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PENSADORES DEL ORIENTE BOLIVIANO

Daniel A. Pasquier Rivero

Se presentó en la Feria Internacional del libro de Santa Cruz de la Sierra 2019, la obra ‘Pensadores del Oriente boliviano’, promovida y auspiciada por el INSTITUTO DE CIENCIA ECONOMÍA EDUCACIÓN Y SALUD (ICEES). Este Tomo I adelanta que hay otros en preparación y de pronta publicación, porque así de rica e importante es la producción de intelectuales del Oriente.

La justificación de la obra reside en poner al alcance del lector del país nombres, documentos y aportes principales de intelectuales con la característica común de ser cruceños, benianos o pandinos, es decir, bolivianos con origen en el Oriente. Esto simplifica la exposición, al no requerir detalles de las limitaciones obvias a las que han sido sometidos pueblos considerados y tratados como la periferia en una nación todavía en construcción y, por tanto, con frecuencia tildados de carecer de visión “nacional”, de ser “provincianos”, con la intención velada de disminuir méritos, ya que no se concibe en un Estado hiper-centralista desde su nacimiento, que algo bueno pueda gestarse ajeno al centro de poder.

Sin embargo, esta obra sobre «pensadores» del Oriente, demuestra la presencia y la producción intelectual de alto nivel entre orientales, que expusieron sus ideas y estudios desde una región, sí, pero con visión abarcadora no solo nacional, si no en muchos casos con alcance internacional, y en diversas etapas de la historia del país. Quedan registradas aportaciones señeras de un rico acervo del pensamiento de insignes intelectuales, que sorprende a veces por su audacia, siendo como era Santa Cruz por entonces, un pueblo aislado casi de todo el mundo. A pesar de todo, se le retacea el reconocimiento, en parte por desconocimiento y, en parte, por esa actitud de negación de méritos por tanto y tan largo tiempo. En el primer tomo de esta obra de mayor aliento, se reflejan los valores intelectuales del pasado y del presente, porque se encuentra una continua producción y una línea de pensamiento que, ciertamente, alcanza reconocimiento y adquiere validez hasta universal.

Sin embargo, se descubre en los autores y en su producción una primera característica: el oriental ama, se podrá decir, apasionadamente, la tierra que lo vió nacer. Una profunda huella impresa en su espíritu por el medio testigo de su paso, donde aflora con facilidad la mención y la contemplación a lo vasto de su territorio, la magnificencia de la naturaleza expresada en bosques, ríos, montañas, llanuras infinitas repletas de flora y fauna inimaginable. Parece dar forma a su ser, a su cultura, a su visión, pletórica de cantos a la libertad, progresista, ajena al pesimismo y al pensamiento derrotista, condiciones notables y destacadas por cuanto visitante extranjero llegó a estas tierras. Tan notoria característica que pasa por encima de hechos para otros posiblemente motivadores de nostalgia pero también de frustraciones. Registra y otea el horizonte como prendado del futuro. Celebra y festeja el 6 de agosto como el Día de la Independencia, cuando en realidad sabe que como cabeza de la Gobernación de Mojos y Chiquitos, Santa Cruz logró y declaró solemnemente su Independencia el 14 de febrero de 1825, tiempo de la Bolivia en período de gestación. Pero se integra a la conformación de la nueva República con cabeza andina el 6 de agosto, aportando más de 1.700.000 km2 de territorio, mucho más de lo que tiene hoy toda Bolivia. Porque la mala administración del Estado boliviano ha dilapidado la herencia del Oriente: más de lo que sumarían La Paz, Oruro, Potosí y Cochabamba juntos se han perdido o entregado por un plato de lentejas. Y nadie llora por ello. El Oriente ha sido generoso, a tal punto que en vez de estar haciendo cuentas, se compromete una y otra vez en la construcción de una nación donde todos tengan lugar, sin discriminación ni exclusiones reales, no solo en papeles, de acuerdo a los tiempos.

