Diciembre latinoamericano reideologizado
Luis Lacalle y Janine Áñez (y quien le siga) comparten un mismo objetivo: mantener y consolidar sus democracias.
José Rafael Vilar
Diciembre siempre es un mes de buenos augurios, pero también de incertidumbres más allá del carbón en calcetines navideños. Y este año no ha sido la excepción con convulsiones y cambios políticos incluidos. Cambios próximos en Uruguay y Argentina, y recientes en Bolivia. También se cumple un año de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en el poder (su partido, Morena, es una etiqueta utilitaria más del caudillismo de AMLO, como le fueron el PRI y el PRD).
Uruguay y Bolivia se libraron de gobiernos del llamado Socialismo del siglo 21. Uruguay de uno light, democrático aunque a veces con regañadientes y corrupción; y Bolivia, de uno heavy criollo, mezcla de caciquismo caudillista, sindicalismo cocalero y corrupción desembozada. Sus nuevos gobiernos están ubicados en las democracias liberales.
En Argentina regresan al poder los que salieron en 2015: la variante rioplatense del Socialismo del siglo 21 y su corruptela. Es verdad que buena parte de ese regreso no es mérito propio, porque el macrismo, que llegó con firmes augurios de cambio, se debatió entre el gradualismo, la pusilanimidad y los saltos arriesgados a destiempo. El mérito de los Fernández (Alberto y Cristina) viene más del arraigado prebendalismo clientelar del peronismo (no importa su etiqueta temporal), y de pensarse en el Primer Mundo (Menem, incluso CFK y Macri), cuando en realidad se bordea el Tercero… o el cuarto. En México, luego de un año las promesas se diluyen, la credibilidad hace aguas y, a pesar de los discursos, Trump se ha convertido en cierto modo en su titiritero.
En Uruguay, con la victoria de Luis Alberto Lacalle Pou, del tradicional Partido Nacional (Blanco, conservador), se acaban 15 años de gobierno del Frente Amplio, miembro del Foro de Sao Paulo. Cuando el 1 de marzo próximo asuma el mando de su país, este heredero de políticos (su padre, Luis Alberto Lacalle de Herrera, fue presidente; su madre, María Julia Pou Brito del Pino, parlamentaria; y su abuelo Luis Alberto de Herrera y Quevedo, un destacado líder político durante los años 20), pondrá fin a un ciclo si bien moderado, excepto por algunos exabruptos de personajes radicales como Lucía Topolansky Saavedra, fue aliado del bolivarianismo y del foro.
En Bolivia, Jeanine Áñez Chávez saltó a la palestra de la opinión pública tras la renuncia, el 10 de noviembre, de Evo Morales Ayma. Siendo segunda vicepresidenta del Senado al día siguiente asumió la presidencia constitucional del país, tras el vacío de poder dejado por las renuncias de quienes le antecedían en prelación para ello. La nueva mandataria, las fuerzas que la llevaron al poder y los sectores moderados del MAS (con la mediación de la Iglesia Católica, la Unión Europea y Naciones Unidas) lograron capear el temporal de violencia impulsado por los sectores violentos del MAS (con el apoyo de grupos vinculados al narcotráfico y sus aliados de las FARC, así como venezolanos y cubanos), con el propósito de hacer fracasar la transición. Hoy, tres semanas después, el país está pacificado y sin violencia (la única que persiste está en la mente dogmática y cerril de los Grabois), y va camino de elecciones transparentes y democráticas.
Lacalle Pou y Áñez Chávez (y quien le siga) comparten un mismo objetivo: mantener y consolidar sus democracias en un contexto regional complejo por la injerencia forista y reformas a medias. Los Fernández la tienen más difícil: no canibalizarse entre ambos y sobrevivir, con políticas macroeconómicas pasadas nuevamente anunciadas pero constreñidas por muy nuevas situaciones; sin petrodólares venezolanos; y con Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay (Mercosur) desafectos. A su vez, López Obrador tendrá que superarse en sus dotes demagógicas de surfista político.