La aventura de la fe: las misiones jesuíticas en Chiquitos
Artículo de la revista Verbo que describe a Santa Cruz durante la época virreinal de la monarquía hispánica
Por: Cristián Garay Vera
Original: Revista Verbo Nº 373-374 (1999). Pp 311-322.
Tomo un camino agreste en un vehículo, la «movilidad» como le llaman los bolivianos, que me lleva de San Ramón a San Javier, la primera de las Misiones que se sitúa en la ruta que va desde Santa Cruz de la Sierra a la tierra de los indios Chiquitos o Chiquitanía, edificada en 1691 y cuyas estructuras de madera han sido completamente restauradas. La selva, ofrece un hermoso paisaje donde un pasto bajo alterna con solitarias pero numerosas palmeras. A veces las crestas de los montes están coronadas por estos árboles, semejando una corona. Pero aun disfrutando de este hermoso paisaje, permanece el calor sofocante en la ruta que nos lleva a un apacible pueblo donde funcionan las únicas misiones en que subsiste en actividad de la antigua Provincia Jesuita del Paraguay.
Es el punto final de un periplo que ha empezado, como de costumbre, en un historiador en relatos y crónicas y que se ameniza con el auge de la llamada música de las Misiones proveniente de un riquísimo archivo conservado por varios siglos por los descendientes de aquellos chiquitanos del monte que se agruparon —y persistieron— alrededor de las Misiones.
El capítulo boliviano
Hay un libro justamente dedicado al tema debido al conocido historiador Alcides Parejas y un compañero de labores. Se denomina Chiquitos. Historia de una Utopía publicado por la Universidad Privada de Santa Cruz (UPSA) en 1992. Es curioso que un tema tan abordado como el de la Provincia del Paraguay no haya dado más que en tiempos muy cercanos para su prolongación boliviana. Razones en todo caso no faltan: la labor de la Orden en toda América del Sur fue tan inmensa —abarcando cinco focos principales[1]— que era lógico que su capítulo más glorioso y edificante se centrara en su parte demográficamente más importante, en lo que hoy día es territorio paraguayo y también argentino (Provincia de Misiones). Reducciones que enfrentaron tanto a los vecinos de Asunción como a los temibles traficantes portugueses que llegaron en una sola ocasión a esclavizar hasta tres mil guaraníes. Por estas precisas circunstancias, los guaraníes fueron los únicos indígenas autorizados por la Corona a tener armas portátiles, de manera provisoria en 1645 y permanente en 1696, así como cañones, formados militarmente repelieron a los traficantes de esclavos en cruentas batallas y sus servicios fueron también requeridos varias veces por las autoridades fuera de las fronteras de la Provincia Jesuítica del Paraguay.
Treinta pueblos jalonaron esta obra. Existe además una película, La Misión, protagonizada por Robert de Niro, que si bien contiene numerosas confusiones históricas y una cierta dialéctica liberacionista, trasluce algo de la grandeza de la empresa evangelizadora. La bibliografía sobre el tema es lo suficientemente amplia para no hacerla un tema desconocido[2].
Distinto es el caso de la Chiquitanía[3]. Ello se explica en primer lugar por la lejanía del territorio, al que aún hoy demora cinco a ocho horas internarse desde Santa Cruz de la Sierra, una de las más inaccesibles provincias bolivianas. Extensión del Pantanal brasileño, cuya ruta se conecta con el Mato Grosso, más cercano al paisaje paraguayo y boliviano, la región tuvo un precario desarrollo en relación a los centros de Potosí y Sucre. Sin oro ni plata, con un clima definido por algunos como insalubre, en verdad tropical, la zona vegetó en la pobreza y el aislamiento de la Audiencia de Charcas cuyo corazón estaba en los valles y en el altiplano.
La misma existencia de la ciudad, fundada por Ñuflo de Chávez, revistió caracteres equívocos. Éste arribó a la zona buscando la mítica ciudad de «el Gran Paitití» o El Dorado en 1534. No la encontraron y la zona les pareció adecuada para una traza urbana. La resistencia de los indios, el clima, el escaso rendimiento económico, la distancia respecto de otros centros, hicieron que la ciudad transcurriera su vida sin mayores luces hasta entrado el siglo XX.
