Transcribimos a continuación el capítulo VII del libro Monseñor José Belisario Santistevan Seoane, escrito por Plácido Molina Mostajo y continuado por Plácido Molina Barbery y publicado en 1989 por la editorial El País. Aquí se relatan datos clave sobre la labor educativa del ilustre obispo. Este fragmento corresponde a las páginas 67-83.
CAPITULO VIII: EL MAESTRO
Múltiples como son las acepciones de la palabra, pensamos que corresponde aplicar a Santistevan cuantas se refieran a la enseñanza para la vida integral del hombre, empezando por la de nivel escolar, elevándose hasta el más alto de la Filosofía y de la Ciencia, y alcanzando la cima docente del ministro e imitador del divino Maestro. Enseñar para la vida.
Esta premisa hubiese podido llevamos a concluir que nuestra biografía ya tiene demostrada, en varios de sus capítulos, la cualidad magistral del santo obispo. Nos place, empero, dedicar expresas páginas al tema, para reunir lo disperso y esclarecer lo impreciso.
En las aulas
Dado que el verdadero maestro es indivisible del educador, Enel título «El Educador Eclesiástico» del Cap. III vemos a Santistevan comenzando por lo alto, pues habrá pocas tareas tan delicadas y transcendentes cual la formación de sacerdote católico.
Ardua misión, en verdad, la de comprobar una vocación, orientarla, sostenerla y llevarla a buen término, abismales como son las diferencias espirituales y psicológicas que se presentan en las personas, aún si proviniesen de clases sociales afines, así tuviesen por meta la de una carrera que, a Su vez, ha de conducir a la evangelización y cura de las almas; conducción que empezando en la cuna deberá ir hasta el sepulcro, sin exceptuar ninguna de las posibles formas humanas de ser y de operar.
El Colegio Seminario del Sagrado Corazón
Para apreciar la trascendencia social de este plantel, es menester rememorar las condiciones de la enseñanza escolar y colegial en esa Santa Cruz de la Sierra de 1880.
A tal propósito, el Dr. Victorino Rivero Egüez, en sus varias veces citados apuntes para la historia cruceña, dice lo siguiente relativo al período 1871-1880:
«Durante esta década, las Municipalidades crearon escuelas de instrucción primaria, para hombres y mujeres en todos los pueblos del Cercado: en la Ciudad se establecieron cuatro para varones e igual número para niñas. En las provincias no existen. El Colegio de Educandas de la Capital fue suprimido”.
«La instrucción secundaria continuó como en las décadas anteriores”.
Para no extendernos más, omitimos la cita relativa a las dos clases de Derecho que funcionaban en régimen de facultad libre, y la de otros datos relativos a algunas localidades provinciales.
En cuanto a que la instrucción secundaria «continuó como en las décadas anteriores”, conviene transcribir lo que el mismo autor dice en el capítulo pertinente al período 1861-1870:
«La instrucción pública que se daba en Santa Cruz estaba reducida a la secundaria y a la primaria. La primera se daba en un Colegio Oficial en el que funcionaban las seis clases que, según el plan de estudios vigente hasta el día (1894) estaban asignadas a ese grado: para cada dos clases había dos profesores, uno de los seis hacía de superior, con el título de rector”.
Recapitulando, tenemos una enseñanza primaria escasa y pobremente atendida por el Municipio, y un colegio secundario oficial con sólo seis miembros docentes, cuyo pago constituía la única contribución fiscal puesto que funcionaba en el edificio del seminario, extinguido en 1832. La creación, pues, de un nuevo establecimiento que, abstrayendo de su finalidad capital de formar sacerdotes, proporcionara enseñanza primaria y secundaria, sin que su sostenimiento cargara al fisco ni al municipio, tiene que haberse recibido con júbilo y fundada esperanza de progreso cultural.
El acta de la fundación, firmada a la 1 p.m. del día 2 de enero de 1881 (Anexos 6 y 7) habla del «nuevo plantel de instrucción que, por hoy, consta de la facultad de Teología, y de la instrucción primaria con el nombre de «Colegio Eclesiástico del Sagrado Corazón de Jesús» y anota el personal docente:
«Rector, y profesor de filosofía e historia eclesiástica, Pbro. Dr. José Belisario Santistevan; Ministro del colegio, Prevendado Dr. Nicanor Landívar; Director espiritual y profesor de liturgia, Fray Querubín Francescángeli; profesor de latinidad y caligrafía, Cura Antonio Zeballos; profesor de instrucción primaria, Presbítero Dr. Manuel Jesús Lara; Inspector y maestro de estudios, Presbítero Jaime Bustillos”.
