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Las tres dictaduras son cuatro

Susana Seleme Antelo

Para el profesor emérito Fernando Mires, las tres dictaduras en América Latina: la cubana, la nicaragüense y la venezolana, pueden ser cuatro, si llega a sumarse la boliviana de Evo Morales. (polisfmires.blogspot.com)
Todas, “primero lentamente, después de modo más progresivo”, han logrado “la demolición de los pilares de la democracia moderna”, como la clásica separación de poderes, “concentrándolos todos en el ejecutivo y apoyados en la fuerza represiva (policía, paramilitares y militares)”. Morales introduce el “principio de reelección indefinida”. Como los tres Mosqueteros, que en realidad eran cuatro*, las tres dictaduras latinoamericanas conocidas pueden ser cuatro.

Gran parte de la sociedad boliviana cree que Morales es ya un dictador. Es la mayoría, mucho más del mísero 52% que nos concedió el régimen, cuando votamos NO a su pretendida cuarta reelección, y ganamos el referéndum del 21 de febrero de 2016, con más de 60%. “Bolivia dijo NO”, es un himno que enfurece al caudillo porque se oye a gritos, con fruición, convicción y conciencia ciudadana dentro y fuera del país por combativas plataformas ciudadanas y la Bolivia democrática. Ese grito nos identifica contra el mamarracho del cooptado Tribunal Constitucional, que enarboló el derecho humano de Morales, amparado espuriamente en un artículo del Pacto de San José de Costa Rica, por encima de la Constitución y del triunfante 21 F.

Hace rato que Morales anuló la división de poderes en Bolivia, porque desde 2006 “Fidel y Hugo dieron la línea”. Por eso afirma “métanle nomás”, y se lleva por delante la Constitución Política y la institucionalidad democrática, con ínfulas totalitarias, no comparables, cierto, a los totalitarismos habidos en el siglo XX. Sin embargo, los recuerda el Vice cuando dice que “hay que robarle el alma a los k’aras”, mestizos, para la apropiación de la conciencia social.
Atiborrado de petrodólares, el castrochavismo de Morales convirtió al Poder Judicial en sustituto de bayonetas militares, y carga a sus espaldas 88 muertes violentas, cárceles y exilio con desprecio absoluto al pensamiento diferente y a la crítica. Este 11 de septiembre, además de otros desalmados aniversarios en Chile y en Nueva York, recordamos 10 años de la masacre de Porvenir, orquestada por el régimen, que debilitó al bloque opositor, y mantiene preso sin sentencia, al entonces prefecto de Pando, Leopoldo Fernández.

Morales precedió a Trump en su ataque a la prensa, de la que dice es “su mayor enemigo” y la acusa de “Cartel de la mentira”. La respuesta la dio el respetado sacerdote jesuita, también periodista, Eduardo Pérez, quien afirmó que “el Cartel de la mentira son ustedes, señores del Palacio de Gobierno… que es una organización mafiosa para mentir y para delinquir”. Partido, gobierno y Estado fueron la trilogía perfecta, encarnada en Morales, de quien ya dicen, en el absurdo de la instrumentalización mediática, es “enviado de Jesucristo”.

¡Y claro que la economía nacional ha sido puesta “al servicio de la mantención y reproducción del poder de la clase estatal dominante”, bien dice Mires! Amén, de la corrupción, la ineficiencia y el despilfarro sin compasión por las necesidades vitales de los pobres, que siguen siendo muchos más de quienes supuestamente accedieron a la escurridiza clase media.

En la Bolivia de Morales, a las clásicas fuerzas represivas, hay que agregar los movimientos sociales de los campesinos cocaleros. No son solo violentas fuerzas de choque: son los que cultivan la materia prima de la cocaína, la hoja de coca, en la región de Chapare, una verdadera Republiqueta. Su hoja no es apta para el consumo, y 95% de su producción va a la producción de droga. Ahí nadie entra sin permiso del sindicato, o de la mafia. Son parte de la cadena coca-cocaína, sustento político de Morales, él mismo cocalero, jefe vitalicio desde hace 20 años de las poderosas 6 Federaciones Sindicales del Trópico de Cochabamba.

Ese vínculo delincuencial productivo directo, distingue la dominación dictatorial boliviana, de las tres dictaduras de América Latina, y de las “posmodernas” que cita el profesor Mires. Hoy asistimos a la pelea de las mafias brasilera y mexicana, que dominan el Chapare de Morales, contra las colombianas y peruanas, según expertos, que se abren paso en el trópico de la Paz, donde se cultiva la hoja para el masticado. Pero allí también hay excedentes para la producción de cocaína. El régimen les ha declarado la guerra para preservar el dominio del ‘santuario’ de Morales.

Los plazos fatales del Ejecutivo, con elección de primarias pisándole los talones a los partidos políticos, configura otro escenario de lucha que ojalá sorteemos con inteligencia, más que con negligencia. No se trata solo de derrotar a la dictadura, sino de garantizar la recuperación de la democracia republicana, tarea compleja por la herencia postevoista y su presencia en el campo político. Que las combativas plataformas defiendan su apartidismo, pero que comprendan que las batallas democráticas se hacen con partidos políticos en acción y no con abstenciones suicidas, como las venezolanas. Defensa masiva del 21 F en las calles y participación política electoral, no son excluyentes.
La lucha continúa.

* Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan

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