Arde Brasil
Pareciera, si es correcto decirlo, que el “pueblo” de Brasil ha madurado. Antes hubiese sido inadmisible que durante una fiesta de fútbol o carnaval, la gente se indignara y saliera a las calles a protestar. Eso es progreso, Desorden y Progreso, como rezaría un emblema brasilero de nuevo cuño. Para que el orden venga, primero el desorden, pero el auténtico, autónomo, el de las masas sin arbitrio de nadie, ni militares ni apostolado de “trabajadores”, que ya en este confuso mundo los papeles se han volcado y cualquiera es actor de no importa qué.
La Rousseff no se lo imaginaba, y menos el fatídico Lula que quiso mediar y salió dando tumbos; que no se metiera en lo que no le incumbía, le pidieron. Peor, incluso, cuando a O Rei, Pelé, también le dieron calabazas, aclarándole que sus opiniones ya no correspondían a la época. Ya no.
Brasil lidera un ejemplo que ojalá cunda como prometedora peste; mejor si barriera la cizaña y los gamonales de la América Latina salieran en camilla como Mubarak o empalados a la manera del vanidoso Qadafi. Oremos. Y desoigamos las enternecedoras propuestas y disculpas que los de arriba quieren dar cuando se calienta el horno.
Los plurinacionales se han callado. Cuentan con el pueblo recua, según creen, y dudan que los “hermanos y hermanas” llegasen a cuestionar la divinidad del curaca o su bufón. Pero deben estar pensándolo. Y ya que ponen nombres de estaciones a los movimientos sociales, acuérdense de la Praga de Dubcek, y la más reciente árabe. Nadie tiene las primaveras compradas… del clima ni qué hablar.
Brasil es la joya del futuro; hasta hace poco lo parecía con millones de gente que de pobres avanzaron hacia arriba. Sin embargo, aseguran economistas no plagados de iluminación izquierdista, que los aportes para ello se hicieron sin considerar apuntalar el sistema primero, renovando o creando infraestructura, no simplemente aumentando el caudal de ingresos para crear una burbuja que puede reventar. Hablo del montón, de aquellos que pudieron comprarse un auto y mejoraron su alimentación, aunque, en el fondo, siguen siendo pasto de la negligencia gubernamental. No de los milagros que el mensalao y otras cuitas destapan, o el caso del hijo de Lula da Silva que de zoólogo con escoba apareció de potentado.
Está por verse lo que viene. Pero que la gente se mueve y sale a las calles no hay quien lo desmienta. La masa puede girar hacia un lado como hacia el otro, o pendular; eso teme la presidente en reunión de gabinete, que de pronto se le arrebate el papel dadivoso al PT (Partido de los Trabajadores). No bastó el frenesí del jogo bonito para evitar la indignación. Y si continúan las cosas como están, no bastarán Mundial ni juegos olímpicos. Menos distracción, tal vez, y mayor comprensión de un imponente rol que la historia está dando al Brasil y que la Rousseff aún no sabe cómo manejar. Una potencia que es vapuleada por un imberbe en el trono boliviano, sin poder real y sin futuro, esgrimiendo únicamente fraudulentas credenciales y con la tiniebla o bendición del narco por detrás, para hacer hincar al gigante. Valga como ejemplo porque así ¿potencia?, nunca, por más rico país que sea.
Diría que dejemos las cosas serias y pasemos a lo entretenido, conversando de fútbol. Pero esto también es serio en Brasil, pero ya no determinante para apaciguar a las masas. Algo que debiésemos aprender los bolivianos que paralizamos huelgas para dejar entrar al Gran Poder.
Serio, de veras, o de a de veras según dónde se esté: Brasil enfrenta a Uruguay en el Maracaná. En estas circunstancias, la derrota de Brasil, un segundo Maracanazo, podría derivar en algo como el Bogotazo, el Cordobazo y otras expresiones sociales de visos trágicos. Ya hay detonantes; falta la chispa. Y esa podría ser la inesperada y decisiva explosión que los transforme. El fútbol era la distracción. En estas circunstancias podría ser la sentencia.
22/6/13
_____
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 25/06/2013
Fotografía: Manifestantes al exterior del estadio Maracana, / TASSO MARCELO (AFP)