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La nueva burguesía de la globalización aymara

Por: Natalia Fernández

La burguesía aymara proyecta una confianza ciega en el mercado como igualador de oportunidades y ascensor social. Es una nueva élite nacida del comercio transnacional y el trabajo duro, la traducción social de la Globalización de los Pequeños.

Bolivia ha sido desde finales de los años 90 el país que más redujo la pobreza de todo Sudamérica según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Según estimaciones de 2012, casi un millón de personas superó la brecha de la pobreza para convertirse en clase media. El impacto se hace evidente cuando uno pasea por las principales ciudades y por la capital, La Paz, pero sobre todo en El Alto.

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En la feria aymara de El Alto se puede encontrar cualquier cosa, lotes de ropa usada para la toda la familia, coches de no se sabe qué mano «refabricados», objetos de decoración hechos de reciclaje, sacrificios para rituales religiosos, electrónica… más bien se podría decir que todo El Alto es un mercado, un pequeño Hong Kong en potencia que se estima mueve 1 millón de dólares al día.

Rompiendo las fronteras de La Paz

Hay dos plazas contiguas en la capital boliviana que representan la división social del país durante los últimos siglos. Una aloja al ayuntamiento y el banco nacional; la otra la cárcel colonial y la Misericordia. Una representación urbanística de lo que el sistema socioeconómico boliviano te ofrecía según nacieras en un mundo u otro. Dos lugares de tránsito exclusivo, sin posibilidades de encuentro. Fronteras imaginarias ahora rotas para disgusto de la población más asentada de la ciudad.

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Si algo tiene la cultura aymara es una arraigada tradición comercial. Durante las tres últimas décadas han aprovechado la globalización de los pequeños para constituirse como una nueva élite económica. Les llaman la «burguesía aymara». Su modelo de sostiene sobre una economía comunitaria que fija como único objetivo el progreso y se basa en la acumulación de capital como fórmula de crecimiento. Si en Europa o EE.UU el modelo de «hombre hecho a sí mismo» era aquel que empezaba repartiendo el correo, haciendo los recados o pulsando el botón del ascensor para convertirse en el dueño de un gran holding empresarial, en Bolivia su equivalente sería la mantita con la que arrancan sus ventas en el mercado de El Alto los emigrantes recién llegados a la ciudad.

Sobre esa manta, con los primeros ingresos y créditos comunitarios, se construirá la primera planta de una edificación en la que abrirán un negocio más próspero. Cada nuevo piso alzado supone la llegada a un negocio con mayores márgenes comerciales que va a permitir financiar la siguiente planta y con ella el siguiente negocio o la integración de miembros de la familia llegados del entorno rural. Pero tampoco se trata de una carrera hacia el infinito. A partir de un cierto volumen de ingreso, llega la preocupación con hacer que las cosas sean bonitas, y con ella aparece la nueva arquitectura «choloburguesa». La viva expresión de la abundancia en colores, donde la omnipresencia del dorado, la simbología tradicional aymara, y la libre interpretación de las arañas de cristal estilo imperio, convive sin ningún pudor con el mobiliario de plástico.

Mercedes Quispe vende autos usados los jueves y domingos en la feria 16 de Julio de El Alto. Los autos los importa de la zona franca de Iquique, donde los compra a revendedores paquistaníes. El resto de la semana vende teléfonos celulares al por mayor en pequeños pueblos en el Norte y Este de Bolivia. Los celulares se los proporciona su hermano, que importa una variedad de productos de China y que también tiene contratos con empresas formales para el aprovisionamiento de materiales, desde cables de alta tensión hasta uniformes e insumos para su tienda de muebles. Toda esta actividad comercial reticular genera una valiosa combinación de conocimientos sobre mercados locales y externos, localismo y cosmopolitismo, al tiempo que propicia que los linajes tradicional-familiares se transformen en vínculos socioeconómicos de más largo alcance.

