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La Bolivia que no queremos ver

Carlos Hugo Molina

A veces resultan tan obvias las situaciones que parecería un acto de inteligencia al revés no reconocerlas. Un ejercicio colectivo nos puede ayudar en estos momentos de campañas electorales, de grandes discursos y propuestas magistrales, a buscar la fuente, la causa de lo que ocurre para lograr entre todos, un objeto pedagógico.

La sociedad boliviana es violenta. Por eso se dictan leyes contra la violencia en todas sus formas, pero lo que se intenta es modificar las consecuencias. Ningún candidato lo ha dicho en esos términos; por el contrario, Víctor Hugo Cárdenas ofrece como solución dotar de armas para la legítima defensa. Mientras no liberemos nuestra conciencia de las maneras tan depuradas con las que nos hacemos daño, las leyes no servirán de mucho.

La sociedad boliviana es informal. En Bolivia, la informalidad no es solo un modo de sobrevivencia económica y de relacionamiento con la institucionalidad, es un modo de vida. La inteligencia festiva califica esto como “hecha la ley, hecha la trampa”. Se premia el incumplimiento, se le busca soluciones perversas. Fue lo primero que dijo el presidente Morales, “yo hago, después los abogados lo arreglan”. Ha ocurrido con el Referéndum del 21 de febrero del 2016. Ocurre con la relación asquerosa entre el narcotráfico y un sector de la policía. Ocurre en los arreglos extrajudiciales, por la violencia y por la corrupción. Y esto es tan simple, como no respetar las cebras, el semáforo, la separación de la basura… y la lista es larguísima.

La sociedad boliviana es corporativa. Hemos llevado nuestro corporativismo a rango constitucional. El ciudadano, el valor de la persona, por lo tanto, su palabra, sus bienes, su honor, están sometidos al gremio, al grupo, federación y confederación, comparsa, cofradía, colectividad, movimiento social… Esto ha debilitado, obviamente, la política y su ejercicio y ha resquebrajado la institucionalidad democrática que se ve sometida a las decisiones de los gremios, que luego son trasladados a los órganos públicos para encontrarle la forma de su ejecución. Hasta el voto, bajo la modalidad comunitaria, desconoce la pluralidad y obliga a un consenso antidemocrático en el que desaparece la minoría o la divergencia.

La sociedad boliviana no logra superar la posverdad. Se ha impuesto la consigna, la fe y el credo religioso sobre la política. La descalificación del adversario, la destrucción del antagónico, la ausencia de debate sobre los grandes temas nacionales está dejando una sociedad castrada e irreflexiva, que se somete al poder y renuncia de su ciudadanía. El neoliberalismo, los vende patrias, la derecha reaccionaria, el color racista de la piel, define una posición e impide la reflexión imprescindible.

El desconocimiento de la población viviendo en ciudades. Este es un tema mucho más complicado que la tradicional división entre urbano y rural. Está acompañado de ausencia de políticas públicas frente a un fenómeno mundial de migración, de abandono del campo y de áreas productivas, de encarecimiento de los servicios en los territorios y el desconocimiento de las acciones de solidaridad, compromiso y acciones públicas de quienes están recibiendo la migración.

El olvido del Desarrollo Económico Local. Los grandes intereses económicos negocian directamente con el poder, obteniendo cada uno resultados a sus necesidades corporativas. La base social, el pequeño empresario, el profesional independiente, es exaccionado hasta el hartazgo. Ese es el “pueblo” que no tiene respuestas concretas.

Pequeña lista que no busca más que recordar el valor de una elección democrática.

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