Llega septiembre y la gente se empieza a alborotar. Cuando escribo “la gente” sólo me estoy refiriendo a una pequeña parte de la ciudadanía, la que participa y vive de la burocracia municipal, departamental o nacional. Esta “gente” en esta época se pone en campaña para preparar (inventar, es el verbo más adecuado) los “regalos” que el municipio, la gobernación o el gobierno van a dar a Santa Cruz en su aniversario cívico. No formo parte de esa “gente”, por tanto no estoy alborotado inventando regalos; sin embargo, como soy un cruceño que ama esta tierra, no quiero pasar por alto el inicio de septiembre, mes de la fiesta cruceña, para que junto a ustedes podamos recordar algunas de las cosas por las que los cruceños nos sentimos orgullosos.
Estoy seguro que muchos comparten conmigo el sentimiento común detener el privilegio –sin merecerlo, sin haberlo pedido- de haber nacido en Santa Cruz de la Sierra o en los límites del departamento cruceño o por lo menos de vivir en esta ciudad. Tengo el convencimiento –porque lo he constatado muchas veces- que el sentimiento de pertenencia y amor a una ciudad a una región, es algo que se da a lo largo y ancho de este mundo tan diverso, aunque ha habido, hay y habrá muchos que creen estar por encima de estos sentimientos tan “provincianos” y pretenden ser ciudadanos del mundo, dueños de una cultura universal sin ni siquiera ser ciudadanos de su propio espacio.
Este sentimiento de pertenencia y amor es el que nos hace disfrutar de la fiesta cruceña de septiembre sin necesidad de buscar papel celofán y moñas para posibles regalos, que en la mayor parte de los casos son como fuegos artificiales o fuego de chala. Lo que tenemos que hacer los cruceños es hacer un alto en el camino (estamos yendo tan de prisa y en forma tan atolondrada, que las ramas no nos están dejando ver el bosque, y, lo que es peor, estamos creyendo que los espejismos son la realidad) paramirarnos al espejo. En esa mirada tenemos que reconocernos tal y como somos, con nuestros defectos y virtudes, con nuestras acciones y omisiones. A estas alturas del partido, creo que vamos a necesitar una buena dosis de humildad para vernos tal cual y no como nos gustaría que nos vieran. Creo sinceramente que, a pesar de los pesares, es mucho de lo que los cruceños nos podemos sentir orgullosos y hacer fiesta.
Entonces, empecemos la fiesta. Creo que debemos enorgullecernos de ser cruceños sin complejo alguno. En los últimos tiempos casi nos han convencido que hablar de cruceñismo (que no es otra cosa que un amor inclaudicable por la tierra que nos vio nacer y que nos cobija) es ir en contra de los intereses nacionales; que hablar de cruceñismo es algo excluyente; que los que hablamos de cruceñismo somos incapaces de ver al otro. Creo que estamos a tiempo de rectificar y decirle a nuestros detractores (entre éstos paradójicamentehay muchos cruceños) que no solo tenemos el derecho, sino sobre todo la obligación de gritar a los cuatro vientos nuestro cruceñismo y repetir a voz en cuello: “¡Primero Santa Cruz!”. También tenemos que tomar conciencia de que no sólo sentimos orgullo de ser cruceños por el solo hecho de nuestro nacimiento, sino también porque somos herederos de una rica historia y una tradición cultural que nos da una identidad recia y especial.
Los cruceños estamos de fiesta en septiembre, cuando florecen los tajibos, los alcornoques, los gallitos para saludar nuestra incorporación al proceso libertario. Estamos de fiesta porque hemos nacido en esta tierra, pero creo que nos tenemos que hacer merecedores de este privilegio, nos lo tenemos que ganar a pulso día a día.