Fuente: Catholic.net
El principio doctrinal del “reinado social de Cristo” significa que la construcción de la sociedad humana no podrá alcanzar sus propios fines naturales sin ser ordenada a Jesucristo, Creador y Salvador. Él, en cuanto Creador, ha constituido la sociedad humana basándola sobre el matrimonio y la familia, sobre el amor recíproco y sobre la autoridad. Siempre como Creador, el Señor ha dado a la sociedad las reglas de la convivencia, fijando en cada cosa sus límites. Como Redentor, el Señor Jesús ha re-creado por segunda vez el mundo después del pecado y al final recapitulará todas las cosas en Sí mismo, tanto las del Cielo como las de la tierra. Jesucristo tiene un señorío absoluto sobre la historia y el mundo, porque Él es el Alfa y la Omega. Además, como escribió Joseph Ratzinger “un Dios que no tiene poder es una contradicción en los términos”. En Memoria e identidad, Juan Pablo II escribió que Cristo tiene una misión real: “A Él le están sometidas todas las cosas hasta que Él se someta al Padre junto con todo lo creado para que Dios sea todo en todo”.
Un principio todavía válido
La doctrina del reinado social de Cristo fue establecida y enseñada por Pío XI en la encíclica Quas Primas de 1925, pero ya los anteriores pontífices habían expresado su significado, como por ejemplo León XIII en la encíclica Immortale Dei. Por eso decimos que esta doctrina pertenece a la tradición de la Iglesia y, como tal, es válida también hoy y lo será siempre. Lamentablemente, a menudo se ha levantado un muro entre la doctrina social de la Iglesia preconciliar y la postconciliar. Así que se podría pensar que esta doctrina, expresada en aquel momento, hoy en día ya no es válida. Pero no es así.
La constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II afirma que “La criatura sin el Creador desaparece” (n. 36). La constitución Lumen Gentium dice que los laicos deben “ordenar los asuntos temporales según Dios”. El decreto Apostolicam actuositatem enseña que corresponde a los laicos “llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes, y las estructuras de la comunidad en que uno vive” (n. 13). Todas estas son referencias indudables al reinado de Cristo.
El Catecismo de la Iglesia Católica dedica a este tema sobre todo el apartado 2105, donde se reitera “la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas”.
Juan Pablo II enunció esta doctrina desde el primer momento, en la homilía de su primera Misa como Pontífice: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!”. Notemos que aquí el Santo Papa nos invitó a abrir a Cristo no sólo los corazones, sino también los sistemas económicos y políticos, cuya construcción no es indiferente al Señor.
Benedicto XVI ha subrayado en repetidas ocasiones el concepto de realeza de Cristo: “con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto”, (10 de marzo 2009). Lo ha hecho también el 19 de enero 2012 con una frase lapidaria: “no existe un reino de cuestiones terrenas que pueda sustraerse al Creador y a su dominio”.
El Papa Francisco ha escrito en la Evangelii gaudium: “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón” (n. 266).
Sobre él se basa la Doctrina social de la Iglesia
No hay que olvidar que sobre el principio del reinado de Cristo se basa la Doctrina social de la Iglesia. ¿Por qué? Porque de él nació la doctrina social de la Iglesia en su forma moderna. Benedicto XVI dijo que la necesidad de la nueva evangelización se remonta al siglo dieciocho, cuando los Estados querían eliminar a Dios del espacio público. Pues bien, la [moderna] Doctrina social de la Iglesia comienza allí, sobre todo con León XIII, a poner a Dios en el centro de la construcción de la sociedad y de la política. En efecto León XIII, en la Rerum novarum, escribió que la cuestión social es “un problema cuya solución aceptable sería verdaderamente nula si no se buscara bajo los auspicios de la religión y de la Iglesia” (n. 12). Esta convicción no es obsoleta, sino que es válida también hoy, tanto es así que cien años después, en la Centesimus annus, Juan Pablo II confirma esta enseñanza: “Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del Evangelio” (n. 5). Sólo la referencia a Cristo salva a la sociedad y permite realmente identificar y perseguir el bien común. Y esto no es otra cosa que la doctrina del reinado social de Cristo.
Esto es tan importante para la Doctrina social de la Iglesia que, si eliminamos la doctrina delreinado social de Cristo, ésta se transformaría en ética social, en una lista de buenas intenciones, en un manual de buenas prácticas. Pero los Sumos Pontífices nunca han entendido de este modo la Doctrina social de la Iglesia. Juan Pablo II dijo que “la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás” (Centesimus annus, n. 54).
El reinado social de Cristo es expresión de la pretensión cristiana de anunciar la salvación en Cristo. De lo contrario la Doctrina social de la Iglesia sería un edulcorante para los males de la sociedad o un bálsamo para las heridas de las injusticias, Cristo no sólo es útil, Él es indispensable. Lo dice la Cáritas in veritate de Benedicto XVI: “la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral” (n. 4). ¿Cómo podría Dios ser sólo útil y no indispensable? Y cómo podría ser indispensable, sin expresar una realeza sobre las cosas temporales? Por eso la declaración Dignitatis humanae del Vaticano II afirma que “existe un deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (n. 1).
