Reproducimos a continuación un discurso muy valioso del gran político católico cruceño Adalberto Terceros Mendívil, que exalta a la maternidad y a la feminidad, en homenaje a una destacada mujer cruceña, Doña Antonia Barrios viuda de Balcázar. La fuente de donde lo obtuvimos es Luis Alejandro Gutiérrez Eklund, Por Santa Cruz: Adalberto Terceros Mendívil. Editorial Parabanó. Santa Cruz de la Sierra, 2018. Pp 221-224. Las negritas son nuestras.
Discurso en la celebración del día de la madre del 27 de mayo de 1935
Señora Balcázar, graciosas damas de su corte, respetable auditorio:
La Liga Filial, institución femenina surgida sobre el marcial estruendo de las batallas que la codicia de un gobierno desaprensivo desencadena desde hace cerca de tres años en nuestro territorio, ha querido tomar a su cargo, a más de sus múltiples labores patrióticas, esta fiesta de culto serenísimo y de trascendental significación destinada a honrar, es decir a rodear de consideraciones y de muestras de veneración cariñosa a las madres enviadas por Dios al hogar para que hagan sus veces, no tanto por la fuerza creadora que comparte con el padre en las horas plácidas de la juventud nimbada de amor, sino porque su responsabilidad en la educación de los hijos la hace ejercitar ese atributo celeste de la justicia, que como la bondad son dones divinos y a la vez condiciones inmanentes a la sublime función maternal.
Feliz iniciativa que tiene la virtud de conservar en este ambiente la hermosa tradición de afecto y armonía que se mantuvo siempre en el hogar cruceño y que ahora resaltará con lágrimas de fuego al recordar a tantos hijos ausentes del hogar nativo por ir a la defensa sagrada de aquella madre mayor y desamparada de sus hermanas, que se llama Bolivia, y a cuyos altares todos nos debemos en holocausto sublime y permanente, por lo menos mientras pasa esta racha de sangre y desolación y llega radiante y promisora la hora de la justicia y el derecho, con su instrumento natural el arbitraje, tríptico inalienable que obligó al país a aceptar esta guerra, sin estar para ella preparada, sin sospechar cuánto duelo, cuánta angustia y cuánto sacrificio debía imponernos.
Mas la Liga Filial al preparar esta fiesta para coronar a una madre que simbolice las cualidades de todas las madres cruceñas, ha querido mostrar también otras virtudes menos notorias que cultiva con delicadeza femenil, la modestia, al designarme a mí, humilde ciudadano desprovisto del bagaje intelectual necesario para actuar en tan magnífica ocasión, y la paciencia para escuchar mis palabras mal pergeñadas en loa a las sublimidades de la maternidad hecha de placeres y de sacrificios, de recuerdos y de esperanzas, de cantos y de sollozos que llenan la vida de la humanidad desde la tibieza de las cunas hasta la frialdad de las tumbas.
Que vuestra indulgencia disculpe la falta de elegancia en mi discurso y que vuestros nobles propósitos subsanen sus diferencias.
Tal alta es la misión maternal que Dios mismo cuando quiso humanizar la religión, hacerla comprensiva y duradera escogió a una mujer para hacerla madre de su hijo unigénito y ya es sabido la influencia que trajo al mundo el cristianismo frente a las ideas de la antigüedad. No fue Dios entonces para el mundo como un rey para sus esclavos, sino como un padre para sus hijos, a todos acoge y ama por igual, para todos hace que alumbre el sol y de frutos el árbol, la lluvia cae y la fuente canta para el rico y el pobre. Dios no es más amo, sino padre y no solo de un pueblo sino de todos. Es que el amor ha triunfado con una forma nueva de pureza y desinterés: el amor de la paternidad, esto es el amor a una criatura que es carne de nuestra carne, hueso de nuestros huesos, una continuación, un perfeccionamiento y un rejuvenecimiento de nuestro ser. El hijo nace del vientre de la mujer escogida entre todas las mujeres, surge del dolor divino de esa mujer y las primeras caricias que recibe tan solo son la punta de la inextinguible madeja de amor que lo envolverá por toda su vida y aun más allá de la tumba. La pareja que en el amor quiere ser tantas veces un solo cuerpo lo consigue solamente en el hijo y ante aquel nuevo ser que lleva una nueva alma, tesoro único que con nada se compra, se siente uno creador, poderoso y feliz. La vida se vive solo para los hijos, todos los otros amores se distienden o se hacen efímeros.
