Preguntas que no logro contestar
“¿Qué nos pasa? En el país presenciamos eventos inexplicables, o mejor, demasiado explicables. Toda la verdad ya se ha descubierto, pero nada ocurre. Los culpables están catalogados y fichados, pero ninguna cabeza rueda. La verdad nos golpea en la cara, pero no se impone. Es una situación inédita en la historia del país.
Claro que la mentira siempre fue la base del sistema político, infiltrada en el laberinto de las oligarquías, mas nunca la verdad fue tan clara en nuestra cara, y al mismo tiempo, impotente, desfigurada. Los hechos reales: con la elección del Presidente, se acomodó una pandilla en el Gobierno y desvió millones del dinero público para tomar el Estado y quedarse en el poder por 20 años. Los culpables son todos conocidos, todo está descifrado, los cheques firmados, las cuentas en el extranjero, las cintas, las pruebas irrefutables, pero el Gobierno psicópata las niega e ignora todo.
Cuestionado o pillado en flagrancia, el psicópata no se responsabiliza por sus acciones. Siempre se halla inocente o víctima del mundo, del cual se tiene que vengar. Para él, el otro no existe y no siente vergüenza de lo que hace. Miente compulsivamente, creyendo en sus propias mentiras para alcanzar el poder. Este Gobierno es psicópata. Sus miembros ríen de la verdad, no hacen nada y se pasan las manos por las nalgas. La verdad se encoge, humillada, en un rincón. Y lo peor es que el Presidente, amparado en su imagen de pueblo, consigue transformar la razón en villana, las pruebas en su contra son acusaciones ‘falsas’, su condición de cómplice o jefe máximo en ‘víctima’. Y la población ignorante se traga todo…
¿Cómo es posible eso? Simple: un sistema judicial paralítico encueva todos los crímenes en la fortaleza de la lentitud y la impunidad. Los delitos son olvidados, empaquetados, prescriben. La Ley protege a los crímenes y reglamenta su propia desmoralización. Los periodistas y forjadores de opinión se sienten inútiles, porque la indignación se volvió superflua. Lo que decimos no se escribe, lo que escribimos no se ampara, todo se quiebra delante del poder de la mentira en el Gobierno. Sé que este es un artículo obvio, repetitivo, inútil, pero tenía que ser escrito… Está sucediendo una desmoralización del pensamiento. Me deprimo: denunciar para qué, indignarme con qué. ¿Qué hacer?”
Alguno dirá que me volví loco, que alguna llamarada solar me afectó el cacumen. No, señor. Entre comillas he parafraseado una parte de la elucubración impotente de un columnista brasileño, Arnaldo Jabor, cambiando “Lula” por “el Presidente”, y aseverando, como en los films, que todo parecido con la situación boliviana es pura coincidencia.
Me quedan flotando algunas preguntas.
¿Con qué recursos el Presidente del proceso de cambio evolucionó de una humilde chompa a rayas, a caras chaquetas –estilo Mao de Orinoca– hechas a medida en la boutique más chic de La Paz?
¿Alguien cree que el Presidente ahorre todo su sueldo y solo tenga algo de tres millones de bolivianos declarados como patrimonio, sin tomar en cuenta un vehículo de lujo que declaró como suyo?
¿Por qué a René Joaquino le hacen un paralizante juicio por adquirir vehículos a medio uso para la Alcaldía de Potosí, mientras hacen mutis de la compra del avión y el helicóptero presidenciales sin licitación previa, de monedas y estampillas con la efigie del egregio Presidente, de la construcción del Museo de Orinoca y la nueva Casa del Pueblo en lugar del Palacio Quemado?
¿Por qué el Presidente del proceso de cambio desconoce fechorías de sus allegados, pero conoce al dedillo y sataniza los tejemanejes de la corrupción de sus antecesores en gobernar Bolivia?
¿Por qué tantos empresarios, intelectuales, contratistas, curas, profesionales, gente de clase media y liberales de corazón sangrante siguen apoyando al Presidente del proceso de cambio, aún luego de conocer sus chambonadas, arbitrariedades y desaciertos?
¿Por qué le siguen apuntalando gobiernos afectados por sus expropiaciones, ONG verdes desilusionadas con su doble discurso pachamamista, y organizaciones indígenas extranjeras que son testigos del atropello a los dueños amerindios del Tipnis?
El año nuevo es momento de comprometer empeños. Uno mío es publicar uno o dos libros, arena movediza que me ha tenido inmóvil para no terminar de hundirme, y asfixiarme, en el foso de la depresión. Ya he plantado suficientes árboles; debo escuchar más música clásica. El año 2013 me toca publicar un libro, aunque fuera sin cortapisas que yo mismo me impongo so pretexto de hacer uno bello, como las de incluir fotografías, caricaturas pertinentes de mi amigo Pipo, o arriesgar juicios por piratería al incluir un cedé con la música que menciono en mis desvaríos.
Tengo que batir a mis propios demonios, reflexiono. Uno es confesar a mis lectores, y quizá a algún graduado que de aquí a medio siglo esté escarbando esta década para una tesis de doctorado que no será lambiscón honoris causa, que me frustra no tener respuesta a ciertas preguntas sobre el escenario político del país. Perdonen por sacar mis tripas, pero he listado algunas cuestiones. Ojalá que no sea un “seppuku” o harakiri, el desviceramiento ritual de los japoneses, que a continuación sería seguido de que el Gobierno me decapitara poniendo mis huesos en un rincón de nuestras hacinadas cárceles, por injurias al hombre-símbolo, “faltamiento” a la autoridad, racismo, discriminación, o cualquier motivo que hoy se esgrime para “estalinizar” –léase anular– a las personas.
19012013