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Fachos y totalitarios

Susana Seleme Antelo

El fascismo niega todas las identidades, excepto la identidad nacional… Si mi nación demanda que sacrifique a mi familia, entonces sacrificaré a mi familia. Si la nación exige que mate a millones de personas, entonces mataré a millones de personas. Y si mi nación exige que traicione la verdad, entonces traicionaré la verdad… José Luis Alvear Gutiérrez

Cuando cursaba la maestría en Ciencias Políticas en la FLACSO (México 1976-78) se discutía la pertinencia de usar el término “fascista” para calificar, en ese momento, a dictaduras militares o civiles, tiranías varias, tipos de Estado y formas de gobierno, con sus rastros de persecución, represión, abusos, torturas, exilios y muertes en aquellos duros años, que se remontaban a los ‘60.

La definición marxista de que el fascismo era la última etapa del reparto del mundo, se quedaba corta ante la deshumanización de la práctica política, el negacionismo de las múltiples determinaciones de la realidad, los colonialismos internos, el descenso de defensa de la democracia y el Estado de Derecho, la violación sistemática a los Derechos Humanos, entre otras evidencias. El ejercicio del poder crudo o cocido, duro o blando, era una constante. Desde inicios del siglo XXI, con los populismos, se pasó de una democracia en construcción, a una democracia en retroceso, más electorera que democrática, con ‘mercadeo del voto’ pues lo que importa es quien los cuenta, y la ostensible “tentación del fascismo”, según Alvear Gutiérrez.

Después de leer a Hannah Arendt, concluí que un buen calificativo para describir los abusos de poder que ejercen quienes los detentan sobre la gente de carne y hueso, es el “totalitarismo”. Con matices, cierto, pero con un rasgo común: “la negación del pensamiento, y en este caso, la negación del pensamiento en la política: es decir, el pensamiento político, según Arendt.

No pierdo de vista sus propias reflexiones para usar con prudencia la palabra “totalitario” ya que la “dominación total” barre la coexistencia humana entre diferentes. Sin embargo, me permito estas reflexiones porque si el totalitarismo es la anulación de la política desde y mediante el Estado, pareciera que es eso lo que intenta el régimen boliviano. Basta escuchar al ex Evo Morales, al presidente Luis Arce, al Vice David Choquehuanca, varios ministros/as y su partido político, el MAS, con sus intolerantes discursos ahítos de resentimientos y odios sin tapujos.  La oposición política en el Parlamento, cualquier voz disidente, y sobre todo Santa Cruz, sus dirigentes cívicos y políticos son tildados de ‘vendepatria’, fascistas, racistas, oligarcas y un largo etc. ¿Nos juzgan por su propia condición? Amén de la apertura de procesos, juicios, amenazas, destituciones y una larga letanía de abusos y oprobios. No es solo de palabra: hay muchas muertes que fueron premeditadas para imponer la dominación del terror desde 2008: Porvenir, hotel Las Américas, Cofadena o el tenebroso grito “ahora sí guerra civil” en 2019.

En esos casos hubo sustitución de la política por el terror del Estado.  Contó y cuenta con la sumisión total del Poder Judicial al poder político del Ejecutivo, igual que el Legislativo, Electoral, militar, policial y los movimientos sociales, flanqueados por aires caribeños y petrodólares en el tiempo de Hugo Chávez (+), grupos y foros de distinto nombre y la parafernalia del socialismo del siglo 21. El meollo, como apunta la ex vocal del Órgano Electoral, Rosario Baptista, es que en Bolivia se ha extirpado la independencia de Poderes. Por decir verdades, hoy la persiguen y descalifican.

Hannah Arendt se dio cuenta que el totalitarismo, a pesar de sus prácticas criminosas, se basaba en el apoyo de las masas y en la creencia mágica de la propaganda política y el lavado de cerebro, como en la Rusia estalinista y otros ejemplos. El Estado total lo definió como el terror total, la maldad total o la maldad radical, llevada a la práctica en “la solución final”, con el Holocausto: la persecución y aniquilación del pueblo judío.  Podía convertirse en la “banalidad del mal”, narrada en el libro “Eichmann en Jerusalén”.

El fin de la II Guerra Mundial fue el fin del nazismo en Alemania, no del régimen totalitario en la ex Unión Soviética. Allí continuó y se extendió a Europa del Este y otras latitudes con sus métodos de hierro, economía centralizada al extremo, ‘enemigos internos’, los Gulag, las purgas y persecución total.  En el capítulo final de “Los orígenes del totalitarismo”, Arendt analiza la naturaleza del aislamiento y la soledad como condiciones necesarias para el dominio total.

Mantener a la expresidenta Jeanine Añez presa hace 9 meses, con detención preventiva y aislamiento, es la sustitución de la política por la maldad total. Lo mismo les aplican a civiles, militares y policías presos, cuando en Bolivia nadie cometió sedición, ni terrorismo, tampoco golpe de Estado. Hubo fraude, renuncia, huida del cocalero y transición constitucional. Morales, Arce, los ministros de Justicia y Gobierno aplican la maldad radical a la expresidenta Añez y a todo aquel que les impida la dominación total.

El cocalero Morales amenaza en una marcha organizada desde el Estado y el gobierno: «Si la derecha vendepatria sigue molestando, cuidado que esta marcha se convierta en un calentamiento para una verdadera revolución». ¿Cuál, la que exige matar y traicionar la verdad para imponer la dominación fascista y totalitaria, a la que se opone la mayoría de la sociedad? Se equivoca.

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