ArtículosClaudio Ferrufino-CoqueugniotIniciosemana del 11 de MARZO al 17 de MARZO

EMBALSAMAR

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Miraba un documental: antiguas momias colgadas de un entarimado en lo alto de un farallón que corta a tajo la selva papuana. Los ancestros contemplan desde allí el universo que poco difiere para sus descendientes, aparte de que al menos de manera nominal no se devoran ya unos a otros.

En Papua, y bajo insoportable calor que supondría la imposibilidad de momificar, los nativos lo hicieron por siglos, con proceso que consistía en ahumar los cadáveres durante meses, comerse las vísceras, despellejarlos, hasta tener cuerpos con la consistencia del cuero duro.

Lo hicieron los chachapoyas y los malgaches (en donde las momias se sentaban con sus familias durante las festividades). Lo practican todavía los cristianos, adorando como santos a aquellos cuyos cuerpos no se corrompen, o se embalsaman de manera natural; santos en occidente, vampiros en los Balcanes (porque un muerto no putrefacto es un muerto vivo y hay que clavarle estaca en el corazón). En el fastuoso Koricancha, en el Cusco, estaban las momias de los reyes incas, que fueron barridas junto al oro en despilfarro de codicia y de una suerte de modernidad. Debemos a los cronistas las historias de estos muertos, por su relación con los vivos. Si vemos la Venezuela de hoy, o la Argentina y Rusia y Vietnam o China de tan solo ayer, nada ha cambiado. El pago al legado de los que se consideraban grandes viene siendo la pesadilla del cuerpo insepulto, cuarteado, violado por cuchillas, alterado en su composición, plastificado en aras de voluntarismo y funcionalidad. Terrible.

Nadie me quita de la cabeza que Hugo Chávez falleció bastante antes de lo que dijeron. El convertirlo en momia, en ese caso, habría sido una necesidad mientras se desarrollaban los acontecimientos. De nada sirvieron crucifijos, ruegos, plegarias y llanto; sus seguidores lo transformaron en vampiro, mostrando, otra vez, que a la lambisconería ante los tiranos no puede llamársela afecto: es solo miedo. Ido el hombre, quien podía ejercitar fuerza y poder directamente, su cuerpo se convierte en objeto de lucro para las aves de rapiña que estos regímenes suelen procrear. Justo castigo.

Observé al detalle el circo. Para eso estaba, para entretenimiento y sociología. Ver a gobernantes que se tomarían por serios, y a otros -bufones menores-, prestarse a la pantomima aclara cómo el dinero suele hacer bailar al mono, el petróleo obligar a los jerarcas a desnudarse ante el mundo como lo que tristemente son: micos de alquiler.

Entre las observaciones, y cuando se trasladaba la figura de cera por las abarrotadas calles de Caracas, acompañaban el carro fúnebre por un lado Maduro y por el otro Morales. Evo estaba asustado, no por el hecho de formar cortejo de un burdo espectáculo, sino por la gente que se acercaba en oleadas, peligrosamente, al carruaje. Su terror lo hacía ponerse de costado, extender las manitas como para protegerse, mirar con desesperación a los guardias de seguridad, visiblemente molesto de que su condición de semidiós pudiera ser vilipendiada, empujada, sudada por la turba impredecible. Me divirtió. Estos edecanes del infierno son vulnerables, y cuánto.

Habrá que hacer espacio en Orinoca para el momento en que el Supremo decida morirse o la vida lo muera. Imposible pensar que ser de semejante calidad e infinitas cualidades tenga que disgregarse en la tierra. Tradición embalsamatoria existe en los Andes, no habrá que buscar mucho. Yo, que ustedes, ya paso decreto de eternidad. Hay que adelantarse a los hechos, prevenirlos. No duden que Evo internalizó la magnitud, en lo popular, del sepelio del coronel. Su vanidad habrá sentido algo, que junto al temor, tenía escozores orgásmicos.

Pónganlos en estampita.
11/03/13

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