Citius, Altius, Fortius
El profesor francés, Alain Finkielkraut, en “Nosotros los modernos” (2006) dedica un capítulo al deporte, ámbito lúdico, pero que de superficial tiene poco. Es una de las esferas en las que el hombre moderno logra descubrir su vocación de ir más allá del límite, donde lo importante es que el ejercicio de la libertad y las ansias de superar y superarse se den dentro de los límites de la regla.
“¡Demasiado alto, demasiado rápido, demasiado fuerte!” es el nombre del capítulo, contraposición de la célebre frase acuñada para los primeros juegos olímpicos modernos: “Más alto, más rápido, más fuerte”. Finkielkraut señala que la evidente pérdida de interiorización de la norma, ha hecho que reine la desconfianza, ya no sabemos si gana el mejor o el mejor dopado.
El hecho de haber convertido al deportista en un dígito, en una marca, ha ocasionado que aquellos campeones que antes encarnaban el rechazo a encerrarse en un límite, pasen a simbolizar el experimento de lo pos-humano.
Esa manera generalizada de considerar el éxito -no solo en los deportes- como algo unilateral, ha hecho que el sentimiento de competencia que debe convivir con una regla grupal, entre en franca contradicción. El problema no es la hermosa competitividad humana, sino el rompimiento de aquellas normas que hacen posible el desafío.
Si extrapolamos esta desorientación a otros ámbitos de acción, podemos comprobar que es un problema generalizado: ya sea en la empresa, en el mundo académico, en los medios de comunicación o en la política, ese afán de querer ser el más poderoso, atropellando principios éticos universales, hace que la palabra no valga, que el honor quede obsoleto, que reine la desconfianza, la corrupción y la avaricia. Sin duda, hace que los primeros no sean los mejores, sino los que han sabido romper normas, mintiendo, acusando sin fundamento y chantajeando.
Urge acabar con la imagen artificial e idealizada del triunfo, que nos venden como una panacea para la felicidad. Mostremos lo bello y humano del fracaso, lo importante y digno de ganar algo con trabajo duro, de dar la mano al que se cae y de decir rotundamente no al tramposo, que insistentemente nos invita a caer en su juego.