Con cuánta razón pues nosotros debemos respeto, obediencia y gratitud a nuestros padres y quienes los hemos perdido, cómo nos sentimos confortados al recuerdo de sus virtudes y consejos, de sus caricias y de su bendición postrera.
Con cuánta razón también los hombres representativos de hoy y de siempre son los que mayor respeto y adoración sienten por sus padres aún cuando el destino los haya hecho de condición inferior a ellos.
A este propósito, hace poco leía en un periódico europeo las crónicas de las grandes fiestas y de las benéficas instituciones culturales y humanitarias que se han creado en Checoslovaquia a raíz de celebrarse el 85º aniversario natal del presidente Masaryk, uno de los hombres de Estado que mayor relieve tiene en el mundo contemporáneo por el poder de su energía moral e intelectual puestos al servicio de su joven y noble país, Pues bien, Masaryk ha explicado el secreto de sus éxitos a un periodista en los siguientes términos: «Lo que soy lo debo a mi madre, ella ha ejercido sobre mí mucha más influencia que mi padre. Ella fue la cabeza de mi casa, pues era inteligente y fina, tenía la experiencia del gran mundo adquirida en largos años de servicio como domestica de una gran casa y es por ella, por sus aspiraciones que pude hacer mis estudios y surgir.»
He querido citar el caso como el ejemplo que da al mundo un hombre de verdadero merecimiento, que no oculta su origen humilde sino que más bien lo exalta en el momento que él es exaltado por el unánime consenso de su pueblo.
De esta enseñanza saquemos la conclusión de que la base de toda felicidad está en saber honrar dignamente a nuestros padres y por ese medio engrandecer la patria, como reza el lema de la Liga Filial.
Señores, al cumplir la misión que se me ha encomendado cómo quisiera ser orfebre y cincelar mis palabras, lo intentaré llevando el pensamiento a despertar a mi madre para pedirle que enarbole sus inolvidables enseñanzas en los más altos mástiles de mi alma, para decirle que su sensibilidad exquisita vibre en mi cerebro y desembarace mi lengua de modo de hacerme capaz de captar todas las emociones que dominan en este ambiente, realzado por la belleza de las damas que forman este cuadro en cuyo pináculo se asienta el trono simbólico de la madre, y pueda mi voz ataviarse de la emoción lírica que a todos nos conmueve al recordar el dulce regazo donde percibimos las primeras nociones de bien, de belleza y de fe.
Señora Antonia Barros viuda de Balcázar, entre las dignas damas que han merecido la consideración pública para recibir sobre sus sienes esta corona, hay madres que a pesar de su numerosa familia ha llegado a la longevidad fuertes y vigorosas, las hay que han perdido gloriosamente uno o más hijos en la guerra inicua que tiñe en púrpura de sangre el territorio oriental, otras que lloran la mutilación en que han quedado brazos que fueron su esperanza, algunas que tienen la satisfacción de haber dado al país servidores importantes de su ciencia y de sus instituciones, pero la mayoría os ha elegido porque supisteis ser hija ejemplar, esposa abnegada y excelente madre. Porque la fortuna nunca os fue propicia y solo a fuerza de abnegaciones ilimitadas llevadas en silencio, lograste formar a vuestra numerosa familia, de la cual habéis desprendido ya cuatro jóvenes para entregarlos al servicio de la patria en peligro. En fin, porque la modestia os hizo humilde, el trabajo digna, el sufrimiento fervorosa y el fervor casi una santa. Que tales méritos os den fuerzas nuevas para interceder por la paz que en este momento busca un generoso grupo de naciones mayores, reunidas en Buenos Aires para ofrecernos su mediación, que esa paz anhelada venga con el triunfo de nuestra causa.
Coronación de la madre: Al acercarme a coronar vuestras sienes saludo en vos, señora, a todas las madres.
Mujeres, reinas por la maternidad ¡en vosotras vibra la patria y en vosotras siembra el amor, la fe y la esperanza todos sus frutos!