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Iberoamérica y sus futuras relaciones con Estados Unidos

Por: Jesús Alberto Erazo Castro

En el contexto internacional, el mundo se está alejando del unipolarismo estadounidense, en favor de un sistema multipolar. La soberanía, siendo la capacidad que un Estado tiene de ejercer poder sobre su territorio sin recibir intervención de otras naciones, pasa a discutirse hoy en día por la coexistencia de “viejos” centros de poder (China, Rusia, UE, India, entre otros). Dentro de este movimiento, Latinoamérica sale de siglos de “insignificancia” para obtener nuevos márgenes de acción. El descenso “relativo” de la influencia de EE. UU. fomenta una “ventana de oportunidad” para que exista mayor autonomía regional, siempre y cuando los países puedan conjugar ciertos intereses. Esto, en la práctica, exige trabajar varios vínculos a la vez. Recientes reportes destacan que China se ofrece a Latinoamérica como un socio “de largo plazo” fiable, mientras que las políticas arancelarias agresivas de EE. UU. han alejado a varios países hacia Pekín. Varios comentaristas de otros continentes han notado que el gobierno de EE. UU. considera a América Latina “como un problema” y la China las ve como “oportunidad”. Con todo esto, la vieja política de influencia estadounidense mediante sanciones, bases militares y presiones unilaterales, pierde fuerza.

La unipolaridad, modelo dominante tras la Guerra Fría, se encuentra ahora desafiada por un “policentrismo” más visible. La cuestión es cómo América Latina puede posicionarse estratégicamente en este nuevo “mundo post-occidental”, donde la alienación con una súper potencia ya no se considera una necesidad. La influencia estadounidense, como talasocracia, potencia marítima global, y con uno de los mayores ecosistemas comerciales, militares y culturales del mundo, empieza a ser cuestionada. La llegada de China y su lógica Sur-Sur de cooperación ha permitido a varios países de la región reconfigurar sus alianzas y, por primera vez, tratar de reducir su dependencia histórica a Washington.

China no se ha presentado como un imperio extranjero o una fuerza ideológica; al contrario, ha seguido una estrategia pragmática, aumentando la inversión en comercio, como en las áreas de logística y energía. Muchos países de Latinoamérica parecen apreciar estas relaciones como un “ganar-ganar” en oposición a la política de sanciones, condicionamientos y aranceles de Trump. En latitudes donde la hegemonía estadounidense es cada vez más cuestionada, América Latina tiene verdaderos márgenes que aprovechar para reconfigurar sus relaciones internacionales bajo una lógica multipolar, estableciendo lazos con varios centros de poder sin tener que someterse a uno.

La nueva contextualización mundial revivió el debate sobre Iberoamérica y su cuestión de autonomía estratégica relativamente a Estados Unidos. Gobiernos Progresistas como Brasil, México en su presente coyuntura, Bolivia y Nicaragua, han apoyado una mayor diversificación de socios, así como el fortalecimiento de mecanismos regionales tales como CELAC, UNASUR o ALBA con el fin de que la región consiga mayor autogobierno económico y político. Un claro ejemplo es que en la Cumbre de Celac 2025, Lula y Xiomara Castro al igual que otros líderes argumentaron en favor de políticas de menor dependencia a USA (aranceles, dólar) y mayor integración latinoamericana. Se nota que el sentimiento “anti-Yanqui” de la región estimulado por el “trumpismo”, está haciendo que algunos países adopten una postura más defensiva. Sin embargo, la fragmentación política interna en la región paraliza este ímpetu autónomo. Conformar parte del alineamiento con EEUU suele seguir la línea tradicional izquierda-derecha: gobiernos de izquierda o centro derecha moderada suelen intentar negociar más libremente, mientras que derechas populistas (Milei en Argentina, Bukele en El Salvador, Noboa en Ecuador, etc.), se convierten en incondicionales trumpistas y aliados de Washington. Esta división interna limita la fortaleza que tiene Iberoamérica para diseñar una estrategia conjunta de autonomía.

En cuanto a la polarización en Estados Unidos (Trumpistas vs Demócratas), aumenta por ahora la incertidumbre en las relaciones exteriores. La lucha faccional ha hecho que la política exterior de EE. UU. sea volátil e impredecible: desde que Trump asumió el cargo, ha habido un marcado declive en la capacidad y disposición del Gobierno de EE. UU. para proyectar de manera creíble y predecir políticamente las relaciones internacionales de América continental. Esto, a su vez, impulsa a muchos gobiernos latinoamericanos a diversificar su política exterior o negociar bilateralmente con cada administración. Durante el primer mandato, Trump trató a la región como un “laboratorio de pruebas” para una agenda impuesta unilateralmente (migración, comercio y seguridad) a través de una fuerte presión y sanciones. Esa postura agresiva ha reforzado la percepción de EE. UU. como una potencia que castiga en lugar de cooperar. En consecuencia, algunos países responden buscando alianzas alternativas, por ejemplo, con China o la UE, o fortaleciendo la integración regional.

De esta manera, el conflicto ideológico y político estadounidense contribuye indirectamente a aumentar la soberanía iberoamericana durante la última mitad de la década. La continua lucha interna dificulta que Washington imponga un modelo o narrativa uniforme externamente. Cuanto más se debilita el papel unipolar de la talasocracia estadounidense, más espacio ganan los Estados latinoamericanos para perseguir sus propias agendas independientes. Ningún país reconoce públicamente esta lucha global, pero su impacto es evidente en que América Latina ya no ‘quiere ni puede elegir entre Estados Unidos y China.’”

Siguiendo estas tendencias, la mayoría de los analistas coinciden en que la soberanía efectiva de los estados iberoamericanos aumentará para 2030. La región ahora tiene nuevas opciones diplomáticas debido a la multipolaridad emergente y la imprevisibilidad de los Estados Unidos. Sin embargo, ese ímpetu dependerá de la capacidad de los países latinoamericanos para coordinarse; sin una estrategia común, es probable que la región permanezca dividida entre aliados pro-Trump y críticos anti-Washington. En definitiva, aunque persisten fuertes interdependencias, parece que Iberoamérica buscará una mayor autonomía estratégica durante la segunda mitad de la década, influenciada en parte por la política interna de los Estados Unidos y el nuevo orden global.

Los indicadores sugieren que la soberanía iberoamericana podría aumentar en los próximos años. El debilitamiento relativo de la unipolaridad estadounidense y la lucha en curso entre los trumpistas y los demócratas están incitando a las naciones latinoamericanas a mejorar sus capacidades de toma de decisiones, así como a diversificar sus lazos internacionales. Sin embargo, esta tendencia dependerá de factores internos (cohesión regional, liderazgo) así como de la evolución de la polarización en Washington: en cualquier caso, el paisaje multipolar junto con las luchas políticas en EE. UU. parece más probable que fortalezca la autodeterminación latinoamericana a que la limite.

Jesús Alberto Erazo Castro

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