Por otro lado, la insistencia de las críticas eclesiásticas contra el proceder de los conquistadores explica la adscripción de las tierras de los indios chiquitos a la Provincia Jesuita del Paraguay creada en 1607 y que también abarcaba jurisdicción para puntos de Argentina, Chile, Uruguay y Brasil. Las Misiones empezaron a funcionar en los alrededores de Santa Cruz y el Beni entre 1691 y 1692 reuniendo a los indios moxos y chiquitanos entre las etnias más importantes. En 1681 el Gobernador Benito Rivera y Quiroga halló cinco misiones (Loreto, Trinidad, San Ignacio, San Javier y San José) con 13.486 habitantes. En 1766, se consignaban 23.788.
El paso complementario de esta conquista espiritual es la prohibición de ingreso a las misiones de negros y españoles. La siguiente es la persuasión. Los jesuitas, principalmente centroeuropeos (bávaros, bohemios y suizos) desarrollan una extensa labor de convencimiento inculcando además de la vida sedentaria el gusto por la música, la que se cultiva de todas formas. Además los chiquitos aprenden de su maestro el trabajo de carpintería con el que se hacen muebles, instrumentos, casas e imágenes que se exportan incluso a otros puntos del Imperio aprovechando entre otros elementos las lianas para las cuerdas de las campanas y la madera del quebracho colorado para las columnas.
El Padre Schmid decía, refiriéndose a su labor: “… los Padres Misioneros… no sólo son curas párrocos que deben predicar, oír confesión y gobernar las almas, también son responsables por la vida y salud de sus parroquianos y deben procurar todo lo que se necesita para su pueblo, pues el alma no se puede salvar si el cuerpo perece«. Asombra, que para tal misión apenas dos decenas de Padres tuvieran semejante tarea. Veinte y tres para ser más exactos y sólo uno de ellos murió a manos de los indios en ese periodo: Francisco Lucas Caballero (1711) que tuvo tratos con esclavistas portugueses y que concitó por primera y única vez la furia de los conversos.
Pero en armonía, el suelo chiquitano ve levantarse las 10 reducciones se ordenan sobre una Iglesia, con techos a dos aguas, columnas de madera en su contorno, construidas en planta rectangular alrededor de las cuales, ayer como hoy, se yerguen las casas de los vecinos. Es así como se repite un modelo: el conjunto de izquierda a derecha, “mirando desde la plaza de la reducción por la capilla del Misereré o cámara mortuoria, la iglesia, el patio de los padres, con la torre, y el colegio»[4]. La primera es San Javier de 1691. Le siguen San Rafael, 1969; San José, 1698; San Juan, 1699; Concepción, 1709; San Miguel, 1721; San Ignacio, 1748; Santiago, 1754; Santa Ana, 1755, y Santo Corazón, 1760.
El auge y la caída
La prohibición de la estadía de españoles y de la tolerancia del tráfico de esclavos concitaron el encono de parte de los vecinos. Para peor la ofensiva antijesuita se acrecentaba en las Monarquías católicas que velan en la Compañía un Estado dentro del Estado. De ese modo se empezó a hacer más caso de los reportes de vecinos que afirmaban la existencia de gigantescas riquezas en manos de los Padres, de la constitución de una obediencia política ajena a la Corona y de la implantación de leyes y costumbres no aceptadas en tierras donde gobernaba efectivamente el Rey.
Carlos III, finalmente, ordena la expulsión de los jesuitas el 13 de octubre de 1767, la que se lleva a cabo sin dilación.
Es curioso cómo los argumentos de Estado nunca tuvieron en cuenta la labor de soberanía de la Orden. Ésta sujetaba los territorios más inaccesibles de la Corona en lugares donde el imperio de la ley hispana se hacía más retórico que concreto. Tejas, la Alta y Baja California, Nuevo Méjico, que teman por vecinos al Imperio Británico y la gigantesca Provincia del Paraguay que tenía al Brasil. Su abandono fue una catástrofe política y jurisdiccional, como pronto se haría notar[5].
La experiencia jesuita ha sido analizada desde diversos ángulos. Hay historiadores que ven en su sistema un modelo socialista que descansaba enteramente en la jerarquía, y ello podría explicar la destrucción de su obra tras su salida. Pero el caso boliviano demuestra que su catequesis no era tan superficial como se pretendía y a pesar de su ausencia sobreviviría.