La aventura de la globalización aymara

En la práctica, El Alto no ha visto barreras al desarrollo comercial y a la acumulación de capital. Las rentas por escolarización, y los programas de bolsas de ayuda iniciados con la llegada de Evo Morales a la presidencia en 2006 han suplido parte de las carencias de coberturas sociales que antes recaían sobre las familias y la comunidad. Pero la otra clave en esta ecuación del ascenso social de una nueva clase económica indígena es China. Fieles a su tradición comerciante, las distancias kilométricas para comprar mercancía lo mismo les sitúa en la frontera con Chile, Perú o Argentina con tal de dar con aquello que pueda ser revendido nuevamente en el mercado con un margen suficiente. Con el traslado de la producción a China, los comerciantes aymaras comenzaron a hacer viajes a muy pequeña escala con el dinero justo para comprar mercancía y bolsas de comida para alimentarse durante su estancia.

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La primera generación de viajantes pronto comenzó a establecer relaciones directas con las familias propietarias de las fábricas, consiguiendo incluso que éstos accedieran a adaptar los diseños de televisores y de pequeños electrodomésticos al gusto local. Sus hijos se escolarizaban al tiempo que prosperaba el negocio familiar. Hoy muchos de ellos son los responsables comerciales en el exterior, afincados en Shanhai o Shunzhu.

Estos pequeños empresarios que operaban en circuitos propios paralelos a la economía establecida comenzaron a despertar el interés de las entidades financieras a causa de unos volúmenes de operación cada vez más altos, que involucraban de forma habitual transacciones internacionales, y podían tener necesidades financieras por encima de las posibilidades de las redes de crédito comunitarias. A esto se unía el análisis de cliente que les identificaba como usuarios con bajos niveles de morosidad. Así, los bancos comenzaron a adaptar también sus procedimientos para ajustarse a las prácticas y necesidades operativas de estas nuevas redes empresariales.

Pero su capacidad de influencia no queda aquí, la comunidad aymara empoderada, se ha convertido en un nuevo interlocutor de interés para el Estado que es consciente de su capacidad de movilización, pero también de su capacidad para hacer las cosas realidad gracias a su vivir en el mercado. Un ejemplo: se convirtieron en la clave del éxito operativo de las elecciones de 2009. La Corte Nacional Electoral necesitaba hacerse de forma urgente con generadores eléctricos para abastecer las máquinas del nuevo padrón biométrico en las zonas rurales. Las redes comerciales aymaras accedieron a activar sus conexiones interfronterizas que hicieron posible la llegada de los generadores a tiempo para el proceso electoral.

Las críticas

Las comunidades urbanas aymaras han pasado de la marginalidad social a constituir una nueva clase burguesa. Independiente de la clase media establecida, independiente del estado, comparten un código social propio. La comunidad es soberana para aplicar medidas de control orientadas a mantener la seguridad de las actividades comerciales.

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Su crecimiento físico se realiza sobre lazos familiares extendidos, la elección de lugares para establecerse está supeditada a las necesidades económicas y sobre todo a las posibilidades comerciales.
Por su parte, la clase media tradicional acusa al gobierno de excesiva permisividad con estas prácticas comerciales que tildan de propias de un capitalismo salvaje y que, en algunos casos, no distinguen entre actividades lícitas e ilícitas como el contrabando. A los nuevos empresarios aymaras les tachan de insolidarios, por el pago de bajos salarios a miembros de su propia familia que trabajan para ellos y por la ausencia de pago de tasas públicas e impuestos. Pero son conscientes del auge imparable de una nueva clase social, hasta ahora invisibilizada, ahora empoderada económicamente y que proyecta una confianza ciega en el mercado como igualador de oportunidades y ascenso social.

Esta nueva élite, nacida del trabajo duro y el comercio transnacional, no duda en ocupar los lugares reservados a las clases dominantes de La Paz, para realizar celebraciones familiares o disfrutar de fiestas populares que cuentan con los mismos medios técnicos que las grandes estrellas del rock. Son una de las nuevas burguesías emergentes del nuevo mundo que trae la globalización de los pequeños y lo muestran orgullosos. Pueden estarlo. Son los nuevos «pies polvorientos» del mundo red y sus valores darán forma a nuestro siglo.

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Fuente: el Blog del OZZO

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