ArtículosEnrique Fernández GarcíaIniciosemana del 9 de NOVIEMBRE al 15 de NOVIEMBRE

Contra el olvido de la virtud

…efectivamente parece tener importancia decisiva para la existencia estable de una sociedad libre el que sus miembros practiquen, en cierta medida, un comportamiento desinteresado y moral.

Michael Baurmann

En Fundamentos de filosofía, una obra sin desperdicio, Bertrand Russell reflexiona sobre un asunto básico para la ética. Con su habitual amenidad, destina una parte del libro al examen de la virtud, un concepto que, aun cuando haya sido bastante apreciado en el pasado, no parece ocasionar hoy debates, polémicas. Pese a que ninguno de los grandes pensadores, desde Sócrates hasta Séneca, entre otros mortales, evitó pronunciarse al respecto, su tratamiento se juzga casi arcaico, un tema que no merecería mayores tratamientos. Con todo, nuestro autor lo analiza y formula preguntas que dejan notar su actualidad. No cabe otra conclusión al revisar su observación de que ese vocablo ha sido entendido como una “obediencia a la autoridad, ya sea a los dioses, a la del Gobierno o a la de la costumbre”. Frente a ese juicio, el silencio se vuelve imposible.

Sin duda, la controversia irrumpe al relacionar una vida virtuosa con lo externo. Pasa que, por diversas razones, ese marco que nos rige podría variar; empero, si la virtud contribuye a nuestra perfección, como lo sostuvieron los griegos en su momento, ésta debería prescindir del orden foráneo, siendo siempre única. Por lo tanto, sin importar las prescripciones divinas, gubernamentales o sociales, es posible hallar el camino hacia ese noble propósito. En resumen, se plantea que, si llegamos a tener tal condición, la de hombres virtuosos, seremos personas de bien, por lo cual conviene procurarla. Disfrutaremos así de las cosas buenas, útiles y placenteras, sin incurrir en un mal que se aconseja cuestionar: el vicio. El motivo de esto último sería la degeneración que produce ese hábito en nuestra humanidad. No se impone, pues, la censura por el daño colectivo, sino debido a una suerte de degeneración individual.

La virtud sirve aún para formular críticas de orden social. Sucede que, si, conforme a una explicación aristotélica, la presentamos como el justo medio, ese punto entre dos extremos, nos percatamos de una subversión contemporánea. Es que, actualmente, por regla general, en lugar de valorar aquel término equidistante, se privilegia a uno de los vicios, sea el exceso o la falta. En el placer, por dar un ejemplo, pocos prefieren la moderación; hay una inclinación mayoritaria a favor del desenfreno, incluso la insensibilidad. Lo mismo puede ser observado en el tema del honor. Respecto a este valor, podemos optar por la magnanimidad; sin embargo, existe un aprecio proclive a la vanidad, practicando también varias personas la pusilanimidad. En definitiva, sin caer en el conservadurismo, se debe lamentar un predomino de la moral del extremo.

Pero la posibilidad de cambiar esa viciosa realidad es todavía válida. Lógicamente, no pretendo que se incrementen los fingimientos, las poses de quienes anhelan mostrarse como ejemplares. Con acierto, se ha dicho que un hombre no es justo por sus actos, sino gracias a que posee esa cualidad. No basta, en consecuencia, que yo me muestre caritativo, prudente, valiente, mediante obras de toda índole; mientras no se produzca un cambio interno, ello resultará insatisfactorio. Se trata, insisto una vez más, de buscar un perfeccionamiento individual. Dejemos las imposturas para los sujetos que persiguen la victoria por medios tan demagógicos cuanto repudiables. El reto es vivir acorde con esa convicción, ese conjunto de creencias que contribuyen al mejoramiento del presente. Poco interesa que sea una cuestión despreciada por numerosos intelectuales de talante posmoderno.

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