A los orientales se los ha tildado de flojos, demostrando desconocimiento total, pues el trabajar como seres racionales es de seres inteligentes. En estos lares se forjó una cultura de trabajo ligado a la honestidad, como condición ética para un verdadero progreso. La permeación de ideas cristianas en toda su conducta, reconocida como tradicional, nos hace desconfiados del enriquecimiento rápido. Hasta hace poco tiempo la plata fácil no era bien vista. El habitante del Oriente abrió surcos donde todavía no existían carreteras ni pavimento. Celoso de su abolengo aprendió desde la cuna a cuidar su nombre, y su honra. No hacían falta notarios para que un contrato, un trato, se cumpliera. Es cierto que en cualquier sociedad hay excepciones, pero entre los cruceños «la hospitalidad», la solidaridad, se ha convertido en ley. Sin confundir, porque al que llega se le exige respeto, retribución en trabajo, sacrificio, en pro de la tolerancia y convivencia pacífica. Ajenos a nuestra manera de ser son los enfrentamientos, el rencor, el enriquecimiento ilícito, la soberbia. Ha predominado el pensar en grande, quién lo diría, siendo hasta hace poco pueblo tan chico.

Hoy se analizan todavía, solo se analizan, propuestas que salieron del Oriente hace más de 100 años. Y no fueron discursos, solo palabras. El Memorándum de 1904 recoge propuestas integrales para el país, fruto de la formación alcanzada en una escuela que llegaba a la mayoría, en contraste a la realidad en otras regiones. La apertura mental de los orientales fue proverbial y notorio a los que llegaron de a buenas, que se contagiaron y contribuyeron a darle jerarquía a la educación y los buenos modales. Hemos sido nutridos por todas las sangres y todas las culturas del mundo. Casi dos siglos después, y habiendo gozado de recursos y oportunidades, una vez más, la pésima administración del Estado ha truncado el desarrollo y progreso de una nación; la riqueza material ha crecido, pero hay todavía entre nosotros demasiada pobreza, miseria, donde los derechos significan muy poco cuando lo que no existe son fuentes estables de trabajo. La pobreza sigue, con los mismos rostros. Bolivia se ha empecinado en cerrarle el camino al progreso de su propia gente.

Otra línea maestra del aporte de intelectuales orientales a la construcción de la nación ha sido en relación al poder. El oriental es un ser para la acción. No retrocede ante el reto y rehuye la palabrería. Por eso quizás está en tercer lugar su relación con la política. No le ha sido de especial atractivo, comprensible por las primeras dos razones. Sin embargo la preocupación por el porvenir, por el futuro de la patria, ha sido constante. Ninguno ha retaceado su concurso donde se le ha requerido. Pero no hay vocación para ser funcionario, burócrata, gana plata en sentado. Entiende que se mueve mejor en escenarios de mayor libertad. Ha buscado permanentemente la descentralización del poder económico y político. El oriental siente que no nació para ser esclavo. Entre sus amores, el amor a su libertad. Por el contrario, la historia de Bolivia está rica en gestos de abandono a todo lo que estaba fuera del centro minero y oligárquico del país, maltratado, por el desconocimiento físico del territorio y sus posibilidades. La dejadez de lo periférico, la improvisación en la cosa pública y, ante todo, el abuso llevado a extremos paranoicos son escenas repetidas en distintas etapas de la historia nacional. Esto ha inducido a reclamar de forma permanente más participación en las decisiones del Estado y, en consecuencia, a proponer en repetidas ocasiones la desconcentración del poder. Propuestas siempre mal entendidas por «el centralismo» y que fueron aprovechadas para repetir con machacona insistencia en el espíritu separatista del Oriente. Las sindicaciones, en lugar de ir desapareciendo ante tantas evidencias del concurso del Oriente al país, se siguen repitiendo con tozuda estupidez. Pero lo cierto es que se nota entre los orientales cierto desinterés por ejercer el poder. Solo la exigencia de hacer respetar su libertad y su derecho a la propiedad sobre bienes alcanzados con sacrificio y de forma honesta, ha ido cambiando su actitud. El hastío a oír más discursos monótonos y sin soluciones choca con el concepto arraigado de racionalidad sobre el Estado, presente muy pronto entre los pensadores orientales. Se puede reconocer a través de los aportes intelectuales a lo largo de la historia de nuestros pueblos; un espíritu forjado en la idea de que no nacimos esclavos ni estamos dispuestos a rifar nuestra libertad, frente al Estado ni frente a caudillos ensoberbecidos en el poder.

Queda la impresión al terminar de leer Pensadores del Oriente boliviano, que los mencionados en este volumen, así como los autores de los Ensayos (hay que destacar que entre ellos hay no orientales), forman parte de una gran epopeya convertida en poesía, inspiradora y motivo de lucha. Difundir su lectura y conocimiento, en especial entre los más jóvenes, dará realce y sentido a este esfuerzo.

(20190605)

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