ArtículosInicioMarcelo Ostria Trigo

2014

Para los que nacimos en la primera mitad del siglo pasado, vivir en este tiempo, es decir en el segundo milenio de nuestra era, es un regalo de Dios. Vimos llegar la televisión, los aviones a reacción, los trasplantes de órganos, los viajes a la Luna, la popularización de la cibernética, las comunicaciones telefónicas a todos los países del mundo, y otros adelantos que ahora, para la generalidad de la gente, resultan corrientes, pero que, para algunos, siguen causando asombro; son productos de una humanidad capaz de lograr lo impensado, y que rebasan la imaginación.

Parecía que vivíamos un tiempo en el que era paulatino, aunque inatajable, el ocaso de los autócratas; eso si, con diferentes ritmos. Los nuevos países independientes –y aun los de nuestra región– intentan, con diferente suerte, establecer regímenes democráticos, es decir ámbitos propicios para vivir en paz y en armonía, que son presupuestos para alcanzar el deseado ritmo de desarrollo y el progreso.

En nuestro caso, pese al rezago, aun los escépticos guardan una recóndita esperanza de que el bienestar llegue, al fin, a nuestra Patria. Esta es la esperanza que nació en los bolivianos hace más de 188 años, y que aflora cuando conmemoramos el nacimiento de Jesús y cuando enseguida festejamos el advenimiento de un nuevo año.

También es la época en que se hace el recuento del año que termina. Generalmente se muestran los últimos indicadores socioeconómicos que, procesados, permiten vaticinar con responsabilidad lo que deparará el año que comienza, en especial en lo económico. Esto sucede en los países serios, en los que las instituciones funcionan y se respetan la ley, los derechos y la libertad de las personas. En estos países, además, es poco probable que se alteren esos indicadores, ya que la transparencia es parte de la creación del clima de confianza mutua y convergente entre gobernados y gobernantes, lo que se relaciona con la obligación de los jerarcas de honrar la verdad.

La decepción ciudadana que sigue a las demandas de progreso, parece que se repite. Es que no se trata solo de cuánto crece la economía, ni cuánto aumenta la producción de gas; tampoco del incremento o disminución de las reservas. Siendo todo esto importante, lo es más vivir en libertad, gozando del derecho de elegir libremente a nuestros gobernantes. En los últimos años este derecho, lamentablemente, parece estar cuestionado, cuando no negado.

Se dice que lo último que se pierde es la esperanza. Y es verdad. Depende de nosotros mismos corregir rumbos y vivir en paz.

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