Pasaban dos años desde que el Presbítero Santistevan regresara a su tierra, después de casi uno y medio de peregrinación, y es de imaginar cuánta energía necesitaba para iniciar su proyecto anhelado con tan humildes principios, en contraste patético con los institutos que había conocido.
Lo cierto es que su fe le dio la fuerza, y su humildad el espíritu para adecuarse a las reales circunstancias cruceñas y, así, el Colegio empezó a marchar provisionalmente en local situado a dos y media cuadras al poniente de la esquina Nor-Oeste de la plaza principal (hoy calle Junín), tomado en alquiler de su propietario, D. Teodoro Sánchez de Bustamante (obra citada del Dr. Rivero).
La parte eclesiástica del Colegio comenzaba, según el acta, con una cátedra de Filosofía e Historia Eclesiástica, otra de Liturgia a cargo del Padre espiritual, y una más de Latinidad y Caligrafía, todas básicas para los ulteriores estudios de Teología. Respecto de estos últimos, hay que añadir que la Universidad, creada en 1879 y abierta el 11 de febrero de 1880, contaba con las carreras de Teología, Derecho y Medicina. El Colegio venía, pues, como anillo al dedo para el futuro funcionamiento de aquélla.
En cuanto a la instrucción primaria se abría con un solo profesor, o sea con un solo curso, pero ya en 1882 se ampliaba y, además, se iniciaba el ciclo secundario, a tiempo de tomar nuevo local alquilado a Doña Petrona Oyola, a dos y media cuadras al Sud de la esquina Sud-Este de la predicha plaza (hoy calle René Moreno).
Cinco años después encontramos al Colegio a una cuadra al sud sobre la misma calle, en la casa contigua a la que ocupaba el Presbítero Santistevan y que, según el Dr. Rivero, «D. Carlos Santistevan, padre de su Rector, compró y cedió a éste para ese establecimiento que, cada día, cobraba mayor importancia”. Ese edificio «se dedicó o estrenó de Colegio el 17 de Junio de 1887, día del Corazón de Jesús, patrón del Seminario».
De nuestra parte ofrecemos en el anexo Nº 2., copia del hermoso testamento dictado el 1* de noviembre de 1892, en que D., Carlos Santistevan de Alba dice (cláusula cuarta):
«Mando que en la hijuela de mi hijo Belisario se le asigne la casa de altos y la que ocupa el Colegio Seminario, por ser necesarias a la institución que ha implantado»
Era la legalización de la entrega hecha en 1887, año en que el Dr. Rivero anota «que pudo funcionar el Colegio Eclesiástico con una escuela de instrucción primaria distribuida en 3 grados, las seis clases de instrucción secundaria prescritas por el Estatuto de Instrucción Pública de la República y la Clase de Teología», etc. Se entiende que, pronto, el personal docente se incrementó notable y honrosamente.
Cabe aquí subrayar el hecho de que el presbítero Santistevan, fundador y sostén del Colegio, al ser nombrado Rector por la autoridad episcopal (anexo N* 6), por supuesto con carácter honorario, quedaba a cargo de su obra, para responder de su funcionamiento y desarrollo y, sobre todo, para participar activa y directamente en la formación de los niños, adolescentes y jóvenes que, de todas partes, habrían de acudir al influjo de su nombradía.
Durante diez años los escolares y colegiales del Colegio tuvieron y recibieron directa y constante la asistencia del Rector, y cuando en 1891 tuvo que aceptar la Mitra y, por ello, dejar la Rectoría, disminuyó el tiempo más no así el interés por él dedicado a su obra docente, que, en términos de distancia, se hallaba al lado, contigua a su morada.
Hasta los alumnos que le conocieron ya físicamente declinante, casi nonagenario, no podrán olvidar que asistían a la clase general de moral, dictada por el paterno Obispo en el Salón del Colegio, cada sábado del año escolar, y escuchaban su Misa y homilía cada domingo, en su devoto Oratorio. Y ¿qué decir de las primeras comuniones y confesiones, de la cuaresma y de la fiesta del Sagrado Corazón, siendo general la preferencia infantil y juvenil por él como confesor?