La persistencia
El recuerdo de la historia colonial hizo olvidar que la historia continuaba. La expulsión de los jesuitas en 1767 justificada aparentemente en la resolución de los conflictos con Portugal y agravada con el telón de fondo de la reticencia regia al poder real o supuesto adquirido por la Compañía de Jesús en sus territorios destruyó su obra en la Provincia. En la actualidad las Misiones de San Ignacio Miní, Santa Ana, Loreto y Santa María La Mayor son apenas sitios turísticos que congregan los restos de lo que fue un día un lugar bullicioso y majestuoso[6]. Producto de ello los indígenas volvieron a la selva y algunas de sus construcciones fueron ocupadas como cuarteles o depósitos durante la cruenta Guerra de la Triple Alianza en que Paraguay se enfrentó a Brasil, Argentina y Uruguay hasta su casi completa destrucción.
Pero en Bolivia nada de esto ocurrió. Los chiquitanos, sin Padres, mantuvieron sus costumbres, su civilización y su nueva cultura. Los diversos pueblos indígenas no abandonaron las misiones, fundiéndose en una sola cultura. Además, terminaron por su cuenta la Iglesia de Santa Ana y luego otras del interior de la Chiquitanía como San José de Chiquitos. De ese modo, las Misiones se mantuvieron sin variaciones hasta «los primeros tiempos de la República»[7].
La Independencia puso a los chiquitos en graves problemas. La resistencia al avance republicano inducido desde Buenos Aires y resistido desde el Virreinato del Perú y más específicamente por los realistas de Arequipa, al sur, puso en duro trance a la zona.
Ésta se definió por la Corona y fue parte de la zona que le permaneció fiel siendo duramente castigada por las tropas que comandaba el argentino Warnes, enviado por la Junta de Buenos Aires para dar la independencia a Bolivia, quien en uno de sus mayores actos de crueldad ordenó quemar el hospital de los heridos realistas con cientos de muertos. Derrotado y muerto en una sangrienta batalla, la Chiquitanía se mantuvo realista hasta la proclamación del Estado republicano. El Gobernador realista al poco tiempo entregó la provincia al Emperador del Brasil, quien no se atrevió a retenerla por la fuerza ante La Paz. Años después el mismo Gobernador ejercería sus funciones bajo la República boliviana. Un episodio que evidencia claramente el carácter tradicionalista de la zona.
Hacia 1850 Belzú suprime el sistema reduccional de acuerdo a las prácticas liberales de comercio. Además, la actividad minera incita a inmigrantes de la zona altiplánica a la explotación de la zona de Laguna Concepción y a la ocupación de tierras chiquitas. El aumento notorio de la población blanca ocasionó la creación de la Provincia de Velasco en 1880, mientras la economía se diversificaba hacia la goma, la ganadería, el algodón índigo, la caña de azúcar y el tabaco.
Los indios chiquitos tomaron diversas decisiones desde la abolición de las misiones: la integración pura y simple, «la ida al monte» y la constitución de comunidades indígenas inspiradas en los jesuitas como San Javierito, Coronación o Porvenir, que debieron luchar contra las presiones de los terratenientes y contra la presencia de inmigrantes europeos (alemanes, rusos) que han dado su sello característico a la región.
El redescubrimiento de las Misiones y su música
La zona de la Chiquitanía quedó en la orfandad desde 1850 en adelante. La autoridad eclesiástica solamente proveyó sacerdotes para los centros urbanos, con lo cual abandonó a los indígenas que habían sido desplazados de los pueblos misiones por los inmigrantes y vivían ahora en la zona rural. En 1930, sin embargo, se instaura el Vicario Apostólico de Chiquitos.
De todas maneras, en 1973 las iglesias de las Misiones fueron declaradas en ruina. Estaban deterioradas por las lluvias torrenciales y la humedad. Contrastaba su estado con su época de esplendor, cuando éstas eran un centro económico, religioso y artístico de primer orden. Especialmente en el musical, como se ha subrayado. El Padre Martín Schmid, suizo, fue uno de los compositores más importantes, pero no el único. Por lo demás, los Archivos Musicales de Chiquitos, estudiados por el musicólogo y sacerdote polaco Piotr Nawrot, en latín, castellano y chiquito, han dado por resultado que se conocían y ejecutaban autores tan importantes como Corelli, Vivaldi, Telemann y otros como Locatelli, que componían música expresamente para éstas.
