Smog sin industrias y con «no me importismo»
Empieza la época seca en Bolivia. En Cochabamba lo avisa el cielo altiplánico sin nubes en las mañanas, canícula insoportable y sol inclemente pleno de radiación dañina a medio día, aprestos diarios de aguacero en la tarde que terminan en cuatro gotas locas por aquí y granizadas asesinas por allá. Hace frío en la madrugada y hay que taparse bien, después de patear las cobijas con el calor y apenas cubrirse con una sábana para recibir a Morfeo. Resfrío seguro; en la época seca para agravarlo reina el smog que enciende la rinitis que hace chorrear las narices.
La contaminación ambiental es un asesino de masas del que no puedes escapar ni esconderte, dice un reciente estudio. En el mundo, más de siete millones de gentes mueren cada año, haciéndola una de las principales causas de muerte y enfermedad. Enfermedades del corazón, infartos, cáncer de pulmón, bronquitis y otras matan a más de 200.000 europeos y 80.000 estadounidenses cada año. Más de la mitad de las muertes anuales ocurren en China e India, que dicho sea de paso están entre las economías más pujantes del planeta.
En Bolivia no se toma en cuenta la polución ambiental porque somos supermachos. ¿Será debido a la escasa polución de partículas que exhalan escasas usinas e industrias? En Cochabamba aparte de la carencia de agua, empeora el aire que se respira. La otrora pampa de lagunas está entre las ciudades más polutas de América Latina, en la compañía pútrida de Lima en Perú, Rancagua y Chillán en Chile y Santa Gertrudis en Brasil: lo asevera la Organización Mundial de la Salud (OMS), luego de revisar datos de 1.600 ciudades y 91 países del mundo.
Las autoridades de la salud ambiental sentencian que “Cochabamba es una de las ciudades más contaminadas de Bolivia porque tiene empresas procesadoras de yeso, productoras de piedra caliza y fábricas de ladrillo, a esto se suma el hecho de que la ciudad es un valle, por lo tanto la concentración de aire no se dispersa sino se concentra”. Semejante aseveración es una lavada de manos sobre la calidad del aire que respiramos, válida para todos los poblados bolivianos que han transpuesto el umbral poblacional que les otorga el dudoso mérito de llamarse urbes.
La reciente quemazón de tres hectáreas de llantas usadas en el botadero municipal de la ciudad, quizá intencional, es un ejemplo de la impunidad reinante en los delitos contra el medio ambiente. ¿Acaso no existen normas municipales que hay que hacer cumplir? No es solo que malvivientes hayan rociado gasolina para iniciar un incendio de tamaña magnitud. ¿Será que todo queda en que la Alcaldía repartió barbijos para vecinos amenazados de muerte tóxica?
El “no me importismo” criminal sobre bienes comunes de la ciudadanía, del cual el aire es parte, empieza en los bloqueos: su primera muestra es la quema de llantas; la segunda es destruir carreteras aporreando piedras y troncos sobre el pavimento. Una hija mía, defensora de causas perdidas ella, hace años amenazó atarse a un molle inmenso amenazado de tala; apenas salvó un ceibo al que rasparon un collar asesino para matarle solo porque ensuciaba la acera con sus flores rojas: ¿no son protegidas las especies como el molle de pajaritos y el ‘chillijchi’ de artistas pintores? El domingo alarmó el ruido de motosierras “podando” un gomero en la acera: ¿ignoraban que su abultada raíz se compensa de sobra con la buena sombra que regalan y el oxígeno que exudan en ciudad de cemento? En una urbe en proceso de “calcutizar” por el exceso de comerciantes, continúa el tira y afloja de vecinos que plantan oxigenantes árboles y matuteras que ‘plantan’ sitios de venta en las aceras.
Hasta el tren urbano es motivo de tomatazos, a veces por vecinos que edificaron su “casita” en terrenos municipales. ¿Cayó alguno preso por el incendio de hectáreas de riberas de la Laguna Alalay, donde poco después murieron miles de peces por falta de oxígeno? Impunes también serán los pirómanos de Kara Kara. Recuerdo algún censo de hace años, que con alarma contabilizó 70.000 vehículos en una ciudad polvorienta donde el veneno de sus escapes se mezclaba con la tierra y las heces. Ahora son ¿medio millón?, que envenenan con sus escapes.
Destaca el sector de los transportistas. Aparte de la gasolina subvencionada y del gas natural barato, se oponen a cualquier esfuerzo de mejorar o siquiera racionalizar líneas de transporte público que atosigan el centro y las ferias. El otro día un ‘trufi’ rozó a un amigo, anciano él que reaccionó palmeando al carro; el conductor paró y le propinó tremendo puñetazo en un ojo, que hoy no pueden curar tres cirugías del conducto lacrimal suelto. ¿Se les cobra su ‘aporte’ al aire viciado?
Ya no veo humaredas de leña de las ladrilleras. Se interpone un adefesio de edificio, conventillo de doce pisos y doscientos, ¿o más?, apartamentos. Pero ladrilleros, yeseros y picapedreros están ahí, inmunes a ofertas de subvencionar su cambio a gas natural. ¿Se les cobra su ‘aporte’ al aire viciado?
Pensaba que el título “autoridad” significaba ejercer el mando. Ciertamente eso parece no ocurrir con los transgresores de normas que regulan el medio ambiente. ¡Viva la pepa!