ArtículosIniciosemana del 16 de JULIO al 22 de JULIOWinston Estremadoiro

La “falluca” como constante nacional

A las tres de la tarde esperaba un vuelo que llegó con hora y media de atraso. No había dormido la siesta y eché una cabezadita, frase con que una de mis hijas define a las escaramuzas con Morfeo. Soñé con cuentos de la navegación aérea. No fue mía la era pionera de trimotores con que alemanes, no aimaras, empezaron lo que fuera la aerolínea más antigua de Sudamérica: el Lloyd Aéreo Boliviano (LAB). Tampoco el servicio de los Junkers en la Guerra del Chaco y los heroicos vuelos de pilotos bolivianos.

En el sopor onírico, estaba mi gallardo tío cuyo recuerdo siempre estará unido al chicle de menta que me invitaba en el cine a cielo abierto, cuando llegaba a Riberalta. Murió junto a otras veintitantas personas, piloteando un DC-3 en vuelo de Camiri a Sucre; su avión chocó contra la cima de un nublado cerro: el altímetro falló una veintena de metros.

Reviví el viaje a una estancia a par de leguas de Santa Ana del Yacuma, donde mi amigo Roberto Ibáñez me invitó unas vacaciones. Esperaban los caballos al pié de la escalinata del avión para sortear dos arroyos de nado; volvimos en “casco”, como llaman a las canoas desde donde cosechaban anaranjados frutos de pitón, camino a media cuadra de la plaza hasta donde llegaba el agua.

Se apareció el “Hueso” Estenssoro para contarme del que quizá fuera el primero de los secuestros aéreos. Un grupo de falangistas en vuelo a un campo de concentración movimientista, a punta de pistola le obligó a tomar rumbo hacia Salta. No sé con cuánto combustible, pero llegaron, en época que desconfiaban de los medidores y se lo medía con varilla de madera. Lo viví en El Trompillo, cancheándome unos pesos cargando gasolina a los Curtis del correo aéreo brasileño.

Creo que la “falluca” es protagonista central de un concepto sociológico que espero desarrollar para zaherir al mal de la corrupción que padece el país.

Primero definió llevar y traer carga indocumentada, que a veces excedía el balance entre capacidad del avión y el obstáculo de sortear los Andes. Se llevaba cerveza paceña en fardos de yute y se vendía al doble en sedientos poblados benianos. A la vuelta, un bombardero B-17 de la II Guerra Mundial llevaba 7.000 kilos de carne a las minas; cargaban 500 kilos más, usualmente menudencias que allí se botaban. “Ganaba más que mi padre”, cuenta un amigo que de joven llevaba cerveza de ida y vísceras de vuelta, cuyo papá era un próspero comerciante que transportaba mercaderías al Beni y carne a las minas. La “falluca” de los pilotos era la gasolina subvencionada; vendían hasta 500 litros y su avidez llevó a muchos aviones a estrellarse poco antes de llegar a destino.

El primer auge escandaloso de la cocaína –el segundo es ahora– contaminó la sociedad. Atrajo el uso de innumerables pistas de aterrizaje en el oriente boliviano. No todos los estancieros eran pichicateros, pero muchos de ellos lograron pingües ganancias por el aterrizaje de narcotraficantes en sus predios. Los tripulantes de vuelos internacionales “falluqueaban” lujos extranjeros por encargo. Algunos cayeron en la tentación de llevar droga.

Hoy la “falluca” de la pichicata no requiere aerolíneas ni tripulantes. Tampoco el flujo es de sur a norte, sino de oeste a este. Dicen que 90% de la droga en las favelas es boliviana; que no hubo presión en el acuerdo tripartito –Brasil, Bolivia y EEUU- para mejorar la interdicción de cocaína; que la jeta de Rousseff es cosa de la “nacionalización” militar de instalaciones brasileñas. ¿No suma agravios que el Presidente sea mandamás de los cocaleros chapareños, que producen mucho para la droga y poco para el acullico?

Luego la “falluca” se volvió empresarial. Postulo que en la tragicomedia del Lloyd, tuvo algo que ver la alianza funesta de la codicia de empleados, tripulantes y “gestores” de la corrupción. La capitalización obligaba a que un socio “capitalizador” invirtiese montos similares a los ya invertidos. Si $500 millones se capitalizaban a cambio de la mitad de acciones, los capitalizadores solo invertían diez. ¿No había síndicos nacionales que impidieran tal estafa? Había, pero no resistían los talegazos, o al menos las jugosas dietas de reuniones de directorio. No sorprende que “bandeirantes” brasileños vendiesen el patrimonio del LAB.

Corsarios de la corrupción han estado tanto en el LAB como en Aerosur, con disfraz de salvadores empresarios y síndicos pendejos. En la segunda, era dueño quien tuvo el desparpajo de reconocer que la aerolínea era prima hermana de los créditos vinculados de BancoSur. Hace unos años, cuando Aerosur debía un par de millones a Impuestos Nacionales, se intentó cobrar la deuda. Dicen que la sorpresa fue constatar que la “torísima” no tenía bienes a su nombre y tampoco saldos bancarios. ¿Por qué el Estado no intervino cuando la deuda era manejable? Si se necesita $30 millones al mes para funcionar, y tres meses de capital de operación ($90 millones), razón hay para desdeñar la oferta de uno que ofrece $15 millones. Falta que el uruguayo que llevó a PLUNA al desastre venga a salvar lo insalvable, y que el Estado boliviano le crea.

La “falluca” en múltiple contexto es constante boliviana. No son inmunes las empresas estatales, que aparte de ineficientes, se convierten en nido de rateros. Lo dijo un congresal de un revolucionario partido que debe conocer de esos trajines: la diferencia es que antes eran cinco que robaban cinco millones; hoy son cinco centenas que roban de a cinco millones.
(19072012)

Ver más

Artículos relacionados

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba