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En las honras fúnebres del Ilustrísimo Monseñor José Belisario Santistevan

Por: Adalberto Terceros Mendívil

Reproducimos a continuación un discurso muy valioso del gran político católico cruceño Adalberto Terceros Mendívil. La fuente de donde lo obtuvimos es Luis Alejandro Gutiérrez Eklund, Por Santa Cruz: Adalberto Terceros Mendívil. Editorial Parabanó. Santa Cruz de la Sierra, 2018. Pp 237-238. Las negritas son nuestras.

Discurso del 30 de marzo de 1931

Señores:

Ha muerto el varón sabio y justo, sería bastante decir para explicar el inmenso dolor que acongoja al pueblo en estos momentos en que rodeamos con nuestro cálido y póstumo afecto al más grande de los ciudadanos que ha tenido Santa Cruz.

Empero, estamos ante el cadáver de un ilustre Prelado de la Iglesia, merecidamente honrado por la Santa Sede con los títulos de Obispo de Dansara hace unos cuarenta años, de titular de Santa Cruz después y de Arzobispo de Sinnada últimamente, y no debemos excusar un elogio al celo con que practicó sus doctrinas este invicto mitrado de virtud y de talento sin par en nuestra patria.

Monseñor José Belisario Santistevan nacido en ilustre cuna, el 18 de agosto de 1843 fue iluminado y un apóstol del cristianismo desde su primera juventud hasta ayer en que, la muerte, para muchos tan temida y por él tan esperada, le llegó como una liberación.

Enseñó con tanta unción sus doctrinas que pudo convertir muchas veces, con su palabra elocuente, nuestras penas en alegrías, y supo hacernos concebir la idea de una vida mejor tras las amarguras propias de la vida terrenal. Desde niños nos puso a todos los que fuimos sus seminaristas cerca del altar en que oficiaba como sacerdote para que le viéramos diariamente llorar sobre la blanca hostia donde se transparenta una cruz que él creía el único camino de vida por ser el lábaro en donde sufrió sed y amarguras aquél que «había remendado las aguas sobre la tierra y había encendido los astros en el cielo», Su fama de doctor y santo, fue tan lejos que en el Vaticano podía asistir a las ceremonias pontificales en el alto rango de prelado asistente al solio pontificio, por disposición del gran papa Benedicto XV.

Educacionista de vocación, practicó por más de sesenta años consecutivos su ministerio sin esperar recompensas, sin merecer siquiera el aplauso estimulador de las generaciones que hubo educado en su muy amado Seminario que cumplió en enero último cincuenta años de existencia en medio de un silencio abrumador. Es que monseñor Santistevan, hacía el bien solo por ser bien, para que la ley moral primara en todos sus actos, imprimiéndoles un sello señorial y desinteresado que ojalá dejara una huella perdurable en la vida social de nuestro ambiente, que pierde hoy su más firme y respetable basamento.

De ahí que no solo trabajó por tantos años sin remuneración alguna en ese empeñoso anhelo de dar alimento al espíritu con sus sabias enseñanzas, sino que la herencia recibida de sus padres, sus ahorros propios, su salud y su vida las puso al servicio de ese gran ideal de educar e instruir a su pueblo.

Y no le bastó el aula escolar, el púlpito y la prensa para ejercer este apostolado nobilísimo, sino que fue al hogar desquiciado por una sacudida dolorosa de desavenencia o de duelo y dejó sentir su gran corazón palpitante de amor y de paz, conteniendo o atemperando con ello muchísimas desgracias.

Era pues monseñor Santistevan el consuelo de los afligidos, el mentor de la juventud, el padre de los pobres, el mejor amigo del pueblo y de sus autoridades.

Por eso le lloramos y de su ausencia no podremos consolarnos jamás.

Como autoridad moral reconocida y respetada por todos supo manejar el freno de la dirección social de Santa Cruz con una sabiduría y una prudencia realmente exquisitas y excepcionales, Quiera el cielo que mañana mismo no sintamos cuánta falta hará en el ambiente este varón que desde hoy deberíamos convertir en nuestra providencia tutelar.

Como ciudadano fue un luminar en las pocas, pero muy importantes, funciones civiles que desempeñó y su palabra de aplauso o de reprobación llegó hasta todos los mandatarios de Bolivia en los últimos cuarenta años.

Podríamos continuar diseñando su personalidad en las múltiples facetas que nos muestra su larga vida ejemplar, pero para qué si el dolor que nos causa su partida es tan grande y tan elocuente que nos está revelando su vida en todo el esplendor que nosotros, agobiados por el pesar, nunca sabremos traducir con fidelidad.

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