A propósito de la veneración que infundía su presencia y su palabra, puede hacerse muchas consideraciones; pero tal vez ninguna pueda resultar tan convincente como la amenaza de conducir a los alumnos demasiado traviesos o díscolos a: su presencia. Solía hacer efecto inmediato, pues reputábase vergonzoso e irreverente causar aflicción al Santo Obispo.
En cuanto a los jóvenes educandos que no optaron por seguir la carrera eclesiástica, bastaría rememorar algunos pasajes de la visita pastoral al Beni para ver cuanto sentían ellos la influencia de su Colegio y del Maestro.
Quien esto escribe, por ejemplo, se considera hijo espiritual de Santistevan, vale decir siente, en conciencia, que las orientaciones religiosas y cívicas de su mente y acción, fueron determinantes para la propia vida, según lo que expresa el anexo Nº 13.
Cabe añadir, aquí, el testimonio del Dr. Mariano Zambrana Roca, que alcanzara altos cargos en el foro, la política y la magistratura, quien dice en valiosos apuntes autobiográficos haber cursado «primaria y secundaria en el Colegio Seminario que fundó y dirigió el grande y probo Obispo Santistevan, cuyas lecciones sabias de filosofía, religión e historia, en los puntos más importantes, escuchó pública y confidencialmente, durante varios años, y con motivo de objeciones que oponía contra el dogma a los estudiantes de Teología». Como se ve, había discusión, orientación y esclarecimiento paternalmente comprensivo.
De paso, para ver cómo fue evolucionando el personal docente del modestísimo plantel de 1881, anotaremos que fueron profesores del mismo Dr. Zambrana Roca: «… de matemáticas, los doctores Victorino Rivero (padre del después Obispo y Arzobispo Daniel), y Feliciano Antelo; de filosofía y literatura los doctores Pedro María Salvatierra y José Peredo; de Historia el Dr. Nephtalí Sandoval; de latín, castellano y Religión el sacerdote español Jacinto Lozano y los presbíteros Facundo Ayala y Pedro A. Sejas; de física, geografía y ciencias naturales don José Benjamín Burela”.
Los mismos apuntes ilustran la preocupación de Santistevan por la actualización pedagógica al decir que él encomendó al Dr. Zambrana Roca, ya el año 1897, «la implantación en la 6ta. clase —primer año-, del sistema gradual concéntrico, redactando nociones generales en siete u ocho materias a la vez, para suplir la falta de textos adecuados y de profesores en cada una de ellas”.
Anotaremos también como otro ejemplo del espíritu moderno del Maestro, que en 1910 el periódico «El Oriente Boliviano” registraba la llegada de material científico, de laboratorio, para el Colegio Seminario.[1]
Concluiremos esta parte señalando que, en 1919, el Estado, realizaba su primera obra pública en Santa Cruz, entregando el local del Colegio Nacional, para entonces un palacio. El edificio del Seminario era vetusto (aunque no indecoroso pues conservábase limpio, con su albura de cal), y nadie abandonó sus modestas aulas por las ventajosas de aquel plantel que, si bien prestigioso, no era el hogar ni la Cátedra del Maestro.
Con cuánta satisfacción escribiríamos aquí que el Colegio tan caro al corazón del fundador gozó de práctico y general apoyo. La realidad es que, con el andar del tiempo, venido a menos el patrimonio del Obispo, y permaneciendo escasas las pensiones de los alumnos pudientes (los pobres eran becarios), faltó la oportuna subvención municipal o fiscal. Concedida ésta, al fin, a ruego y súplica, no fue generosa ni estable; que es viejo achaque estatal no reconocer ni alterar la acción subsidiaria que le presta la iniciativa privada.
El prelado, pues, mantuvo su Colegio con todos los cursos de primaria y secundaria hasta 1929, Al año siguiente, por falta de recursos, hubo de resignarse a cerrar la sección secundaria y, para el año escolar de 1931, el Obispo coadjutor, Mons. Rivero, recurriendo a los representantes cruceños y otras personalidades, a duras penas obtuvo la exigua subvención que permitiera sostener la primaria por lo menos para que no coincidiera su clausura con las Bodas de Oro. Tres meses después, el corazón del Maestro dejaba de latir, sin saber que aún la sola escuela tenía los días contados.[2]
Conocedores de la delicadeza conciencial del fundador, podemos fácilmente comprender que, cuando se preparaba para rendir cuenta a su Señor de los talentos recibidos, el proyecto del Colegio debió ser uno de los que más punzantemente le hicieron sentir la congoja de lo inalcanzado o inconcluso.
