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Noticia de un Secuestro

GRATITUDES

Maruja Pachón y su esposo, Alberto Villamizar, me propusieron en octubre de 1993 que escribiera un libro con las experiencias de ella durante su secuestro de seis meses, y las arduas diligencias en que él se empeñó hasta que logró liberarla. Tenía el primer borrador ya avanzado cuando caímos en la cuenta de que era imposible desvincular aquel secuestro de los otros nueve que ocurrieron al mismo tiempo en el país. En realidad, no eran diez secuestros distintos -como nos pareció a primera vista- sino un solo secuestro colectivo de diez personas muy bien escogidas, y ejecutado por una misma empresa con una misma y única finalidad.

Esta comprobación tardía nos obligó a empezar otra vez con una estructura y un aliento diferentes para que todos los protagonistas tuvieran su identidad bien definida y su ámbito propio. Fue una solución técnica para una narración laberíntica que en el primer formato hubiera sido fragorosa e interminable. De este modo, sin embargo, el trabajo previsto para un año se prolongó por casi tres, siempre con la colaboración cuidadosa y oportuna de Maruja y Alberto, cuyos relatos personales son el eje central y el hilo conductor de este libro. Entrevisté a cuantos protagonistas me fue posible, y en todos encontré la misma disposición generosa de perturbar la paz de su memoria y reabrir para mí las heridas que quizás querían olvidar. Su dolor, su paciencia y su rabia me dieron el coraje para persistir en esta tarea otoñal, la más difícil y triste de mi vida. Mi única frustración es saber que ninguno de ellos encontrará en el papel nada más que un reflejo mustio del horror que padecieron en la vida real. Sobre todo las familias de las dos rehenes muertas -Marina Montoya y Diana Turbay-, y en especial la madre de ésta, doña Nydia Quintero de Balcázar, cuyas entrevistas fueron para mí una experiencia humana desgarradora e inolvidable.

Esta sensación de insuficiencia la comparto con dos personas que sufrieron conmigo la carpintería confidencial del libro: la periodista Luzángela Arteaga, que rastreó y capturó numerosos datos imposibles con una tenacidad y una discreción absoluta de cazadora furtiva, y Margarita Márquez Caballero, mi prima hermana y secretaria privada, que manejó la trascripción, el orden, la verificación y el secreto del intrincado material de base en el que varias veces nos sentimos a punto de naufragar.

Para todos los protagonistas y colaboradores va mi gratitud eterna por haber hecho posible que no quedara en el olvido este drama bestial, que por desgracia es sólo un episodio del holocausto bíblico en que Colombia se consume desde hace más de veinte años. A todos ellos lo dedico, y con ellos a todos los colombianos -inocentes y culpables- con la esperanza de que nunca más nos suceda este libro.
G.G.M.

Cartagena de Indias, mayo de 1996

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