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Agustín Agualongo (1780-1824)

Breve reseña sobre la vida de un personaje realista

Fuente: La Gaceta de Tierra Firme

Hoy 13 de julio de 2020, en el CXCVI aniversario de su fusilamiento, ofrecemos una breve biografía del caudillo pastuso Agustín Agualongo, valeroso defensor, por más de una década, de la causa de Dios, la Patria y el Rey frente a la rebelión secesionista. Esperamos que su vida sea un ejemplo para el lector y que crezca en él el celo por tan santos ideales.


Vida temprana

D. Agustín Agualongo

Agustín Agualongo Cisneros nació el 25 de agosto de 1780 en San Juan de Pasto; hijo de don Manuel Agualongo y de doña Gregoria Cisneros. Fue bautizado el 28, fiesta de San Agustín, en la Iglesia de San Juan Bautista por don Miguel Ribera. En el mismo templo fue confirmado el 26 de julio de 1800 (Díaz del Castillo, 1983).

Poco se conoce de sus primeros años. Pero por su ficha de inscripción en la Tercera Compañía de Milicias se sabe que era de profesión pintor al óleo y que había contraído matrimonio con doña Jesús Guerrero —el 22 de enero de 1801, también en San Juan Bautista—, con quien tuvo una hija, María Jacinta, bautizada el 13 de septiembre de 1802 en la misma iglesia (Díaz del Castillo, 1983). Además, por su firma, se puede deducir que había recibido una buena educación.

Pintura atribuida a Agualongo

Primeros años en la milicia (1811-1815)

Su inscripción en la Tercera Compañía tiene la fecha de marzo 7 de 1811, quedando bajo el mando del capitán Blas de la Villota. Para esa fecha ya se habían proclamado en la América española algunas independencias (1809 en Quito; 1810 en Buenos Aires, en Santafé y en Dolores…) y ya se había derramado sangre por la Religión y por el Rey —la primera vez, sostienen algunos autores, fue en Funes (provincia de Pasto), el 16 de octubre de 1809, donde los pastusos vencieron a los rebeldes quiteños—, sangre que seguirá regando los campos y las ciudades del continente por más de una década.

Es probable, dice Ortiz (1974), que se inscribiera recién en ese año porque no había obtenido antes la separación canónica de su esposa, de la que se desconoce fecha pero se tiene certeza por constar así en la filiación a la tropa. Para entonces los principales enemigos de los pastusos —realistas de pura cepa— eran los caleños, que acosaban por el norte, y los quiteños, por el sur.

Su firma

Ya alistado en las filas de Su Majestad, tuvo su bautismo de sangre el 21 de septiembre de 1811 cerca de Yacuanquer, en un encuentro contra los quiteños liderados por Pedro de Montúfar, quienes salieron victoriosos. Al otro día los vencedores invadieron y saquearon Pasto; el 24 llegaron a la ciudad los republicanos caleños dirigidos por Cayzedo y Cuero.

La liberación de Pasto ocurriría apenas el 21 de mayo de 1812, tras varios combates. Agualongo participó en el del río Bobo los días 10 y 11 de ese mes, donde fueron derrotados los adictos a la causa monárquica. Por su desempeño en esta acción fue ascendido a cabo segundo. El 13 de agosto de ese mismo año participó en la victoria obtenida en Catambuco contra el gringo Macaulay, y por su conducta fue ascendido a sargento segundo.

Para la segunda mitad de 1813 estaba en el Cauca como miembro de la Segunda Compañía de Milicias de Pasto, tras haber estado en la incursión al Valle del Cauca dirigida por Juan de Sámano con el objetivo de pacificar ese territorio.

Retrato hecho por Raúl Díaz del Castillo

En 1814 ya era parte de la Cuarta Compañía del Primer Batallón de Milicias de Pasto, y su jefe inmediato era el comandante Juan María de la Villota. Según el parte que el teniente coronel Noriega le dio a don Melchor Aymerich, Agualongo destacó en la defensa de Pasto del 10 de mayo (Batalla de los ejidos de Pasto), donde fueron derrotadas decisivamente las tropas revolucionarias dirigidas por Antonio Nariño, quien cayó preso de los pastusos. Esta facción había venido al sur de la Nueva Granada, desde el centro, en 1813 con la intención de despejar de monárquicos las provincias sureñas.

Para 1815 se encuentra en Popayán como sargento 1° supernumerario del Batallón Pasto, bajo las órdenes del coronel Aparicio Vidaurrázaga. Cerca de allí, en El Palo, sufrió la derrota del 5 de julio, gracias a la cual los republicanos tomaron la ciudad.