Pero, conscientes por la fe de que el Padre conoce y comprende, cabe la certeza de que El consoló al siervo fiel que había dado todo en cumplimiento de su apostolado, con la visión, como un desfile, de los sacerdotes, los profesionales de todas las ramas civiles, maestros y periodistas, políticos y legisladores, militares y funcionarios, hombres de empresa y artesanos que, en cincuenta años, le tuvieron por mentor y guía. Así, también, las madres de familia y las religiosas que se formaron en el colegio Santa Ana.
A tal respecto el lector encontrará somera nómina de ex-seminaristas ilustres en el anexo Nº 31.
El Colegio Santa Ana
Fundándonos en los apuntes del Dr. Rivero, complementados con nuestros recuerdos, podemos decir que (fuera de algunas escuelas privadas, unitarias o poco más), en Santa Cruz de la Sierra no funcionaron institutos para instrucción secundaria femenina en el siglo XIX.
En 1863 se creó un «colegio de Educandas para niñas”, según los precitados apuntes relativos a la década de 1861 – 1870; más poco dura la satisfacción de esa noticia pues en la década siguiente vemos que «El Colegio de Educandas de la Capital fue suprimido”. Y pare de contar.
¿Cómo no había de pensar Santistevan en la educación femenina y desear, desde cuando fundaba el Seminario, un instituto paralelo para el devoto sexo, base de la familia?. Hubo de esperar, empero, doce años para lograrlo y, al respecto, veamos lo que concierne a la década 1891-1900:
«El Sr. Santistevan hizo venir a Santa Cruz Hermanas de la Caridad, Hijas de Santa Ana, para educar a la juventud femenil; llegaron en Agosto de 1892 y el 8 de diciembre de ese mismo año abrieron un plantel de educandas que el infatigable Obispo se esfuerza en arreglar cómodamente. El edificio en construcción parece que se terminará en el primer año de la época siguiente» (Anexo 12)
Procediendo por partes, diremos que las eméritas Hijas de Santa Ana vinieron a Bolivia, procedentes de Italia, en el año 1878, por obra del Dr, Aniceto Arce, cuanto este personaje trajo también considerable grupo de profesionales y artesanos europeos, como factores de progreso para el país a cuya presidencia, merecidamente, aspiraba. Ahora bien, el presbítero Santistevan, amigo de Arce en Sucre, como lo fue de todas las notabilidades bolivianas de aquel tiempo, a él recurrió en busca de ayuda para traerlas acá, en vista de la fructuosa labor que las religiosas desplegaban en Chuquisaca y La Paz.
De paso anotaremos para quienes quieran interiorizarse de la venida de las Hijas de Santa Ana que, al respecto, escribió un libro excepcionalmente interesante, bajo el título de «Siete años en Bolivia», Sor Ana Camila Valentini, la enviada por la venerable Madre Rosa Gattorno, para fundar el Instituto en esta Patria.[3]
Obtenida la aceptación de la congregación italiana, la vieja y aislada ciudad recibió con entusiasmo la iniciativa episcopal pues, así como tenía el mayor nivel de alfabetización en el país, y ello aún sin escuelas fiscales—, así también alentaba interés por las letras, la filosofía, las ciencias naturales y las artes, incluida la música, pese a la inexistencia de planteles promotores. No hay duda que el funcionamiento de la facultad libre de Derecho, fruto de ese interés, influía para mantener viva la aspiración de alcanzar superiores niveles culturales.
La concurrencia de educandas, por tanto, fue desde un principio satisfactoria y, pronto, el prestigio del Colegio Santa Ana difundióse por todo el Oriente, de forma que numerosas niñas y señoritas de las poblaciones provinciales y del Beni vinieron en busca de nuevas fuentes de saber y de cristiana formación, pues el plan docente excedía los límites de la mera instrucción para dar, con esmero, educación integral, espiritual y activa, de proyección vital.
Por vez primera, las educandas disponían de una escuela completa, con todos los cursos de primaria, y cuyo plan de estudios propendía a elevar la enseñanza tanto como para que, sin llamarse Liceo, pudiera proporcionar un grado de preparación superior al de los niveles oficiales de la escolaridad.
