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Penderejiles y agachados

Supersticioso que soy, el otro día evitaba pensar en el número trece no fuera que alguna mala pata me llevase a tiritar de frío en Viacha o hacinarme en San Pedro de Guantánamo. Ah, pero ahora tenemos el novísimo seguro de vida para la prensa, argucia con la que el régimen quiere tapar sus atentados contra el cuarto poder del Estado. A mis años también me plaga la inseguridad, excepto en el socrático “lo único que sé es que no sé nada”, y la humildad de Einstein, que se tomaba tan poco en serio que sacó la lengua, tal vez al decir que lo único infinito eran el universo y la estupidez humana, aunque no estaba tan seguro de lo primero.

Confieso que me causaron sana envidia tantos doctorados honoris causa por aquí y por allá, que ojala no sean “horroris causa”, o peor, “holoris causa”. ¿Por qué no incursionar como teórico del blablá sociológico?, pensé. Definir la dicotomía que titula este erudito (¿o “boludito”?) ensayo. Aplicarlo a la gente de mi país, con mi honrosa excepción y de los que estén de acuerdo conmigo, por supuesto. La sustentaría con la megalomanía de uno que sin saber de Luis XIV (catorce en números arábigos), ese Rey Sol de la Francia absolutista del “L’État, c’est moi” (“el Estado soy yo”), se conduce como el Inca Pachacuti redivivo en el ahora Estado Plurinacional, folclórico, originario, campesino e indígena (salvo los del Tipnis).

Hilo la hipótesis de que nuestro país está plagado de “penderejiles” –cruce de pendejo, en la acepción boliviana, con vivillo– neologismo de cosecha lingüística de Paulovich, autonombrado Paulino Huanca en la onda folclórica de moda, que me tiene revoloteando un “Wistu T’antakalincho” que me haga más asequible a los tiempos pachamamistas. Lo engarcé con el nombre que el ocurrente crítico social por medio de la caricatura que fue Rius, mexicano que por dócil y aguantadora llamaba agachados a su gente. Apropio tal calificativo para tildar a los bolivianos de a pié: somos agachados piojentos de “penderejiles”.

Incluiré entre los primeros a nuestro amado líder y gran timonel (otra de mi amigo Paulovich) que se cansó de echar bosta a la España grandiosa, al extremo de querer cambiar el himno cruceño; después, cuando llegó la dulce Reina Sofía, echó tierra a la porquería balbuceando que el pasado, es pasado. ¿No es “penderejilismo” llevado a ilegal extremo, que sin terminar la post consulta –de por sí anticonstitucional– a los testarudos indígenas del Tipnis, se adjudique la construcción del primer tramo de la carretera maldita, a una empresa cocalera sin licitación ni invitación a varios proponentes?

Sin malicia de que los agachados que somos pagaremos el pato de la boda vicepresidencial, iluso meditaré que el padre de la novia debe nomás haber tenido sus quintos, costeando casorio pachamamista en Tiahuanaco, boda católica en San Francisco y luna de miel en Vietnam. Para consuelo, escucharé al brasileño Emílio Santiago cantando “Saigón”, que hoy se llama Ciudad Ho Chi Minh: “Tantas palabras/ Meias palabras/ Nosso apartamento/ Um pedaço de Saigón/ Me disse adeus/ No espelho com batom”…

No basta que el gobierno central escamotee los recursos de coparticipación que por su población corresponden al departamento de Santa Cruz de acuerdo a ley. Ahora un “penderejil” oficialista insta a los miles que migraron a la locomotora económica del país, a retornar a su paupérrima región, quizá para que haya más que robar; ¡qué importa que en su nuevo hogar cruceño la educación no tenga escuelas, la salud se deteriore con hospitales repletos y las vías sin pavimentar arremolinen trombas de arena! No entienden que el Censo es una instantánea sincrónica – ¿hay algo más momentáneo que una fotografía? – de contar cada diez años las gentes de un país en un día. Pena que se cruce con el interés provinciano de caciquillos que quieren hacer chanchullo y recibir recursos de coparticipación tributaria, en base a casas y campos vacíos.

Es “penderijilismo” puro que en Challapata, una capital altiplánica del contrabando con sucursales chapareñas y vallunas, dicen, ¿paraísos de culitos negros del proceso de cambio?, acoto yo, insistan a bala y piedra en doblarle el brazo al Gobierno y lograr una nacionalización más de vehículos chutos. No es novedad: impunes, asesinaron agentes aduaneros en Sabaya. Es un contrasentido que en momentos que el patrioterismo lleva a peligrosos caprichos en Silala, los contrabandistas bolivianos son quintacolumnistas del progreso de Iquique al internar carros y ropa usada. ¿Son culitos blancos neoliberales los matuteros de gasolina y gas al Perú?

Me quedo corto con los ejemplos. El meollo del asunto está en la corrupción: si uno es “penderejil”, participa de la comilona; si es agachado, mira desde afuera. La pena es que al no ayudar a la solución, se es cómplice del problema.

Cavilo si un “Glosario (¿o calvario?) de penderejiles” mío, pudiera hacerle sombra al éxito editorial de un prudente recolector de “Evadas: Cien frases de Juan Evo Morales Ayma para la historia”. Ya estaba soñando que los cuantiosos ingresos como escritor de moda limpiarían las telarañas de mi cuenta bancaria, cuando para arreglar mi ordenado desorden irrumpió en mi estudio mi vecina de almohada. Me recordó una caricatura que mi amigo Pipo Velasco incluyó en su celebrado “La Siete”. Entra la esposa al cuarto donde el marido está por patear el toco y empezar un bamboleo suicida, y le increpa: ‘claro, ¡no hay plata para dar de comer a los críos, pero sí para comprar soga!’

03112012

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