Reproducimos a continuación un discurso muy valioso del gran político católico cruceño Adalberto Terceros Mendívil, que conmemora los 50 años de la profesión religiosa de Sor Tularo. La fuente de donde lo obtuvimos es Luis Alejandro Gutiérrez Eklund, Por Santa Cruz: Adalberto Terceros Mendívil. Editorial Parabanó. Santa Cruz de la Sierra, 2018. Pp 227-228. Las negritas son nuestras.
En el Salón de Actos Públicos del Colegio Santa Ana, 6 de mayo de 1938
Venerables hermanas de Santa Ana, ilustrísimo señor Obispo, señores y señoras.
Era un deber para el que habla asociaros a esta fiesta de homenaje a la humilde —y por lo mismo meritísima— hermana Cándida que celebra sus bodas de oro con el esposo que no envejece, ni cambia, ni se cansa de enseñar los caminos que conducen a la belleza perfecta y a la verdad suprema. Debo hablar para aplaudir el gesto generoso de las ex alumnas organizadoras de este festival de acción de gracias emocionante y saturado del perfume inconfundible de la sinceridad que no fabrican los químicos. Cascada y ruda mi voz también resuena en este templo del saber, levantado con el esfuerzo perseverante de las abnegadas Hijas de Santa Ana que trajera a nuestro pueblo el inolvidable obispo Santistevan, y hablo no para decir algo nuevo o armonioso en obsequio de la anciana religiosa a cuyo derredor nos congregamos, sino para hacer eco al himno de justicia que este selecto núcleo social entona agasajando a la maestra de nuestras esposas o hijas.
Pero soy síndico de la institución y como tal he recibido el encargo de deciros cuán agradecidas quedan a vuestra gentileza la Superiora de esta casa y todas sus colaboradoras en la enseñanza por la hermosa fiesta que acabamos de presenciar. Cuando en nuestras acciones no tenemos en cuenta los frutos que debemos cosechar acá en la tierra sino las raíces que esas acciones puedan echar allá en el cielo, podemos estar seguros que hemos cumplido con el deber, y el deber solo se cumple a la perfección cuando vencemos nuestros deseos de amor o de odio, subyugamos la personalidad con todas sus pasiones y apetitos y consumamos la renuncia de todo cuanto nos es caro para obrar en la vida solo por el amor de aquél que es Dios, que siendo huésped precario del mundo nos enseñó a amar, perdonar y enseñar.
Así actúan las Anas por el orbe cristiano, así nuestra benemérita Hermana Cándida de los cincuenta años de vida religiosa que lleva vividos, cuarenta y seis ha pasado en nuestra patria fecundando cerebros tiernos y veintiséis exclusivamente entre nosotros. La conocí en el vigor de sus años, llena de activo entusiasmo para desterrar de nuestras prácticas educacionales la teoría aquella de que la letra solo con sangre entra. Y antes de que llegaran George Rouma, Adhemar Gehain y Juan Bardina, la vi en su aula escolar con los ojos encendidos de amor a los niños acariciarlos, interesarlos con las figuritas froebelianas[1], con ellos marchar al compás de sus primeras canciones, convertir la escuela en su jardín delicioso donde los niños eran las flores y ella la jardinera que cuidaba del desarrollo normal y progresivo de sus plantitas amadas. Bella misión señores, para la que se necesita una vocación y no un sueldo que nunca llegó a sus manos y en donde la virtuosa maestra se convertía por virtud de su ministerio vocacional en madre cariñosa y amiga ejemplar.
Y esto ya es mucho, no bastaba a su gran corazón. La vi también desvelarse al pie del lecho de los enfermos y prodigar su consuelo a los tormentos físicos de la última enfermedad y a las aflicciones morales de los deudos. Yo mismo, a la muerte de mi madre, recibí esas enseñanzas de abnegación y pude apreciar de cerca cuánta generosidad escondida albergaba el corazón de Sor Cándida. Por todo esto no podía permanecer indiferente a este homenaje, y cuando se me ha pedido agradecer a todos cuantos se han asociado con sus oraciones, con su actuación o con su presencia a este festival en nombre de las Hijas de Santa Ana, y muy particularmente de la hermana que se siente herida en su modestia y anonadada de emoción —aunque justas y merecidas sean las manifestaciones realizadas en su honor— creedme que lo hago con satisfacción aunque sé que nunca podré interpretar con fidelidad los sentimientos que embargan a la agasajada, cierto estoy de que su corazón hoy es un ánfora donde se guardarán puros los sentimientos de gratitud que animaron a los organizadores, actuantes y concurrentes a esta fiesta de justicia.
[1] Federico Froebel (1782 – 1852), fue un pedagogo alemán, creador de la educación preescolar y del concepto de jardín de infancia, llamado «el pedagogo del Romanticismo» [Nota de LAGE].