Entre los autores más ejecutados figuran el Padre Martín Schmid (1694-1772) y el Padre Juan José Mesner (1703-1769), y sobre todo el italiano Domenico Zipoli (1688-1726), cuyas obras fueron interpretadas en las Misiones Jesuitas, pero también en la Catedral de Lima, donde se han encontrado sus registros[8]. Nacido en Florencia en 1688 fue alumno y como tal viajó como Maestro de Capilla a Córdoba, Argentina. Aunque nunca viajó a las Misiones, su labor fue ampliamente conocida en ellas, donde se interpreta su música tales como una Misa en Fa Mayor y otra en honor de San Ignacio ya citada.
El salvataje del hoy inmenso Archivo Musical que cada dos años congrega a sus estudiosos en los Congresos de Música de San José de Chiquitos no fue nada fácil. Es obvio que parte de esa decadencia se nutrió de ciertas interpretaciones extremas acerca del valor de la tradición en el pos Concilio. Así el Padre Laetus Grüber quemó un cajón completo de estos papeles viejos. Otras partituras fueron destinadas a papel higiénico y sólo la piedad de los feligreses la había rescatado. Parte de este milagro lo obraba su pasado colonial: la Chiquitanía había conservado uno de los pocos Cabildos indígenas operantes, lugar donde naturalmente se guardaron esos papeles sobrevivientes de la furia contra el pasado: actualmente forman parte de las 5.500 páginas del Archivo Musical de Chiquitos que han sido publicados por el sacerdote polaco Piotr Nawrot y que se encuentran en latín, castellano y chiquito.
La zona constituye en la actualidad el Vicariato Apostólico de Ñuflo de Chávez, que tiene como su Obispo a Monseñor Antonio Eduardo Béisl, alemán. Él, junto con el arquitecto suizo Hans Roth se dieron a la tarea, con apoyo de los residentes y los franciscanos de Baviera, Munich, de restaurar en 1975 el templo de la Concepción, base de la tarea que abarcó, además, después otras cuatro iglesias (San Javier, San Rafael, San Miguel y San José). «Más de trescientos campesinos trabajaron en la restauración del templo, que se inauguró recién en 1982»[9].
Ellos rescataron la tradición musical y religiosa de la zona y se empeñaron en la reconstrucción de los templos. Nuevamente los talleres de carpintería, bajo el amparo del Instituto Boliviano de Aprendizaje (IBA) volvieron a bullir de actividad. Con el examen de los planos originales reubicaron los campanarios, adornos y fachadas que el tiempo y las reformas hablan modificado. El fruto de su labor se coronó con el título dado por la UNESCO de Patrimonio de la Humanidad a las misiones de Chiquitos.
La publicación de las partituras, los Encuentros Musicales de Chiquitos, y la labor incesante de las casas discográficas ha ido poniendo este patrimonio al conocimiento del auditor: los grupos Ars Viva de México, Chanticleer de Estados Unidos[10], Ensemble Elyma de Argentina y Syntagma Musicum de Chile, son los principales cultores de esta producción que se une al redescubrimiento del barroco americano por grupos como el ya citado Chanticleer y el español Capella de Ministrers[11].
Con ella se ha descubierto, además, otro importante grupo de autores y piezas conservados en los archivos arzobispales de diversos países como Cuba, México, Perú, Chile, Brasil[12]. Algunos han provenido del trabajo paciente como el descubrimiento del Libro de Órgano de la esclava María Antonia Palacios en Chile, cuya labor principal era componer y ejecutar música[13]. También ello ha permitido dar a conocer textos en diversas lenguas indígenas hechas para el apoyo de la evangelización. Letras escritas en quechua[14], mapuche, náhuatl[15], etc., que alternan instrumentos europeos e indígenas, como en el caso de los chiquitos zampoñas e instrumentos de percusión sumados a las orquestas de cuerdas y vientos.
Para ilustrar el esfuerzo de esta labor misionera podemos centrarnos en el uso de las lenguas autóctonas. Recientemente se ha redescubierto la obra del sacerdote jesuita Bernardo de Havestadt, publicada en Europa en 1777, que es una obra musical escrita en mapudungún, la lengua de los «araucanos» descritos por Alonso de Ercilla. Ella volvió a ser interpretada en el Encuentro sobre Patrimonio Cultural del Mercosur realizado en noviembre de 1998 en la ciudad de Castro, isla de Chiloé, Chile. Es una obra extensa que ha merecido un disco compacto de Syntagma Musicum y que traslada las verdades teológicas al recio idioma nativo[16].
