ArtículosIniciosemana del 27 de AGOSTO al 2 de SEPTIEMBREWinston Estremadoiro

Opositando a los servidores públicos

Alguna vez he recibido críticas por lo rebuscado de mi vocabulario. Arrogante, respondo que si el amigo dispone de uno de quinientas palabras, el mío es de millar. Un artículo de Arturo Pérez Reverte, a quien nadie negará los laureles de escritor afamado, articulista exitoso y miembro de número de la Real Academia de la Lengua Española, me da munición para matar dos pájaros de un tiro: el uso de un verbo que ni en mi alegado rebuscamiento conocía, y una proposición para aliviar la ignorancia atrevida y el léxico limitado de mandamases del régimen de turno.

El artículo en cuestión es “Políticos opositando: ahí los quiero ver”. No conocía el “opositando”, que aprendo con humildad y flameo con petulancia para demostrar que no soy el “Larousse” sabihondo, que un pariente pronunció “Larause” al presentarme e impresionar a la entonces damita que hace treinta y cinco años sufre mis caduqueras. Me costó tres meses deshacerme del apodo, fingiendo que no me importaba.

Pérez Reverte propone que para mejorar la calidad de ciudadanos que manejan España, deberían ser obligatorios los exámenes de oposición, de médicos de la Seguridad Social, de arquitectos municipales, de inspectores de impuestos, abogados del Estado, fiscales, jueces o cualquier puesto público. En Bolivia se acabarían los galenos que se convierten en arácnidos cuando un accidente de bus interdepartamental acarrea su carga lastimera de heridos a los pasillos de hospitales públicos; ralearían los arquitectos –si lo fueran– del municipio, que dan luz verde a multifamiliares de cuatro plantas sin ascensor, que luego añaden dos pisos más en su regresión a conventillos de aquí a diez años; escasearían inspectores de impuestos internos que rebajan al mínimo los tributos adeudados a cambio de una tajadita para ellos; los abogados del Estado llevarían ‘hasta las últimas consecuencias’ los intereses litigiosos oficiales; los fiscales servirían a la justicia, en vez de ser perros de presa de mandamases; los jueces no atenderían llamadas de poderosos que ‘recomiendan’ el caso de fulanito o menganita, o con interés en joder a los indígenas del Tipnis, por ejemplo.

Más aún, sentencia Pérez Reverte, “el aspecto decisivo en nuestras vidas, la actividad política que determina el presente y condiciona el futuro, puede caer en manos a cualquiera. A veces, quizás, de individuos excepcionalmente preparados; pero también, y eso resulta menos excepcional, de cualquier analfabestia incompetente, varón o hembra, incapaz de articular sujeto, verbo y predicado, cuyo único mérito es compartir ideología o intereses –a menudo una y otros van íntimamente relacionados– con un partido político concreto”.

El escritor hispano habla de su país, donde hace poco reconocían que existen más de 840.000 analfabetos, setenta por ciento mujeres. Mientras que en esta Bolivia de espejismos mentirosos, hace un par de años anunciaron con bombos y platillos que el analfabetismo fue erradicado, gracias a misioneros cubanos que martillaron el abecedario quizá sobre la base de “La historia me absolverá” de Fidel Castro, y enseñaron oratoria con las peroratas dominicales de Hugo Chávez. Viendo la dificultosa lectura de apuntes preparados y la atravesada labia del amado Presidente y gran Timonel, tal vez el primer aplazado fue él.

Apelo a John Lennon y su “Imagine”, para soñar un poco, trasladando a nuestra patria algunas frases de Arturo Pérez Reverte. “Así que, oigan. Puestos a suponer gente pública idónea, Bolivia decente, mundos felices donde comer perdices, permítanme imaginar una actividad política regida por el sentido común. O sea: militantes de partidos colaborando, faltaría más, en cuanto haga falta. Según su ideología, interés y conciencia; allá cada cual. Sin embargo, cualquiera que aspirase a figurar en una lista elegible por los ciudadanos, tendría que hacer antes unas oposiciones en las que le examinasen de cultura general como trámite previo. Y luego, según las especializaciones a las que aspirase –ministro de Trabajo, presidente de Gobierno y tonterías así–, de economía, derecho, política internacional, historia de Bolivia y ética, por ejemplo; aunque temo que aprobar ética muchos lo tendrían peliagudo. Y por supuesto, idiomas: inglés, un poco de francés.”

Yo prefiero el mandarín al alemán o a uno de los idiomas nativos que exigen que en tres años se hable en el sector público. Si se tratase de tacana podría fingir su dominio con el ‘apablopo tapacapanapa’ con que confundo a mi nieto, sin que ningún servidor público se diera cuenta. Porque como dice Pérez Reverte, “a no pocos de ahora, muchos impresentables de ambos sexos lo demuestran en cuanto abren la boca en el Parlamento –ni siquiera se les exige hablar bien el castellano.” Acoto que el idioma mayoritario de Bolivia, se parece a la categoría “mestizo” de la mayoría de los bolivianos: el actual régimen se empeña en mal hablarlo, o desconocerla.

Como dice el amigo que me envió el artículo, Pérez Reverte es cáustico y directo, pero es de los periodistas incisivos y críticos que no comulga con nadie en la política. Es ejemplo para todos. El inflado ego de politicastros aumenta exponencialmente cuando juran de congresales, ministros o inquilinos del Palacio Quemado. Me quedo tarareando con John Lennon, aunque con esperanza de que ningún chiflado o fanático me plante dos tiros: “Puedes llamarme soñador/ pero no soy el único/ espero que algún día te unas/ y el mundo será uno sólo.”

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