Que se vaya S.E.
Manfredo Kempff Suárez
Dejemos de darle más vueltas al asunto y cuando la primera sangre empieza a correr en Santa Cruz, coincidamos en que el único escollo insalvable en la política nacional es S. E. Eso lo sabemos todos, masistas incluidos, pero falta el ánimo para decirlo. Tiene que irse de una vez, después de 14 años penosos, como algo esencial para que todo empiece a cambiar y se salve la democracia. De lo contrario el descontento no va a ceder y la ciudadanía, totalmente desencantada como lo está hoy, ya no soportará ni su imagen que aparece día y noche, ni su voz invocando a los “hermanos y hermanas”, cuando su amor fraterno es tan dudoso.
Aparentemente, la segunda vuelta ya es imposible y aunque ha perdido el MAS en el voto real, el fraude del 20 de octubre le da mayoría en las dos cámaras, lo suficiente para hacer inviable la labor de cualquier presidente, entrabando toda gestión de gobierno. Y la auditoría de la OEA para aspirar al balotaje se ha tornado inaceptable, porque el escenario del crimen está demasiado manoseado, desde que ha cundido la duda de que S.E. se haya puesto de acuerdo con el amañado señor Almagro para tendernos una trampa que esta vez resultaría mortal.
Solamente si S.E. deja el poder el 22 de enero próximo, cuando culmina su tercer mandato, este último ya inconstitucional, se podría pensar en una solución a través de una nueva elección. Si S.E. se emperra en quedarse en la Casa Grande del Pueblo, entonces nada podrá solucionarse en Bolivia institucionalmente y no cesarán los paros ni los bloqueos hasta el día en que se vaya, como parece ser el deseo generalizado. Si S.E. pensara presidir unas nuevas elecciones, donde querrá ser candidato desde luego, no habría que aceptarlo de ninguna manera, porque sería prestarse a un juego que nos llevaría a una debacle nacional.
Serán los políticos obedeciendo el clamor de la ciudadanía, y en especial los movimientos cívicos, de tan gravitante peso en la actualidad, quienes acuerden las reglas del juego con el oficialismo, para sacar a Bolivia del peligroso marasmo en que se encuentra. Para que eso suceda deberá existir un mandatario de consenso (o una junta civil), que tenga un límite prudente en el mando tal vez no mayor a seis meses, y proponga nombres para conformar un Órgano Electoral idóneo e imparcial de personalidades notables que no permitan el descarado manipuleo de los votos. Así se daría curso a una elección libre y democrática.
Todo esto parece una quimera. A mí también me parece una ilusión, pero de algo debemos partir y no quedarnos en la confusión y la espera. Los cruceños nos jugamos rotundamente, junto al país entero, gracias al “voto útil”, aunque cumplido a medias, y hemos llegado a ganar en las elecciones del 20 de octubre último, que nos fueron ostensiblemente estafadas, mas donde no pudieron barrer con la oposición como decían. Por el contrario S.E. quedó maltrecho, desprestigiado, con un pie en la calle, aunque haya anunciado forzadamente una agridulce victoria.
Ahora que hemos visto la vulnerabilidad del sistema electrónico de conteo electoral, que había estado abierto a toda clase de trampas que solo conocía el régimen y sus socios venezolanos, muchos se inclinan por nuevas elecciones. Si fuera así, hay que tomar en cuenta que, como hace poco, se enlistarán, nuevamente, una decena de candidatos, frente a un único candidato masista, sea quien sea, menos el dúo ilegítimo que no tiene aval constitucional. En ese caso, habría que invocar otra vez a la unión de la oposición, pero en esta circunstancia ojalá que férrea y sin grietas para que se logre una victoria inobjetable.
Vamos entonces a enfrentar el nuevo reto que parece lejano y muy dificultoso, pero no se debe consentir de ninguna manera que el autócrata quiera ser árbitro y actor, porque su plazo, impuesto fuera de la Constitución, concluye indefectiblemente el 22 de enero del 2020.