Otra vez sin querer, queriendo
Quería apartarme de la onda liviana, lo juro, pero son las noticias mismas las que estimulan mi veta sardónica, que no me canso de repetir tiene un lado risueño y otro tristón. Por ejemplo, hace algún tiempo se desconfiguró el sistema operativo de mi laptop y el técnico recomendó cambiar del Windows Vista (original) al Windows 7 (chuto). Yo solo sabía que por ceca o por meca Bill Gates iba a rellenar aún más su faltriquera. Entre los detalles que se perdieron estaban las teclas de las vocales con tilde. Caduco con la ortografía que soy, no terminé de acostumbrarme a copiar acentuadas mayúsculas y minúsculas del mapa de caracteres, que la Real Academia Española (RAE) pateó el tablero con seguidilla de nuevas normas, entre las cuales estaba la desaparición de la ‘ll’. Ojala que no implique que ahora se adopte el modo argentino de decir “shamerada” en vez de “llamerada”, cada vez que nos referimos a la danza de los arreadores de “shamas”, digo “llamas”. Con el adiós a la ‘ch’, ¿al Che Guevara le diremos “she”, que es pronombre femenino en inglés?
Una pugna que está de moda en este periodo preelectoral es la del dedo contra el montón. Me refiero al dedazo del Presidente, que pareciera escoger candidatos con el método con el que de niños jugábamos ‘tuja’ (en colla, ‘peshca-peshca’): ‘en el lago Titicaca me dio ganas de hacer caca, no tenía papelito, me limpie con mi dedito, ta-te-ti-to-tu para que la tengas tu’. El dedazo del jefazo entra en conflicto con la nueva ocurrencia del ‘proceso de cambio’ –el “poder popular comunitario”- anunciado por el viceministro de Coordinación con Movimientos Sociales. El poder popular comunitario no es democrático (gobierno del pueblo), pero si oclocrático (gobierno de la montonera). Como la ‘dedocracia evocrática’, ergo, autocrática.
No sé si es por móviles sospechosos en el ámbito local, o porque la gente desea ejercer su derecho a elegir a quienes mejores conoce, la cosa es que se ha dado un encontrón entre Su Majestad y las fuerzas políticas locales. Se culpa del “desbande de los aspirantes masistas con siglas prestadas a las alcaldías, al presidente Evo Morales y su entorno, por no respetar las decisiones de las bases”. Unos analistas culpan a “una rosca hegemónica” de una decena de adláteres del autócrata; ¿acaso no sabemos que hoy se gobierna Bolivia como antes se manejaba un sindicato, una central, una federación de campesinos, hoy a la postre cocaleros? Otros divagan que la vieja militancia del MÁS (¿no era esa agrupación una juntucha de matreros perros, gatos, mapaches y zorrinos?) ha sido obligada a ceder espacios a grupos corporativos, a invitados; en suma: nuevas alianzas. ¿Por qué no meter algo de academicismos en el embrollo y hablar de fisuras debilitantes en la estructura del partido de gobierno?
Para mí la madre del cordero está en un rasgo de la politiquería boliviana, viejo desde que los que después serían personajes de nuestra historia, luchaban en el bando realista hasta que la suerte de las armas favorecía la causa independista: el transfugio por oportunismo, cuando no por interés personal.
No lo entiende la escindida oposición, pero tal vez se distrae la atención de letrados e ignorantes de temas verdaderamente urgentes. Como la intención presidencial de gastar, o malgastar, 2 o 3 mil millones de dólares de las Reservas Internacionales Netas (RIN) en proyectos “productivos”. La diferencia entre invertir y dispendiar está en el concepto de ‘productivo’. ¿Para quién?
Porque en el pasado reciente se ha dispendiado, o malgastado, en proyectos faraónicos, producto de la megalomanía del Inca con pretensión de vitalicio, o por lo menos hasta 2030 (después se marcharía de mesero, ¿seguirá el Cholango de parrillero, o por lo menos de charanguero?) Recuerden el satélite con sobreprecio, que sirve para poco. El mismísimo Presidente habla del teleférico de La Paz como ejemplo, que a cuatro quintos de los bolivianos no sirve para nada, salvo que fuera cierto de que “pagaría la deuda interna”. Cuidado que nos engrupan con una central nuclear, que ya tenemos la “casa del pueblo” para seguir embelleciendo la capital del cacicazgo ‘aimara-cocalero’.
Una de las obligaciones del periodista, analista, columnista, politólogo (o todólogo como yo) debe ser orientar sobre proyectos verazmente productivos. Hay centenares. De entrada pienso en la quinua, grano de oro alguno de cuyos sembradíos estará cubierto con el polvo de vehículos del rally Dakar, otro emprendimiento ‘figuretti’, cuyo paso por Bolivia, amén de depredador del medio ambiente y una afrenta a la Pachamama, es un apéndice inútil cuyos réditos serán para ya sabes quién, en la onda de pan y circo para encandilar, y distraer, a las masas.
Mi faz se volvió tristona leyendo que en los últimos diez años, Perú se ha adelantado a Bolivia en la producción (95 mil toneladas (MT) de ellos versus 84 mil MT nuestras), y exportación del grano de oro (25.230 MT peruanas contra poco más de 23.461 MT bolivianas). Falta nomás que con el agua de manantiales de Silala, Chile riegue sembradíos de quinua en su pretendida condición de altiplánico. Ya lo hicieron con los rebaños de auquénidos caros, que en Bolivia los ‘originarios’ diezman, matando con rifles de mira telescópica al macho alfa.