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A Aramayo le aplicaron una técnica de tortura desarrollada en Guantánamo

Por: Andrés Goutier

Andrés Goutier

“Dos policías escoltas se ensañaron conmigo. Desde la puerta del penal me encadenan y me llevan hasta el cruce de Senkata. Me pide 100 dólares para quitarme las manillas. Yo me niego… Iba con la mochila en la espalda, las manillas en la espalda. Llego a Cochabamba seis horas después. Mis manos estaban adormecidas y sangrando mis muñecas. Me encadena en la puerta de la movilidad y se baja a comer su almuerzo. Cuando termina, viene y me pide para su almuerzo. Yo me niego. ‘No tengo plata ni siquiera para que coma yo’, le digo. ‘Cagas, vas a ir a dormir a Montero’, me dice, y me enmanilla con las manos delante, hasta Montero. Cuando llegamos a las 4 de la mañana, allá no pude entrar a la cárcel, y me hacen pasar hasta Santa Cruz. Sin comer, sin beber, sin tomar medicamentos y con las manos sangrando a la audiencia con esa jueza Albania”.

Este testimonio, del 4 de julio de 2019, es uno de los muchos que el Instituto de Terapia e Investigación (ITEI) le tomó a Marco Antonio Aramayo desde 2017 en la cárcel de San Pedro, hasta su muerte. El ITEI,  una organización de derechos humanos y salud mental, creada en el país en 2001 para brindar atención gratuita a personas que sufren tortura y sus secuelas, acompañó a Aramayo desde 2017, desde cuando registró todos sus testimonios. El ITEI prepara un libro sobre este caso, considerado por esta institución como la viva representación de una justicia sometida al poder y que se ensañó con una persona hasta su muerte, el pasado martes 19 de abril.

Andrés Goutier, uno de los fundadores del ITEI, acompañó a Aramayo durante los últimos cinco años. Goutier vio de cerca, muchas veces con impotencia, las penurias por las que pasó, y en esta entrevista describe el sufrimiento al que fue sometido el que fuera director del Fondo Indígena, cuyo suplicio comenzó cuando denunció uno de los casos de corrupción más escandalosos protaganizado por el gobierno del MAS.

¿Cuándo se contactó Marco Aramayo con el ITEI?

Desde 2018 trabajamos en cárceles, pero en la de San Pedro hemos comenzado a trabajar, en demandas precisas, desde 2015, con el caso del bebé Alexander. Fue la abogada de ese caso que me contacta con Aramayo, y él, viéndome trabajar, un día, en 2017, se contacta conmigo y  ahí se entabla una relación que duró hasta su muerte.

¿Cómo fue el primer contacto con él y qué le comentó en ese momento?

Primero me expuso su situación. Hablamos del tipo de vida que se le ha impuesto. Le impusieron 256 juicios, le sometían a viajes largos, eran viajes de tensión tremenda, porque esos viajes no estaban organizados teniendo en cuenta su salud. Eran arbitrarios. Tenía que ir una vez a un lugar, al día siguiente a Obrajes, después de una pausa a Tarija, a Oruro…. Desde un principio en esos viajes sufría maltratos. Siempre viajaba sin previo aviso y los viajes siempre eran por tierra, incluso a Santa Cruz. Eran policías del exterior de la cárcel que lo buscaban.

Al comienzo tenía algo de plata y después ya no. Lo perdió todo defendiendo su causa. Entonces los policías le decían: “usted tiene que pagar”. Él decía que no tenía plata. Y desde el momento en que él ya no les daba dinero, no le daban de comer durante los viajes. Cuando ellos iban a comer, lo dejaban en el vehículo enmanillado.

Cuando le llevaban de viaje, ¿nadie le proveía de dinero?

No le daban nada. Como no le avisaban de los viajes, no podía ni proveerse. Viajaba sin comida ni bebida. Y muchas veces lo han hecho viajar sin sus medicamentos pese a que él los necesitaba porque tenía problemas cardiovasculares y de alta presión.

¿Qué tipo de torturas le aplicaban a Aramayo?