De subteniente a teniente coronel (1816-1822)

En 1816, con las noticias alentadoras venidas de varios lugares de las Españas americanas, hubo una reorganización de las milicias pastusas, en la que Agualongo quedó como subteniente.

Batalla de la Cuchilla de El Tambo, por José María Espinosa.

Vuelve a aparecer en escena en Santafé de Bogotá como miembro del Batallón del Tambo, llevado allá como guardia de confianza de Sámano tras el glorioso triunfo en la Cuchilla de El Tambo (29 de junio de 1816); pero, por orden del mismo Sámano, regresó a Popayán (recuperada después de la batalla).

En 1819, derrotado el general Sebastián de la Calzada en la Batalla de Boyacá (7 de agosto), lo siguió a su paso por Popayán —donde estaba como teniente en la Segunda Compañía de Milicias de Pasto, auxiliar en Popayán y agregado de orden del Excmo. Sr. Virrey— rumbo a Pasto, como lo hicieron las tropas realistas que estaban allí, dejando a la ciudad blanca indefensa (y así fue capturada por los revolucionarios). El 24 de enero de 1820 los realistas, capitaneados por el mismo general, recuperaron Popayán, pero fue ganada de nuevo por los independentistas en junio de ese año.

Agualongo fue enviado a Quito para atender la rebelión de Guayaquil, que había permanecido fiel a Dios y al Rey hasta entonces. Estuvo presente en el enfrentamiento de Huachi (22 de noviembre de 1820), donde venció el bando monárquico y donde destacó por su comportamiento, siendo ascendido a capitán. También en Verdeloma, en el que los realistas renovaron el triunfo (20 de diciembre). Entonces fue nombrado comandante por el coronel don Francisco González.

Cuenca, que había sido recuperada tras Verdeloma, fue ocupada por los rebeldes al capitular su cabildo, venciéndolos el 18 de septiembre de 1821, como jefe civil y militar que era de la ciudad desde hacía algunos meses. Por estos hechos ganó el ascenso a sargento mayor del Ejército regular.

En Quito, a la que había llegado el 22 de abril de 1822, fue ascendido a teniente coronel por Aymerich. El 24 de mayo cayó preso en la Batalla de Pichincha, en la que vencieron los republicanos comandados por Antonio José de Sucre. Ortiz (1974) dice que se escapó de la prisión con el también teniente coronel Benito Boves (sobrino del guerrero realista venezolano José Tomás Boves); Díaz del Castillo (1983) que se acogió a la capitulación ofrecida por los vencedores. El hecho es que para el segundo semestre del año ambos estaban ya en Pasto, ciudad que el 6 de junio había capitulado ante Bolívar, quien estuvo allí entre el 8 y el 10. Aquí es importante precisar que en realidad se habían rendido unos pocos personajes públicos que no eran los verdaderos jefes civiles y militares del pueblo, pues éste permanecía tan realista como siempre.

La rebelión de Boves

Su Majestad Católica Don Fernando VII

El 28 de octubre de 1822, con el estandarte real que le habían arrebatado al alférez que lo guardaba, los tenientes coroneles Benito Boves —el primero al mando— y Agustín Agualongo —el segundo— proclamaron en la Plaza Mayor de Pasto la guerra a los enemigos de Don Fernando VII y de la Religión Católica al grito de ¡viva el Rey!

Los alzados —en su mayoría del pueblo llano—, que iban camino a Tulcán, triunfaron en Taindala el 24 de noviembre contra las tropas de Sucre, quien, humillado, quiso tomar la posición, lográndolo por fin a mediados de diciembre, gracias a refuerzos que le llegaron. Debido a esto los derrotados tuvieron que retirarse a Pasto, hasta donde llegó Sucre a presentar combate el 24 de diciembre (sin importarle que fuera la víspera de la Navidad de Nuestro Señor). Reducidos los realistas, entraron las tropas independentistas cometiendo los crímenes más atroces, en lo que se conoce como la Navidad negra.

Agualongo y otros jefes (pero no Boves, que había huido por la vía del Putumayo y de quien no volvió a saberse nada) se refugiaron en el convento de las monjas concepcionistas, realistas a morir. Sólo gracias a la mediación del clero la clausura no fue violada, lo que fue aprovechado por los vencidos para fugarse.

Líder de las milicias realistas

Ya fuera de la ciudad, se reunieron los cabecillas en Aticance en febrero de 1823 bajo el amparo de «la mujer más realista de la comarca, doña Joaquina Enríquez, tía del coronel Joaquín Enríquez, que, anciana y achacosa, cada vez seguía a los guerrilleros y peleaba como cualesquiera de ellos» (Ortiz, 1974). Doña Joaquina es un ejemplo del gran papel que desempeñaron las mujeres pastusas en la causa monárquica ya organizando procesiones de la Virgen de las Mercedes y de Santiago Apóstol, pidiendo por la victoria; ya curando heridos —sin importar su bando, muestra de su caridad cristiana—; ya escondiendo realistas… ya luchando junto a ellos.

