
Luis Arce ha sido funcionario público toda su vida. Ha tenido el mejor trabajo en un país donde todavía se puede llegar muy lejos sin necesidad de tener ni una sola idea en la cabeza.
Si el ex ministro de Economía viviera en Nueva York, en Londres o en Tokyo se moriría de hambre o a lo mucho sería empleado de limpieza, cavador de zanjas, podador de césped o cualquier otra labor en la que no se tenga que ocupar ni una sola neurona. Pero no vayamos tan lejos. Arce tampoco podría progresar en Santa Cruz, donde la gente se pasa todo el día buscando ideas sobre cómo producir mejor, qué novedad sacar al mercado, cuál es la promoción que más se adapta a las tendencias en auge, qué negocio puede conseguir mayor aceptación de la gente.
Para triunfar en el mundo actual se necesita ideas, para innovar, para ser más creativos, para cambiar paradigmas y ser disruptivo en un contexto cambiante. A un funcionario como Arce, lo único que se le puede ocurrir es cómo vivir de los que tienen ideas, cómo sacar provecho de los que piensan.
Por eso es que está muy empeñado en los cruceños, a los que descalifica porque supuestamente no tienen ideas. No trate de ensuciar el plato donde come, presidente, no mate a las gallinas de los huevos de oro.
Sin los cruceños, funcionarios como usted, se verán obligados a buscar cómo sobrevivir. Y de eso, usted no tiene la menor idea.