LA NACIÓN DEL DISCURSO
Hace ya más de una década que Bolivia vive de dos cosas: gas y discurso. Con los ingentes ingresos del gas los discursos parecían reflejar la realidad de un país en alza, camino del crecimiento. El verbo de los gobernantes entusiasmaba a la gente. Pero cuando el precio del gas cayó y los recursos menguaron, en el Gobierno no ha quedado otra cosa que el discurso. Y todos sabemos que de discursos no se vive.
La nacionalización de los hidrocarburos es la joya de la Corona que más se luce, cuida, y venera el oficialismo. La nacionalización sirve para todo. Con eso S.E. llega al clímax de su retórica populachera. Se habla de la nacionalización como un acto heroico y salvador, cuando se sabe de memoria que nunca hubo una recuperación real de ese recurso natural, que lo que dejó riqueza para el país fue la ley del IDH, aprobada durante el gobierno de Mesa. Y menos mal que no hubo una auténtica nacionalización porque esta sería la hora en que estaríamos mendigando.
No en vano, con las caídas de las reservas de gas por falta de inversiones, el Gobierno está con los pantalones abajo, ofreciendo incentivos y regalos a las empresas transnacionales para que vuelvan a invertir en Bolivia. En medio del fiasco, S.E. y su Vice siguen hablando de que el Estado Plurinacional es el centro energético de Sudamérica. No sabemos qué dirán al respeto Brasil y Argentina, que son los más autorizados para opinar. Tampoco sabemos qué dirá Chile, observador lejano de los delirios que nos produjo creernos una potencia emergente entre las ruinas. ¿Lo harían tan mal los neoliberales? ¿Será cierto que antes sólo reinaba la anti-patria?
La vocería del Gobierno en los últimos meses la ha asumido – seguramente que con permiso del jefe – el Vicepresidente. Hábil manipulador de datos estadísticos y mucho más de la historia nacional y de las ideologías políticas, frenético comunicador sin rivales en su partido ni fuera, dueño y señor en los medios informativos que alucinan con su verbo, se ha olvidado de sus funciones congresales para convertirse en componedor de todos los entuertos habidos y por haber y de crear otros nuevos.
El Vice arma su taller investigativo en una pared – tal como hace el FBI o la CIA – con fotos, flechas, círculos, nombres, apellidos, borrones, días y meses, y aborda desde el «caso Zapata» (que lo maneja muy bien), pasando por la economía, la justicia, el Silala, la educación, la Iglesia, Maduro, Huanuni, los gringos, La Haya (vamos ser tan poderosos como Chile en 10 años más), el narcotráfico, los discapacitados, y así, sin pausa,tal como se presentan los temas. Y lo formidable es que sin que haya remedio para nada el Vice discursea y amenaza. Habla pronunciando su español de acuerdo a la calidad de su auditorio (culto, normal, o masista), mira inteligentemente casi hipnotizando, mueve las manos con arte de mago o de exquisito chef, y puede discursear ad infinitum.
A falta de realizaciones los discursos llenan a veces ciertas ansiedades, adormecen, pero, como decíamos, de discursos no se puede vivir. Venezuela es el ejemplo más espantoso, al extremo de que a la Revolución Bolivariana no le deben quedar más de algunas semanas de vida, pocas. Llegará el momento – lo vemos cada día más cercano – en que en Bolivia, con 7% de déficit fiscal, 3 mil millones de verdes menos en las reservas del Banco Central, reducción drástica de la inversión extranjera directa y total falta de austeridad en el gasto, la bonanza de ayer se esfume del todo y el asunto periclite.
Ya veremos que hacen S.E. y el Vice cuando la situación se torne caótica. Desde luego, discursos y más discursos. Invectivas furibundas contra quienes se oponen a un nuevo referéndum para habilitar nuevamente al dúo perdedor. Y palos a lo que queda de la prensa independiente, a quienes forman «el cartel de la mentira». O como ha dicho el Vice el miércoles pasado, nada de perdón para la «mafia mediática-política», donde, además de periodistas, entran en la acusación abogados y políticos. Ha dicho que esa mafia le mintió a Bolivia y que «los responsables deben ir a la cárcel». ¿Pero esto no es una locura? ¿Acaso no han salido del país abogados y periodistas en busca de seguridad? Todo para que S.E. diga que quien se va al exterior es porque le teme a la justicia. ¡Claro que le temen a la justicia! ¿Quién no le teme al «fiscalato» impuesto por el MAS?
Los discursos continuarán cada vez con mayor violencia, pero no van a conducir a nada que no sea atemorizar a algunos y a polarizar a la nación entera. Porque, repetimos, antes los discursos encendían de patriotismo y ahora asustan o aburren.