¿El reinado social de Cristo en las democracias?
Pero, ¿cómo se concilia el principio del reinado social de Cristo con las democracias modernas del pluralismo y la libertad de opinión, en las cuales todas las visiones de la vida y todas las religiones se admiten igualmente? ¿El reinado social de Cristo no debería venir acompañado por un sistema de Estado confesional en el cual la verdadera religión está protegida mientras que las demás son toleradas? ¿O quizá la Iglesia ha aceptado la democracia moderna y, al hacerlo, ha abandonado definitivamente esta doctrina?
En primer lugar hay que precisar que la Iglesia nunca ha canonizado a la democracia y tampoco a la democracia moderna. Juan Pablo II en su libro Memoria e identidad ha escrito que “la ética social católica apoya en principio la solución democrática, porque responde mejor a la naturaleza racional y social del hombre, como ya he dicho. Pero está lejos —conviene precisarlo— de «canonizar» este sistema”. La encíclica Centesimus annus plantea a la democracia ciertas condiciones que muestran las grandes deficiencias de sus formas modernas. El Magistero rechaza sobre todo la relación entre democracia y relativismo, e incluso vincula la democracia con la necesidad de la verdad, para que los sistemas democráticos no anulen, sino que hagan más evidente el “deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo”.
Durante mucho tiempo este deber se expresó positivamente bajo la forma de «Estado confesional”, y aunque en el momento histórico actual el Estado confesional ya no sea considerado válido, esto no elimina el principio del reinado de Cristo sobre las realidades temporales. Se puede decir que existe un principio siempre válido y que no cambia: el del reinado de Cristo. Al margen de ello, existen fórmulas históricas que sí pueden cambiar, como por ejemplo la del Estado confesional tal como lo habíamos conocido. Lo que nos depare el futuro depende de la Providencia de Dios y del compromiso de los creyentes.
Reinado de Cristo y principio del bien común
El principio del reinado social de Cristo es de fundamental importancia para comprender la finalidad de la Doctrina social de la Iglesia y del compromiso cristiano en el mundo: el bien común. Esta expresión hoy se entiende de diferentes maneras, a menudo erradas. Frecuentemente se le entiende sólo como el bienestar material o como el buen funcionamiento de las instituciones en beneficio de todos con justicia. Otras veces es vista como el interés colectivo: cuando todos estuvieran bien, tuvieran trabajo, automóvil, salud garantizada y así sucesivamente, esto sería entonces el bien común. Sucede a menudo que también los fieles católicos reducen el concepto de bien común a un nivel sólo horizontal.
El bien común, por el contrario, es un principio para el ordenamiento material de la sociedad, pero aún más para su ordenamiento moral y religioso. El bien común está frente a nosotros, como un fin por alcanzar y no como algo por inventar, sino que también está detrás, como un orden recibido en herencia y para ser respetado, como el orden querido por Dios. No puede haber bien común sin el respeto al orden natural de la creación y no puede haber bien común sin tener en cuenta que el hombre está hecho para Dios. Juan XXIII en la Pacem in terris decía que “el bien común deba procurarse por tales vías y con tales medios que no sólo no pongan obstáculos a la salvación eterna del hombre, sino que, por el contrario, le ayuden a conseguirla” (n. 59). Por lo tanto del bien común forman parte el orden recibido de Dios creador, el fin sobrenatural del hombre y la salvación de las almas. El bien común es entonces un concepto moral y religioso. Dios es el principal bien común y conocer el Evangelio es el primero de los derechos humanos.
Cuando, por ejemplo, escuchamos decir que el reconocimiento de las uniones entre personas homosexuales puede contribuir al bien común en cuanto contribuye con el cuidado mutuo y las relaciones afectivas, en este caso no se está teniendo en cuenta el aspecto moral y religioso del bien común. No puede ser que una ley contraria a la ley moral natural deseada por Dios creador, contribuya al bien común. De ahí que el reinado de Cristo es parte integrante del concepto católico de bien común.
Epílogo
Frente a Dios no hay neutralidad. El creyente sabe, por la razón y por la fe, que la humanidad solamente con sus propias fuerzas no puede construir la ciudad del hombre. La secularización que excluye a Dios del ámbito público produce daño. Decía Benedicto XVI en Aparecida en 2007: «Donde Dios está ausente —el Dios del rostro humano de Jesucristo— estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses». El reinado de Cristo salva al mundo de sí mismo y, al hacerlo, lo plenifica.
Para saber más
S. Fontana (Editor), Joseph Ratzinger-Benedetto XVI, Il posto di Dio nel mondo. Potere, politica, legge, Cantagalli, Siena 2013.
Id., Dal Sillabo alla Dignitatis humanae. Rottura? Continuità? Riforma?, “Bollettino di Dottrina sociale della Chiesa” VIII (2012) 2, pp. 69-73.
Id., Nuova evangelizzazione e Dottrina sociale della Chiesa: una messa a punto, “Bollettino di Dottrina sociale della Chiesa” IX (2013) 2, pp. 59-63.