Agualongo, coronel que era ya, fue elegido jefe militar. Don Estanislao Merchancano, también coronel, fue designado para el gobierno civil. El golpe se dio el 12 de junio, cuando resonaron los cuernos de los indígenas en las montañas de Pasto anunciando la guerra. Armados en su mayoría con palos y con unos pocos fusiles recompuestos (pues se trataba no de un ejército regular, sino del pueblo llano de las provincias pastusas que había salido a cumplir sus deberes), se lanzaron al ataque 2500 leales en Catambuco, donde resultaron vencedores. Entraron triunfalmente en Pasto, donde se ofició un Te Deum y se leyó una proclama de los jefes, que llamaba a los pastusos a armarse de una «santa intrepidez» para defender la «santa causa», vencer a los enemigos y así vivir felices «bajo la benigna dominación del más piadoso y religioso rey don Fernando séptimo».

Yendo hacia el sur con más de 1500 milicianos (según cuenta el mismo Bolívar), capturaron la Villa de Ibarra, pero fueron asaltados allí por los republicanos (quienes tenían superioridad numérica y militar), defendiendo la villa con tenacidad. Vencidos los realistas, tuvieron que huir hacia el norte, lo que fue aprovechado por los atacantes —que no dieron cuartel— para alcanzar y fulminar al mayor número posible. Cientos de pastusos murieron en la retirada, quedando tendidos a lo largo del camino entre Ibarra y el río Chota, que era lo que deseaba Bolívar, pues odiaba con el alma a los que llamaba «malditos hombres» que debían ser destruidos «hasta en sus elementos».

Hace algunos años, en Pasto (foto de internet)

Agualongo y sus seguidores lograron llegar a sus refugios en las montañas pastusas. Pasto, por su parte, estaba vacía, pues los vecinos habían huido al monte a esconderse de los republicanos (quienes seguramente entrarían destrozando todo, como en efecto lo hicieron). El general Salom, hombre al mando de los invasores, continuó con la práctica de principios de ese año: expropiaciones, deportaciones, saqueos, etc.

Pero Agualongo y su gente no se rendían, y de nuevo el 18 de agosto volvieron a presentar batalla para liberar la ciudad, y así sucedió a la huida de Salom pocos días después. En dicha huida sucedió el famoso caso del futuro presidente de Colombia, Pedro Alcántara Herrán, quien, capturado por los realistas, imploró de rodillas y con las manos juntas que le perdonaran la vida: Agustín Agualongo, con la grandeza propia del buen cristiano, le dijo que «no mataba rendido».

Reemplazado el general Salom por el general Mires, los republicanos intentaron tomar nuevamente Pasto, que cambió varias veces de dueño hasta fin de año.

A fines de enero de 1824 los pastusos volvieron a tomar la ciudad, pero cayó en manos del enemigo empezando febrero. Agualongo y otros jefes lograron esconderse de nuevo en el convento de las concepcionistas, de donde se escaparon hacia las montañas. En Chachagüí hubo un combate del que salió el rumor de que el gran Agustín Agualongo había muerto allí. Sin embargo, éste había escapado, esta vez hacia Taminango.

En Yaganpalo los jefes realistas decidieron tomar Barbacoas —pueblo con un pasado realista pero ahora incorporado a Colombia—. Allí en Barbacoas estaba el gobernador de Buenaventura Tomás Cipriano de Mosquera, quien resultó con las quijadas destrozadas en el asalto del 1 de junio (de ahí su apodo «Mascachochas»), donde resultaron vencidos los monárquicos.

Herido de una pierna, Agualongo tuvo que huir hacia el Patía vía El Castigo, sin saber que un mensajero suyo había sido capturado y que el enemigo ya conocía su ruta…

Sus últimos días

En el camino le esperaba José María Obando —quien será presidente de la República—. Sorprendido por las tropas de Obando, Agualongo fue capturado y llevado a Popayán. No volvería a Pasto en vida. Mientras era llevado a Popayán pidió un indulto para Merchancano. Don Estanislao se acogió a él pero fue traicionado y asesinado por orden de Juan José Flores (futuro presidente del Ecuador).

