000 madres no atendieron su parto en el sistema de salud. En 2008, pomposos discursos externos de que el agua es un derecho son desmentidos porque en lo interno, más de 2.5 millones de bolivianos no tenían acceso a agua potable.
Sin referirme al Tipnis, el horror es un Gobierno que presume de mayorías “indígena originario campesina” en la población, y éstas apenas llegan a la mitad de los indicadores sociales bolivianos, a su vez en la mitad de los índices latinoamericanos, a su vez en la cola de niveles de otras regiones del orbe. Nuestro enemigo es la pobreza, en una guerra en la que sigue sin respuesta si ciertos avances de los últimos años, serán sostenidos e indicativos de victorias plenas en el futuro. No solo hitos estadísticos con los que políticos de ayer, hoy y mañana, cebarán su propaganda en regodeo demagógico sobre logros de sus gestiones.
(28062012)