En cuanto al local necesario, fue menester conseguir, de pronto, un inmueble provisionalmente adecuable para pensar, luego, en la construcción de un edificio propio.
A este propósito, el Dr. Julio A. Gutiérrez, en su «Historia de la Universidad de Santa Cruz», dice que para el edificio del nuevo plantel adquiriéronse dos casas contiguas en el lugar donde hasta hoy se levanta (calle Ingavi), ostentando en su frontispicio el año de su fundación, 1892.
Cuando se piensa que el después Dean. Mons. Nicanor Landívar, providencial colaborador de Santistevan en la obra de la Catedral—, fue el encargado de construir el Santa Ana, resultan naturales la solidez y el decoro del edificio, primero que se levantaba para fines educativos desde el siglo XVIII.
Volviendo sobre el aspecto principal de la fundación del Santa Ana, o sea la mente de proporcionar una excepcional formación, pudiéramos invocar el consenso general de quienes conocen la vida cruceña de las dos décadas iniciales de este siglo. Pero no deseamos omitir el testimonio documental consistente en un expediente de servicios de una ex-alumna que, habiéndose formado en el Santa Ana desde 1894 a 1901, ejercía funciones docentes en 1927.
De acuerdo, pues, con la solicitud de la interesada y la certificación pertinente, expedida por la Superiora, Sor Ana Natalia Piatti en el predicho año, la aludida hubo de vencer «tres años de instrucción preparatoria y cinco años de instrucción primaria (en ciertos casos eran seis), durante los cuales el plan de estudios abarcaba las asignaturas de gramática castellana, en cuatro partes, incluyendo ejercicios de análisis y composición; matemáticas (aritmética completa y geometría), Geografía Universal y de Bolivia; historia Sagrada, universal y de Bolivia; moral; religión; urbanidad; caligrafía y dibujo; labores; canto, etc.».
Se añade que «a causa de no haber entonces en esta ciudad Colegio de segunda enseñanza ni bachillerato para la mujer, se daba en el colegio Santa Ana una enseñanza comprensiva y extensa, que correspondía a todo lo que se conceptuaba indispensable para la instrucción de una señorita, es decir a casi todo lo que hoy está asignado a la primera y segunda enseñanza».
Por último anotemos en relación con la educación impartida en el Santa Ana, la enseñanza musical, principalmente del piano, con la suficiente intensidad como para permitir que las alumnas mejor dotadas no sólo ejecutasen mas también llegaran a la composición musical
Por lo que hace a la educación integral de la juventud femenina, durante tres décadas el Santa Ana fue el único formador de madres, religiosas, mujeres de acción social, maestras y futuras profesionales, sin que la fundación del Liceo de Señoritas en 1919 haya podido disminuir la importancia de aquella formación pues significaba proporcionar al ciclo secundario muchas y sobresalientes alumnas dotadas de una esmerada enseñanza primaria.
Dado que la biografía de Molina Mostajo fue escrita en 1943, a fin de completar los datos posteriores del Santa Ana, el revisor juzga conveniente, después de anotar que ya en los años 10 el colegio contaba con un jardín de infantes mixto—, recurrir a citas y transcripciones de la «Historia de la Instrucción Pública y Privada de Santa Cruz», meritoria obra del abnegado educador Avelino Peredo Cortés, impresa en los Talleres Gráficos de Editorial Oriente, S.A., en 1985.
Informando sobre el estado de la enseñanza hasta los años 90 del siglo pasado, el Prof. Peredo dice:
«… Santa Cruz sólo contaba con dos escuelas municipales para niñas y algunas atendidas por maestros particulares, que establecieron escuelitas en los diferentes barrios de la ciudad».
«La enseñanza de los varones estaba a un nivel muy superior, pues contaba con primaria completa y secundaria tanto en el Colegio Seminario como en el Colegio de Ciencias y Artes, y, posteriormente, en el Colegio Nacional».