Hace dos años hablé de la “non touch torture”, que es la tortura sin tocar. Es una técnica que se desarrolló en Guantánamo. Eso le aplicaban a él. Lo torturaban sin dejar marcas. Lo hacían viajar con las manos atrás por horas y horas, sin comida ni bebida. Y después de los largos viajes, no tenía la posibilidad de descansar ni tiempo para prepararse para sus audiencias.

Ese sistema de tortura se volvió lacerante para él, traumático, porque le creaba una tensión constante. En el instante en que le decían que tenía que viajar, ya entraba en una fuerte tensión por todo lo que le esperaba.

Pero no sólo eran los viajes lacerantes…

Tenía que soportar juicios sin reglas, que nunca tomaban en consideración su argumentación, su situación de salud. Nada. Sufría aberraciones.

¿Usted presenció algunas de sus audiencias?

Estuve dos veces acompañándolo. Eran juicios aberrantes.

¿Por qué?

En una de las audiencias, acá en La Paz, en la cárcel, el abogado no mostró ningún fundamento de todo lo que exponía. Y el juez, que escuchó la exposición, mantuvo la detención preventiva. Era evidente que para él nada valía. Y así han transcurrido audiencias y audiencias sin fundamentos, sin pruebas. Yo estaba furioso en esas dos sesiones, pero no podía decir nada. ¿Cómo es posible que un ser humano tenga que ser sometido a eso por un organismo que se supone vela por el ciudadano?  He visto cómo el señor Aramayo ha tenido que tragarse las barbaridades que escuchaba sin poder defenderse debidamente. Eso es un ataque a la psique humana tremendo. Esto ha sido una tortura “non touch torture” constante.

Y no sólo sufría el “non touch torture…”.

Apenas llegaba a su destino después de un largo viaje lo metían a la cárcel, al calabozo. No podía descansar. No le daban de comer ni beber. Eso es tortura biológica. También ha sufrido violencia física. Todo el tiempo la justicia quería quebrarlo.

¿Cómo es que la justicia quería quebrarlo?

Él ha recibido varias visitas. Le han propuesto darle libertad a cambio de que reconozca hechos que nunca ha cometido. Vinieron unas dos veces para hacerle esa propuesta. Y cuando volvieron una tercera vez, él ya no los quería recibir. “No los quiero ver, que se vayan”, decía.

¿Y quiénes eran los que iban a hacerle la propuesta?

Él suponía que era gente del Gobierno.

¿Por qué no los quería recibir?

Porque querían negociar su libertad, pero él ha sido muy consecuente. Siempre ha querido dar fe de la justicia. Siempre creía que en algún momento la justicia va a reconocer su error. Siempre creía que algo va a pasar de manera que quede libre.

En el tiempo que lo visitaban, ¿lo han visto quebrarse?

Hasta la pandemia, tenía altos y bajos. Había momentos en que le venía la impotencia, la desesperación y la rabia. Incluso a nosotros del ITEI nos decía por qué no hacemos algo, y lo entendíamos muy bien. Era desesperante su situación. Aunque el abogado hacía su trabajo, siempre la justicia encontraba cualquier pretexto para no reconocer su argumentación.

Yo le decía que en el país las puertas están cerradas y que debe acudir a instancias internacionales, a Naciones Unidas o a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Yo  ya no veía una puerta. Y había suficientes pruebas de que la justicia en el país era incapaz de llevar adelante este juicio.

Sin embargo, antes debían agotar las instancias nacionales.

Pero hay un acápite que dice que si se muestra que no se puede realizar un juicio justo, se puede ir a organismos internacionales. Y él lo hubiera podido hacer. Al final lo hicieron, pero ya fue demasiado tarde.

¿En algún momento él tenía en mente a alguien como el causante de lo que le estaba pasando? ¿Identificó a alguien?

Él tenía muy presente la frase de Evo Morales, cuando éste lo acusó de ser “doblemente delincuente”. Tenía muy presente esa frase porque, primero, era un insulto para él, ya que nunca ha sido delincuente; segundo, tenía muy presente que una palabra del Presidente iba a tener mucho peso en una justicia sumisa.

La declaración de Evo Morales debió ser para él como una sentencia…

En ese momento él tomó conciencia de la dificultad que se le venía a partir de lo que dijo el Presidente. Pero siempre ha confiado en que la justicia tenía algún grado de independencia, que iba a hacer su trabajo. No perdía la esperanza.