Ahora bien, la isla de Chiloé fue la más austral de estas misiones jesuitas. Con un clima similar al de Galicia, Irlanda o Escocia, los jesuitas arribaron en 1608, en un territorio con poblaciones nativas de tradición marinera por lo cual hubo de crearse capillas que eran usadas por dos sacerdotes a través de las «misiones circulares» que se iniciaban en septiembre y que recoman las islas y pueblos adyacentes. En medio de hostiles condiciones climáticas, llueven unos 360 días de los 365, se levantaron un conjunto muy importante de iglesias de madera que aún subsisten y funcionan.
Por cierto, todo esto se puede insertar dentro de la singularidad de la cultura hispanoamericana. La misma que surgió del impulso misional y constituyó la substancia de la nueva identidad. Sin entender este aspecto no se entiende tampoco el significado profundo del episodio de Chiquitos y se reduce todo a mero folclorismo. Por ello sorprende a los visitantes reencontrarse con la vivencia de la fe. Un crítico de arte chileno describe una misa y dice: «al atardecer, pudimos asistir a un servicio religioso impresionante que, sin duda, debe efectuarse también en las demás reducciones. En él, su población en masa partició con fervor, a través del rezo y del buen canto, en el Sacrificio del Altar para después, ya de noche, realizar una larga procesión alumbrada por velas. Los veintitantos muchachotes que, como monaguillos, ayudaron con destreza al sacerdote oficiante constituían, probablemente, buena parte de la juventud masculina de San Javier»[17].
Por ello, más allá del auge de la música misional, lo que más impresiona al acabar el siglo XX es que en el corazón de la hoy pujante provincia de Santa Cruz, el centro económico de Bolivia, están en plena actividad seis de las diez misiones que se levantaron en continuidad del espíritu primigenio que hizo de la Corona española un instrumento de la fe católica. En la fe de sus sencillos pobladores, en la persistencia de una devoción mantenida en la adversidad, se comprende mejor la esencia de un Continente que ha sido entregado a la fe por España.
Y es también un testimonio crítico de la tesis que supone de este proceso de evangelización una manipulación espúrea, llena de reminiscencias precristianas y en definitiva no aceptadas realmente. Una tesis que a menudo escuchamos en Congresos académicos donde bajo el manto sociológico se pretende aseverar que el Catolicismo americano es apenas un débil barniz de una espiritualidad sincrética y animista que se traduce en un catolicismo popular. Lo cierto es que en ella se encuentra una sólida fe, una vivencia intensa, junto a una visión del mundo que resiste la modernidad. Pero, además, la persistencia del pueblo chiquitano demuestra de un modo más evidente que en otras partes de América, cómo lo sustancial de la nueva identidad se estructura en tomo a la fe. Algo que ya habla sostenido el Padre Osvaldo Lira en Hispanidad y Mestizaje, al afirmar que la contribución del Catolicismo hispánico habla implicado un cambio radical y entitativo en la identidad americana.
Cristián Garay es profesor titular en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago. Director del Magister en Político Exterior y de la Cátedra Manuel Bulnes sobre Sociedad, seguridad y defensa de esa misma casa de estudios. Doctor en Estudios Americanos por la Universidad de Santiago de Chile y Doctor en Geografía e Historia por la Universidad Nacional a Distancia de Madrid. Licenciado y Mágister en Historia por la Universidad de Chile. Alumni de cursos de contraterrorismo y política de defensa por la National Defense University/CHDS
[1] La región de Caranaré (Venezuela-Brasil), Maynas (Perú-Ecuador), Mojos (Beni, Bolivia), Chiquitos (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia) y Guaraní (Paraguay).
[2] Entre otros libros: BEATRIZ FERNÁNDEZ HERREROS, La utopia de América: Teorías, leyes, experimentos, 1992; ALBERTO ARMANI, Ciudad de Dios y ciudad del sol: el «Estado» jesuita de los guaraníes (1609-1768), FCE, México, 1982; RUBEN BARREIRO SAGUEL y JEAN PAUL DURIOI.S (editores), Tentación de la utopía, las misiones jesuíticas del Paraguay, 1991. Para fuentes ver Cartas Anuas de la Provincia Jesuítica del Paraguay: 1632 a 1634, 1990, y del P. RUIZ DE MONTOYA, Conquista Espiritual del Paraguay.