Después de anotar lo que corresponde a la iniciativa de Monseñor Santistevan y a la participación del Presidente Arce, así como lo relativo al local del nuevo plantel, el Prof. Peredo agrega:
«… El colegio Santa Ana inició labores, como se ha dicho, en 1892, con 140 alumnas inscritas, que integraban su escuela primaria, con el siguiente personal docente: Superiora y Directora, Sor Ana Vicenta Iñiguez, Sor Ana Anisia Oliva, Sor Ana Stéfana Cámara, Sor Ana Perseverante Aprile, Sor Ana Verónica Leiseca, Sor Ana Cándida Puzzi, Sor Ana Asunta Bazzani».
En relación con la creación del ciclo secundario en el Santa Ana, el citado autor dice:
«El crédito bien sentado del Colegio, hizo que la afluencia de alumnas, tanto de la capital como de las provincias fuese considerable; pero concluido el ciclo primario tenían que abandonar el plantel por falta de sección secundaria y esto coincidía, justamente, con la edad delicada por 1a que pasa toda joven al ingresar a la pubertad y la adolescencia, donde se requieren los mejores cuidados en la educación.
«Ante los insistentes pedidos de padres de familia… a partir de 1946 se crearon los primeros cursos de esta sección, que fueron copados de inmediato; en poco tiempo fueron cubiertos los seis cursos de este ciclo, llegándose a crear nuevos cursos paralelos para satisfacer la demanda”. etc.
Cerramos nuestras citas con el juicio del meritorio educador sobre lo que el Colegio Santa Ana significó y significa para Santa Cruz:
«El Colegio Santa Ana fue la puerta ancha que se esperaba para la educación de la mujer cruceña; dirigida y colaborada por dilectas maestras Hijas de Santa Ana, adecuadamente preparadas para la enseñanza, muy pronto se vieron los benéficos frutos de su labor».
«Adquirió fama y sigue manteniéndola, no sólo por la sólida educación moral y religiosa que impartía, sino por la atención que ponía en la educación integral de la mujer, especialmente en labores femeninas, donde las alumnas aprendían a realizar trabajos delicados y finos; en música donde aprendían a tocar piano; en dibujo, aprendiendo a manejar el óleo, la témpera, la acuarela, etc., en paisajes y retratos hermosos realizados por las educandas”.
«De este modo, salían generaciones de jóvenes estudiantes bien preparadas para la vida nueva que llevarían en las universidades y en el hogar. Cuántas familias cruceñas pasaron por las aulas de Santa Ana… damas distinguidas de la sociedad y muchas que venían desde el departamento del Beni y de las provincias, recibieron una formación sólida en este prestigioso plantel. Para aquellas procedentes de lugares lejanos y que carecían de familiares en la ciudad, el internado fue la solución que muchas familias esperaban».
«A la fecha este plantel está aureolado por tantos méritos que su capacidad llega al millar de alumnas y no satisface las crecientes demandas de admisión, y cuando un jefe de familia llega a conseguirla, da gracias a Dios porque sabe que la educación de sus hijas está garantizada”.
Resta decir que, como es lógico dado el crecimiento del Colegio, su primitivo local fue ampliado convenientemente, siguiendo la inicial mente de modernización y decoro.
En cuanto a las personalidades femeninas que influyeron en el desarrollo social, cultural y cívico de Santa Cruz y aun del Oriente, pudiéramos conformar su nómina, casi íntegra, con sólo revisar los registros del Santa Ana.
Al respecto, existen viejas fotografías, algunas de ellas insertadas en la revista «75 años», 1967, que son elocuentes documento de lo dicho. Y si nos referimos a la historia contemporánea, la de las luchas cívicas señaladamente, vemos que la mayor parte de quienes las sustentaron en sus momentos álgidos, y aún continúan actualizándolas según las nuevas circunstancias, salieron de los soleados claustros que Santistevan quiso para la formación de la mujer oriental.
Las listas de las ex-alumnas que fueron y son directoras y maestras en colegios y escuelas, resultaran muy extensas y cuánto más las de aquéllas que dedicaron su existencia a la misión básica de las madres de familia, en cuyo ejercicio muchas veces fueron, codo a codo con sus maridos, empresarias en las estancias y en los establecimientos agropecuarios de Santa Cruz y del Beni, herederas de las responsabilidades, de las tareas familiares y labores cuando la muerte las dejó sin sus consortes.
Una vez más, con la fundación del colegio femenino, quedó confirmada la cualidad de elegir la meta certera y los medios adecuados que, el amor a Dios y al prójimo, inspiraron al venerable maestro.
Como en el caso del Seminario, consideramos al Santa Ana un florón imperecedero de su corona.