Pese a lo que vivía, ¿qué le hacía mantener la fe en la justicia?

No sé de qué lugar, no sé si de Beni o de Pando, me llamó para decirme: “han sobreseído mi caso”. Estaba feliz. Le sobreseyeron en uno de los 256 juicios. Para él fue un signo de esperanza. Era una pequeña luz.

¿Cómo ve que a una sola persona le carguen 256 juicios?

Es mortal. Tanto es así que una vez me dijo: “quisiera tener un momento de paz. Quisiera que me dejen en paz”. Porque apenas se presentaba en un caso, tenía que prepararse para el juicio siguiente. Iba a Oruro, después tenía que ir a Tarija. No le daban respiro.

Cuando dijo: “quiero que me dejen en paz”, ¿a qué se refería?

A las audiencias, a los viajes que eran una tortura. Una vez tuvo un accidente porque el policía chofer se durmió. El vehículo era viejo. Que yo sepa, nunca viajó en flota. Ya estaba cansado también de enfrentar una justicia que lo que buscaba era sólo inculparlo, inculparlo e inculparlo. La presunción de inocencia, en su caso, era letra muerta.

¿Realmente confiaba en que un día iba a salir de la cárcel?

Tenía confianza en que saldría libre. Tenía la esperanza de que su caso iba a ser evaluado por especialistas nacionales e internacionales, que la justicia iba a reconocer su error.

¿Vio usted que tenía sed de venganza?

No. Sólo quería que se haga justicia. Él sabía que el Gobierno estaba detrás de él pero, a la vez, cuando estaba delante de jueces y fiscales, explicaba su situación después de haberse preparado seriamente. Él no perdió la fe en el ser humano, porque siempre fue honesto, por eso nunca cedió a ninguna oferta que le hicieron. Si no hubiera creído en la justicia, hubiera mandado a todos a la mierda y se hubiera rendido. No hubiera hecho ningún viaje más porque era una burla.

¿Alguna vez temió que iba a morir preso?

Él sabía lo que le pasó al expresidente del Servicio Nacional de Caminos José María Bakovic. Él estaba seguro de que quienes estaban detrás de él, querían que le ocurra lo mismo que a Bakovic. Pero él decía: “conmigo no lo van a lograr”. Siempre lo mencionaba. Él luchó hasta el final.

Su situación de salud tampoco era tomada en cuenta.

Algo que tiene que ser discutido también es cuántas veces los médicos han fallado. Nunca los médicos hacían respetar su opinión respecto a la gravedad de su salud. Aún estando mal, los policías lo llevaban a la fuerza a su celda. Cuando pedía ayuda médica, nadie iba a la cárcel. Marco Antonio no debía morir, y se ha muerto también por una responsabilidad médica.

Lo han doblegado…

Lo han destrozado. Ninguno de sus viajes fue por avión. Lo han hecho viajar aún cuando estaba con covid. Cuando hizo el último viaje a Santa Cruz, justo antes de su muerte, ya estaba mal. Cuando llegó a Santa Cruz, no reconoció a su esposa, no reconoció a su hijo y tampoco a su abogado. Lo maltrataron hasta el final. Acá, en La Paz, el gobernador de San Pedro dijo que fue andando al hospital… Y sí, salió andando, pero arrastrando sus pies y sostenido por cuatro reclusos.

¿Cómo evalúa usted este caso? ¿Cómo podría tipificarlo?

Es el caso emblemático, por excelencia, de una justicia disfuncional, en la que justicia y derechos humanos son antípodas, donde la una no va con la otra. Es un caso que muestra un mundo donde los funcionarios están dispuestos a hacer lo que sea, como en la época nazi, con tal de salvar sus cargos. Es como en los campos de concentración, donde los funcionarios cumplían las órdenes, aunque ellas significaran la muerte.

Este caso significa inhumanidad. Han hecho lo que debían de hacer por orden de arriba. Es el estado mental en que se encuentra la justicia actual. Se pueden hacer todas las reformas legales que se quiera, pero una verdadera justicia con este tipo de funcionarios no tiene futuro.

Se tiene que cambiar radicalmente no sólo el sistema, sino el potencial humano. El caso Aramayo mostró a un solo juez que actuó con ética e independencia (se refiere al caso sobreseído).

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