De nodo integrador a Estado tapón
En esa hora temprana en que el cerebro está limpio de rutina que lo lleva a la estulticia, pensé en Bolivia como nodo integrador y Estado tapón. El primer concepto, nodo integrador del continente, ocurrió en tiempos en que capitalizar (i.e., incentivar) provocó la inversión (i.e., lucrar) de transnacionales en Bolivia. Su tecnología permitió encontrar bolsones de gas natural con perforación profunda en áreas tradicionales apenas hurgadas. De repente, teníamos más de una docena de trillones de pies cúbicos de gas. El ducto SanSão (Santa Cruz-São Paulo), el proyecto más grande que había visto el país, energizaría al sector industrial más grande de la región. Bolivia era la ahijada predilecta de Brasil, que además requería llegar a puertos del Pacífico y alcanzar mercados asiáticos para su producción industrial y agropecuaria. Nuestro país alardeaba de su ubicación central que lo convertiría en nodo de integración de Sudamérica.
Entonces sobrevino la maldita propensión boliviana a pegarse un tiro en el pié. Con ayuda de un gringo metiche, se exacerbó el acomplejado jingoísmo boliviano y se eligió otro salvador de la patria. Se volvió a vivir de apariencias, imposturas y falsas promesas. Una mal llamada “nacionalización” espantó a las inversiones y las transnacionales migraron al Perú: sus reservas probadas de gas aumentaron y no hicieron asquitos para construir un gasoducto y un puerto que convirtiese gas a líquido y lo exportase a donde sea.
En Bolivia se optó por un estatismo trasnochado. Empresas de esto y de aquello, sin estudios de factibilidad, fuentes de materia prima, con localización a dedo y mercados inciertos. Se malgastaron los ingresos de años de vacas gordas del auge de precios de materias primas. Brasil optó por circunvenir al país (toca Bolpebra, punto tripartito), por el oeste y el noroeste brasileños hasta llegar al Perú y sus puertos. Adiós a la opción boliviana de corredores bioceánicos. Era el segundo rodeo; el primero fue bajar por el sur brasileño, al norte argentino y de ahí al nuevo megapuerto chileno de Mejillones.
¿Qué es un Estado tapón? En otros tiempos, uno que servía de colchón amortiguador de tensiones entre dos potencias rivales: Mongolia entre Rusia y China; Nepal y Bután entre India y China. En nuestra parte del mundo, los ejemplos son Uruguay y Paraguay. El uno resultante de la rivalidad entre Argentina y Brasil en el albor de esas naciones; el otro, el saldo que quedó del territorio del Gran Paraguay después de la Guerra de la Triple Alianza que lo enfrentó a Brasil, Argentina y Uruguay.
Sin embargo, Estado tapón no es un concepto de historia geopolítica del siglo 19: sigue vigente en la actualidad. Tal vez el ejemplo más pertinente es Bolivia, ubicada en el centro del continente. Los tiempos son de integración comercial, viaria y energética, de una región que por fin parecía mirar hacia adentro, siendo tradicionalmente dependiente de EE.UU y de Europa. La potencia unipolar se distrajo en conflictos en Afganistán e Irak, despertando al oso gris del radicalismo árabe aglutinado por una religión violenta.
Potencia en ciernes en 2010, Brasil ocupó el vacío de hegemonía en América del Sur. De moda estaban los mecanismos de integración y fundaron el Mercosur con el avenimiento de Argentina y Brasil. Este último país se debilitó con el operativo Lava Jato que desnudó la corrupción de su clase política y empresarial. Al mismo tiempo, los países hispano-hablantes de la cuenca oceánica occidental, más México, se unían en el llamado Acuerdo del Pacífico. Bolivia pretendía ser un país bisagra con membrecía en los dos bloques. Cosa peliaguda eso de pertenecer a un acuerdo de países con acceso y puertos marítimos.
Sin embargo, el Acuerdo del Pacífico (Chile, Perú, Colombia y México) también debe verse con ojos geopolíticos. Los dos primeros fueron los reales protagonistas de la Guerra del Pacífico; Colombia tiene acceso a tres mares; México es la “otra” potencia latinoamericana, que a pesar del muro fronterizo, con Canadá son parte del acuerdo norteamericano en el que manda EE.UU. Ninguno tiene relación con el Foro de São Paulo y su vástago el Alba.
Al tiempo que Chile puso el candado y Perú guarda la llave de su enclaustramiento, una Bolivia andino-centrista prefiere otear al Pacífico perdido en 1879. Mira con desdén su vocación amazónica, salvo para adosarla a un chistoso “año andino-amazónico”, al cual falta nomás la platense. Desdeñan el acceso al río Amazonas y al Atlántico, a través de esclusas paralelas a hidroeléctricas que Brasil construyó en el río Madera, y por la Hidrovía Paraguay-Paraná. Esa miopía y el desgobierno populista de Evo Morales llevarán al país a ser un Estado tapón entre Brasil y el Acuerdo del Pacífico.
Hace un siglo y medio, Juan Bautista Alberdi trazó el plano del edificio argentino: “gobernar es poblar”, que no era poblar con indígenas aymara ni dar tierras a futbolistas. Domingo Faustino Sarmiento añadió “y educar”, digo yo. Es más, agregaría que el buen gobierno es imprescindible. Llegó a ser potencia del mundo hasta que Perón y sus secuelas populistas jodieron el país. Todo parecido con Bolivia es pura coincidencia.