El Maestro Integral
Faz indispensable para completar nuestro boceto biográfico, ésta de quien desde el alborear de su existir, ambicionó seguir la ruta del Rabí, desde Belén hasta el Calvario, enseñando la ciencia de la vida y de la muerte salvadoras.
Maestro fue porque difundió su verbo inflamado por la sinceridad de una acción coherente con sus principios. Porque su enseñanza iluminó la simplicidad de los niños, caló en el espíritu de los clérigos, permeó la conciencia del pueblo, influyó en la mente de los letrados, y transcendió todo nivel, campo y linde con sus valores universales.
Maestro en el decoro de su modesto «Palacio» en la litúrgica suntuosidad pontifical y en la intimidad ferviente de su «Oratorio»; en la unción de la plática evangélica, en la elocuencia tribunicia de sus intervenciones cívicas, en el celo de sus cartas pastorales, en la sencillez del coloquio ordinario transluciente de una serena alegría.
Maestro en la conducción de los asuntos civiles aceptados en plan de servicio, en la gestión de los problemas eclesiásticos y pastorales llevados a santas soluciones; en la sagaz orientación de las almas; en la lección de ardimiento que fue la construcción de la Catedral, destinada a proclamar por siglos la gloria del Eterno.
Maestro en la pila bautismal y en los bancos escolares; en la preparación y bendición de las nupcias, en la solución de los conflictos familiares; en el consejo y el estímulo para la brega terrenal, y la asistencia para la lucha vital del moribundo y la resignación de los dolientes.
Maestro en el dar: la palabra y la sonrisa, la bendición y la plegaria; consejo, admonición, exhortación, consuelo, aplauso y premio; benigna punición y perdón generoso; limosna, alivio, ayuda, discreta, y apoyo moral; esperanza, certidumbre y posesión de los bienes celestes.
Maestro en el sacrificio de los pastorales peregrinajes, con sus privaciones y riesgos en los bosques, páramos, ríos pantanos, arenales, cuestas y precipicios; la soledad de las pascanas, extremos de la inundación y de la sed, fatigas, escasez, hambre; constante mortificación de los insectos y la omnipresente hostilidad de la naturaleza, agobiante, insalubre y letal.
Maestro en el desprendimiento de todo poder, honor, halago y bienestar. De sus labios fluyeron sabidurías y plegarias; de sus manos bendiciones, recursos y caudales, mientras títulos, distinciones pareciera que «se le resbalaban», si no fuese porque el decir entraña cierto menosprecio.
Maestro en el trato con los pobres o ricos, humildes o poderosos, en la cura y la pesca de almas. De estrictez misericordiosa con los sacerdotes, paternal comprensión con los seminaristas y educandos y modestia con sabios e ignorantes. Afectuoso con los menesterosos, redentor de pecadores y afligidos; médico en las torturas de la duda, en las borrascas de la incredulidad y el asalto cegador de las pasiones.
Maestro acreedor del amor y la veneración, de la adhesión fieles y del respeto de los incrédulos. Inspirador de los poetas que, iluminados por el haz de sus virtudes, dedicáronle himnos, mientras la grey se inclinaba a su paso para besar las manos bienhechoras.
Maestro en la vida y en la muerte, mereció que de él dijese el vate Raúl Otero Reiche:
«El más alto decoro, la más grande virtud,
la comprensión piadosa de las cosas del mundo,
y esa gracia suprema que anima la actitud
del santo y toma simple lo profundo»
Referencias
[1] El correspondiente despacho telegráfico decía así: «Buenos Aires 5 (agosto) Ayer se han despachado por la vía de Yacuiba las cajas conteniendo el material científico que el Colegio Seminario de esa ciudad adquirió en París, a gestión del Dr. Plácido Molina M., y por medio del actual diputado Dr. Fabián Vaca Chávez. El Cónsul boliviano Dr. Adolfo Flores manifiesta que la demora en el envío se debe a la Aduana».
[2] Hay carta de Mons. Daniel Rivero acerca de las diligencias realizadas para evitar la clausura del Colegio, de cuyos penosos detalles el anciano fundador no fue ya informado, para evitarle mayores amarguras.
[3] Sor Ana Camila Valentini llegó a ser Superiora General de su congregación; murió a la edad avanzada conservando un recuerdo cariñoso de Bolivia