[3] También hay una escasa bibliografía que ha aumentado en los últimos años con los trabajos de Alcides Parejas. Anterior a esa producción están JOSÉ CARDUS, Las misiones franciscanas entre los infieles de Bolivia, S/c Barcelona, 1886, y WALTER HERMOSO VIRREIRA, Tribus selvícolas y Misiones Jesuíticas y Franciscanas en Bolivia, Editorial Los Amigos del Libro, La Paz-Cochabamba, Bolivia, 1906. Un libro general y siempre útil es el del Padre CONSTANTINO BAYLE, La expansión misional de España, Editorial Labor, Barcelona, 1946, 2ª edición (original, 1936)
[4] Arte en tierra de Misiones, WALDEMAR SOMMER, Cuerpo Artes y Letras, 16-II-1997, Diario El Mercurio, pág. E 11.
[5] A poco de la independencia de Bolivia un sector importante de Santa Cruz de la Sierra pasó a manos del Imperio del Brasil como en el extremo norte del ex Imperio español, Méjico perdió la zona de Tejas y luego todas las provincias al Norte del Río Bravo, que Estados Unidos denomina Río Grande.
[6] Se edificaron 30 misiones, de las cuales subsisten en ruinas 8 en Paraguay —destacándose Jesús, Trinidad, Santos Cosme y Damián—, 7 en Brasil y 15 en Argentina.
[7] LORETO CORREA, compiladora, Santa Cruz en el siglo XIX. Ponencias presentadas en el ll Ciclo de Historia Cruceña, Editorial Universitaria, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1997, pág. 76.
[8] CD Domenico Zipoi. Vépres de San Ignacio, Emseble Elyma (Argentina), dirección Gabriel Garrido, Sello K617, Francia.
[9] «La Chiquitanía, Bolivia, el tesoro escondido«, XIMENA URRÉJOLA, Revista del Domingo, 23-III-1997, pág. 10, Diario El Mercurio, Santiago, Chile. Para la Música de Chiquitos fuera de los dos CD oficiales del Segundo Festival de Música Barroca y Renacentista «Misiones de Chiquitos», realizado en 1998, está Música de las Misiones de Chiquitos, dirección Leonardo Waisman, Melopea Discos, Córdoba (Argentina), 1992.
[10] CD Mexican Baroque, Chanticleer, Teldec, núm. 4509-96353-2 y Jerusalem. Maitins for the Virgin of Guadalupe 1764, Teldec, Alemania, 1998.
[11] De otros puntos del Imperio Español en América especialmente recomendado el CD La España Virreinal. Maestros de capilla de Lima (1676-1765), Capella de Ministrers, Valencia, España, 1994.
[12] Esto ha permitido conocer a compositores de otras partes del Continente como el cubano Esteban Salas (1725-1803), quizá el más importante de, éstos, así como entre otros al mejicano Manuel de Zumaya (Lamentaciones), el italiano Ignacio de Jerusalém (Misa Policoral en Re y Maitines para la Virgen de Guadalupe), y los brasileños José Mauricio Nunes (Matinas do Natal) y Manoel Días de Oliveira (Magnificat).
[13] CD Del Barroco al Clasicismo en la América Virreynal, Syntagma Musicum, Universidad de Santiago de Chile, 1995.
[14] Hanacpachap (1613), CD Carmina Latina. Sacred Cbants of Colonial Latin American, Jade BMG Records, nfim. de serir 91005-2. También en CD Música Birreinal, Conjunto de Madrigalistas de Playa Ancha, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile. Dirige Alberto Teichelman.
[15] Diositlaço Natzine, CD Música Birreinal.
[16] Parte de esta labor está asociada a la musicología europea y americana. Este caso a la tesis de Magister (Maestría) de Víctor Rondón sobre la música misional de Chiloé, cuyo texto está publicado en la Revista Musical Chilena, de la Universidad de Chile de 1998
[17]“Arte en tierra de misiones”, WALDEMAR SOMMER, Cuerpo Artes y Letras, 23-11-1997, pág. E 15, Diario El Mercurio, Santiago de Chile.