ArtículosIniciosemana del 6 de MAYO al 12 de MAYOWinston Estremadoiro

Viñetas de los García

Estos días atosigan la Internet con fotos del Santa Cruz de la Sierra de los años cincuenta del siglo pasado, con sus caserones techados con teja poblada de enhiesto cactus; horcones de aceras desiguales protegían del sol, y también de la lluvia, que anegaba calzadas con carretones de bueyes cansinos. Cuando visito la ciudad siempre pienso en el colla Jordán, pintor que en sus estampas del “buri” en patio cercado de espinas, perpetuó la vida y costumbres de antaño en lo que hoy es ciudad de afiebrado ritmo.

Atesoro las anécdotas sobre una Santa Cruz que se pierde en avenidas atestadas y ruidosas, y edificios altos que tal vez huyen de los latigazos de arena que azotan los vientos, en la batalla sempiterna de brisas norteñas y palios fríos de sur y ‘chilchi’. He narrado varias, en mi brega personal de ser nostálgico cronista en vez de crítico analista. Como las acuarelas de Armando Jordán, valen quizá por preservar la tradición de una ciudad que en medio siglo creció de capullo soñoliento a hermosa flor, aunque a veces pinto su evolución como de aldea ventosa y polvorienta a babilónica urbe. Al recordar a la estirpe García, llevo un poquito más allá la recolección de vidas azarosas, que la romántica pluma de Hernando García Vespa soñaba pintar como personajes de novela.

Empiezo por el chilote Ambrosio García, al contemplar la efigie rescatada por ‘Nando’ Roca García para su revista “Genealogía e Historia”. Al ver sus bigotones de manubrio de bicicleta antigua, soñaba que había emigrado de su nativo Chiloé, alucinado por la fiebre del caucho a fines del siglo 19, después de la Guerra del Pacífico. Habíamos perdido guano, salitre, cobre, mar y poca sangre a Chile, y pronto rendirían la goma del Acre a Brasil, a pesar de que la Columna Porvenir de riberalteños aviados por Nicolás Suárez rescató la barraca Bahía, que hoy es Cobija. Imaginaba al chilote fugando de enredo amoroso –Montescos y Capuletos del Romeo y Julieta de Shakespeare- que crispan el añejo encono entre dos familias insulares de la Isla Grande visitada por Darwin.

Evoqué un café ‘mascao’ en Cochabamba, cuando mi esposa Rosario Rioja Roca indujo a llevar a nuestras dos niñas, entonces pequeñas, a visitar a su bisabuelo Román L. Roca. El empinado anciano recordó al también enhiesto García: “eran tiempos de travesías de carretones y pascanas; en una de ellas estaba mi amigo en su carpa de cuero, echado y leyendo a la luz de un lampión. ¿Qué lees?, le pregunté: Las Vidas Paralelas de Plutarco, respondió”. Tanto más encomiable porque en ése entonces se atesoraban tanto los libros, que algunos se manuscribían o se mecanografiaban a encargo. Tengo alguno por ahí en mi librero, de hojas amarillentas de papel cebolla y letras escritas en alguna vieja Underwood, que tal vez hoy es adorno de sala decorada con antiguallas.

Hace unos años visité la capital Itonama, Magdalena. La avioneta aterrizó en la pista, de la que parte la avenida más larga del pueblo, que remata en el río. Lleva el nombre de Nataniel García Chávez, de quien deseo resaltar su faceta de buen camba y poeta, sin adentrarme en copioso currículo de educador y hombre público. Cuentan que ya afincado en Santa Cruz, su rutina de las tardes empezaba con el café de la siesta, el baño vespertino y vestir el traje de lino blanco que le engalanaba de ida a la plaza de brisas a la hora de la oración. Viejo leño verde que era, alguna vez tuvo que regresar, amoratado dizque por una caída atribuida a desiguales corredores. No faltó una chismosa que fue a su casa con versión alternativa de verlo chocar con un horcón por seguir con la mirada a una opulenta damita.

Cómo olvidar a Ambrosio García Rivero, si tierra común a mi esposa, mis hijas y yo, es escuchar a Gladys Moreno y la canción “No volveré a querer” que compusiera con Roger Becerra. Arrebujado en su nativo Reyes, contaba que le era más fácil llegar de su pueblo a París, que visitar a los García avecindados en Magdalena. Le visité cuando estaba de embajador en México; él me había alojado en una suite de la Zona Rosa, y al día siguiente, mientras sorbíamos unos vigorizantes jugos que él preparaba en persona, pequé de mal pensado cuando salió una hermosa muchacha de los aposentos en la residencia. Era la hija alojada de un amigo, detalle del que me enteré al conocer a su ‘novia’ mexicana en un cóctel esa noche.

Extrañaré a Hernando García Vespa, quizá tanto por sus obras que me autografiara poco antes de su inesperada partida, como por ser uno de los patriarcas de la estirpe –el otro es Ambrosio García Rivera- que perpetuaban una risueña tradición familiar. Consistía en reunir a los García y en ceremonia de risas y anécdotas, conceder una medalla de oro con la inscripción “La familia García, agradecida”, al más sufrido, o más sacrificada consorte de algún familiar político.

Creo que Juan Gumucio Bessand, Sócrates Parada y Belisario Benzi, torturados por Biby y Asuntita Limpias García, y Nelly García, respectivamente, recibieron el homenaje; lo merecía Amalia García, sufrida esposa del profesor José F. Roca Arteaga, del que me intriga saber por qué sus hijos todos son Luises. Han hecho suficientes méritos Pablo Dermisaki con Daty Roca García, y ‘Nando’ García Vespa quizá “tabeó” en vida que la bella Irma Suárez lo recibiera. Ni hablar de Luis Alberto Roca García, autor de “Viuda, cuanto antes mejor”, socarronería que quizá no practica con su adorada Rita.

Mi abnegada esposa aspiraba al galardón, ya que mi madre, Carolina, era una García.

(09052013)

Ver más

Artículos relacionados

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba