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Retos para revertir el desprestigio empresarial

Por: Jorge Lazarte

Jorge E. Lazarte Molina

El 13 de marzo de 1964, una joven neoyorkina de 28 años, llamada Catherine Genovese, fue asesinada en el barrio de Queens; ante la presencia de 38 testigos que se abstuvieron de prestarle ayuda o llamar a la policía para evitar su muerte.

El crimen pudo pasar desapercibido – como uno más de los 630 asesinatos que ocurrieron ese año en Nueva York –, pero un artículo publicado en el New York Times evitó que cayera en el olvido y causó que se convirtiera en uno de los casos de comportamiento social más estudiados por la psicología.

La noticia daba cuenta que 38 personas observaron desde distintos lugares como Catherine era perseguida por un sujeto, y apuñalada mientras intentaba escapar. A pesar de sus gritos de auxilio, ninguno de los espectadores acudió en su ayuda, ni llamó a la policía.

Los testigos tuvieron diversas explicaciones del porqué omitieron socorrer a Catherine. Si bien algunos declararon no querer verse involucrados, la mayoría pensó que alguien más lo haría. No llamaron a la policía, porque habiendo tantas personas observando, ninguno supo a quien le correspondía hacerlo.

La opinión pública culpó del hecho a la indiferencia de la sociedad neoyorkina, a la falta de empatía y al desinterés por los demás. Tiempo después, la ciencia demostraría que la conducta omisiva de los 38 testigos aquella noche, fue producto de un comportamiento que resulta bastante típico en circunstancias en las que, habiendo muchos llamados a actuar, nadie lo hace porque se piensa que alguien más lo hará.

La inacción colectiva de un grupo de individuos gatilla un comportamiento al que se le conoce como “prueba social”; según el cual los seres humanos suelen observar la actuación del resto antes de decidir cómo actuar. Este comportamiento puede inducir a que, en determinadas circunstancias, en las que nadie actúa decididamente; el efecto se contagie y todos terminen siendo simples espectadores de sucesos extraordinarios, crisis o emergencias.

¿Cuántas veces hemos sido testigos de un accidente y no hemos llamado a emergencias porque hemos asumido que alguien más lo hará? Nos ha ocurrido a todos alguna vez. El no sentirnos responsables frente a una crisis, nos hace pensar que es otro quien debe reaccionar primero. El problema es que todos razonamos igual, y nadie se siente llamado tomar la iniciativa para actuar.

El empresariado peruano viene atravesando una grave crisis de desprestigio por parte de la población. El descontento social frente a las empresas se ha ido acrecentado con los años, y hoy pone en riesgo la continuidad de nuestro modelo económico. Aun así, son pocos quienes se sienten llamados a revertir esa visión generalizada en buena parte de nuestro país. Muchos piensan que alguien más lo hará, porque asumen que el responsable es otro, y esperan que ese otro actúe.

Las empresas están compuestas por personas que no son ajenas al principio de la “prueba social”. La atomización del empresariado y la falta de un liderazgo claro y legítimo en el sector privado, permite que las empresas se comporten cual individuos presenciando una muerte, omitiendo el deber de actuación que corresponde a todos ante una crisis.

La muerte de Catherine Genovese demuestra que es mejor tener 38 llamados de emergencia a no tener ninguno. Ojalá seamos capaces de aprender de ella, antes de que sea demasiado tarde. Todo empieza por generar consciencia.

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