Llegó a Popayán el 8 de julio, donde fue condenado a muerte por el delito de conspiración, en medio de un juicio dudoso (pues fue tratado como si hubiera estado bajo las leyes de Colombia). Ortiz (1974) cuenta que el asesor jurídico «se separó de la pena capital […] porque vio que no había materia para aplicarla». Sin embargo, el intendente, ignorando todo derecho, mandó a ejecutarla.

Entró en capilla el 12 de julio junto con tres compañeros que también habían sido condenados a muerte. Ortiz (1974), citando a Montezuma, dice que mientras estaba en capilla en Popayán llegó a Pasto la real cédula que le confería el grado de general de brigada de los Ejércitos del Rey. Entre ese día y el siguiente (en el que se iba a ejecutar la sentencia) el presbítero Liñán y Haro lo exhortó a jurar la Constitución a cambio de conservar la vida, a lo que se negó rotundamente. La misma respuesta dio a cuanto argumento se le presentaba (el reconocimiento internacional que Colombia tenía ahora, la inutilidad de la resistencia y la supuesta desaparición del deber de lealtad al Rey).

Retrato alegórico de Agustín Agualongo (por Iván Benavides)

El 13 era el día de su fusilamiento. Pidió la gracia de llevar el uniforme de coronel, que le fue concedida. Ante el pelotón dijo que «si tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la Religión Católica y por el Rey de España». Además, pidió que no se le vendaran los ojos: quería morir mirando a la muerte de frente. Así se le concedió. Y, cuando las balas ya habían salido de los cañones, dio su último grito, el que resumía su vida y al que se había levantado una y otra vez en defensa de los más sagrados ideales:

¡Viva el Rey!

Sus restos fueron llevados a la Iglesia de San Francisco de Popayán por los padres franciscanos. El 11 de octubre de 1983, tras haber sido identificados por Emiliano Díaz del Castillo, fueron llevados a Pasto, volviendo por fin a su ciudad natal. En 1987 fueron profanados por los guerrilleros del M-19, quienes los sustrajeron y los llevaron a las montañas. A modo de anécdota, cuenta el exguerrillero Antonio Navarro que, en la finca en la que los escondieron, hubo una notable fecundidad en los animales y —jocosamente— se pregunta si también la hubo en sus dueños. Finalmente, fueron devueltos en 1990 y hoy reposan en la capilla San Miguel de la Iglesia de San Juan Bautista, donde también están los de un hermano de Santa Teresa de Jesús, don Hernando de Ahumada.

En la Iglesia de San Juan Bautista.

El Abanderado de la Tradición, Don Sixto Enrique de Borbón, como sucesor de Fernando VII, visitó su tumba en 2005, acompañado por don Miguel Ayuso, entonces jefe de su Secretaría Política y por el Rvdo. Sr. don José Ramón García Gallardo.


Mucho se ha dicho de las causas que movieron a Agualongo y a los pastusos en general a defender los derechos de Don Fernando VII. Algunos, muy despistados, dicen que estaban reivindicando su «derecho a la autodeterminación de los pueblos»; otros, menos despistados, dicen que era debido a cuestiones estrictamente económicas.

La intensidad con que lucharon, la sencillez de un pastuso de a pie (para quien haya tratado con alguno) y la religiosidad del pueblo nos indican la verdadera razón: consideraban al Rey un padre y a las Españas su patria, y tenían por sagrados sus deberes para con ellos, deberes que se desprendían de su ser profundamente católico. Es decir, nada de máscaras o excusas. Es verdad que esperaban algo a cambio —y, en honor a la verdad, poco les fue reconocido—, pues el sacrificio era grande. Pero esto no era lo que los movía, porque a pesar de no recibir siquiera lo mínimo que pedían, se levantaron una y otra vez por su Religión y por su Rey, incluso cuando ya era prácticamente imposible la victoria.


Nuestro homenaje hoy es para don Agustín Agualongo, caudillo de la resistencia al secesionismo liberal. Pero también para todos aquellos realistas que murieron en el campo de batalla, en el hospital o en la miseria, que no transigieron: que no capitularon ante la Revolución y que no abandonaron sus deberes para con su Dios, para con su patria y para con su rey.

Agualongo, prototipo del pastuso, fue un héroe. Como todos los que dieron su vida por la santa causa, fue un mártir de la tradición.

Dales, Señor, el descanso eterno.
Y que brille para ellos la luz perpetua.

¡Viva Pasto!
¡Viva Agualongo!
¡Viva el Rey!


Referencias

  • Díaz del Castillo, E. (1983). El Caudillo. Semblanza de Agualongo. Pasto: Biblioteca Nariñense de Bolsillo.
  • Ortiz, S. (1974). Agustín Agualongo y su tiempo. Bogotá: Biblioteca Banco Popular.
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