
Fuente: Reacción Charquina
A continuación, transcribimos un fragmento muy interesante de un libro escrito por Mesa, Gisbert y Vázquez-Machicado, que trata acerca de la Revolución de La Paz, en el marco de la Guerra Separatista de América, también conocida como Revoluciones del Reino de Indias o Guerras de Independencia Latinoamericanas. Juzgue el lector cuál ha sido el papel de Pedro Domingo Murillo en este levantamiento que impactó mucho en la historia del Alto Perú.
1. REVOLUCION DE LA PAZ. El emisario de Chuquisaca, abogado Mariano Michel, encontró en La Paz un ambiente más que propicio para la idea revolucionaria, como que allí se venía gestando la rebelión desde muchos años antes, e incluso en 1805 hubo una tentativa que motivó la prisión de varios vecinos, entre ellos, Pedro Domingo Murillo, siendo puestos en libertad sin mayores complicaciones.
Michel se puso al habla con los principales elementos adictos a la causa en cinco reuniones secretas. El movimiento estalló el 16 de julio de 1809 a las 7 de la noche, tomando el cuartel y deteniendo al gobernador don Tadeo Dávila; las campanas tocadas a rebato reunieron el pueblo en la plaza y en el cabildo consiguiente, actuaron Victorio y Gregorio Lanza, Juan Basilio Catacora y Juan Bautista Sagárnaga como representantes del pueblo. La muchedumbre reunida en la plaza al pie del retrato de Fernando VII, pidió y obtuvo la deposición del gobernador Dávila, del Obispo Remigio de la Santa y Ortega, de los oficiales reales y otras autoridades. Pedro Domingo Murillo fue nombrado Comandante Militar y su segundo don Juan Pedro de Indaburu.
Todo ello fue hecho al son de los gritos de «¡Viva Fernando VII!» «¡Muera el mal gobierno!» «¡Mueran los traidores!» «Mueran los chapetones!» El 20 se quemaron públicamente los libros de deudas de la real hacienda. El 21, y en nombre del rey cautivo, Murillo fue reconocido como Jefe Militar y el 24 igual cosa con el subjefe Indaburu y Sagárnaga como Sargento Mayor de plaza. El mismo día, el cabildo. que venía funcionando como Junta Gobernadora, se convirtió en Junta Tuitiva y el 27 lanzóse la famosa proclama que, dejando de lado la careta de fidelidad a Fernando, declara abiertamente la independencia absoluta del dominio español. La parte principal dice así:
«Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto, que degradándonos de la especie humana; nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos; hemos guardado un silencio parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido un presagio cierto de su humillación y ruina. Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional del español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria, altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo en fin de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía.»
Se ha tratado de atribuir la redacción de esta proclama, «el más hermoso documento de los tiempos heroicos», al tucumano Bernardo Monteagudo. Pero, la opinión general es que se debe al cura José Antonio Medina, tucumano y miembro de la Junta Tuitiva. Este Medina fue también autor de un «Plan de Gobierno», de carácter demagógico.
Si bien la Audiencia de Charcas aprobó las actuaciones de La Paz, el verdadero carácter de ésta, como de la rebelión de Chuquisaca, no escapó a la penetración del Virrey de Lima, don José Fernando de Abascal, después Marqués de la Concordia; del de Buenos Aires, don Baltasar Hidalgo de Cisneros y del gobernador de Potosí, Francisco de Paula Sanz. El virrey Cisneros envió al mariscal Vicente Nieto a sofocar la rebelión del Alto Perú, procurando hacerlo con magnanimidad. Abascal, ordenó a José Manuel de Goyeneche, presidente de la Audiencia del Cuzco que organice tropas y vaya a dominar a los sublevados de La Paz, no obstante que el Alto Perú perteneció al virreinato del Río de La Plata. Goyeneche, reunió alrededor de 5.000 hombres bien armados y equipados. Los revolucionarios no llegaban a mil armados de fusiles.
A la aproximación de las tropas de Goyeneche, el desconcierto comenzó en La Paz, que habíase quedado sola en su intento, ya que las demás ciudades del virreynato no siguieron su ejemplo. Emisarios de Goyeneche, unos en forma de parlamentarios y otros clandestinamente, sembraron la alarma y el desaliento. El 25 de septiembre hubo una pequeña tentativa de reacción, el 30 se disolvió la Junta Tuitiva y Murillo quedó con todo el poder en sus manos. El 1º de octubre escribía secretamente a Goyeneche poniendo a sus órdenes su persona y las tropas a su mando.
Dos emisarios de Goyeneche: Pablo Astete y Mariano Campero fueron recibidos solemnemente y el 6 de octubre se convino la reposición de las antiguas autoridades, entrega de armas, etc. Incluso Murillo depuso su autoridad en manos de Campero, quien se la devolvió en nombre del rey, hasta que Goyeneche dispusiera lo conveniente.
Apenas acordado esto, algunos intransigentes se arrepintieron y entre ellos sobre todo, el cura Medina, resolviendo resistir. Ante su actitud Murillo fue apresado el 12 de octubre tachándosele de «traidor a la causa, pues los había vendido a los edecanes de Goyeneche». Tropas de Tihuanacu, encabezadas por el capitán Pedro Rodríguez venían alarmadas por comunicaciones que habían interceptado demostrando la connivencia de Murillo con los realistas. Esa noche cometieron muchos atropellos con las personas y bienes de los peninsulares. Juan Pedro de Indaburo quedó de comandante de todas las tropas, excepto las de Gabriel Antonio de Castro y las de Rodríguez. El enviado de Goyeneche, con encargo de recoger las armas, tal cual se hubo acordado el 6, no pudo conseguir sino dilatorias, pues Medina, Castro y Rodríguez, temían que el realista viniese a castigarlos con mano dura.
Ante esto, Indaburo recolectó tropas y en la noche del 18 de octubre apresó a todos los verdaderos revolucionarios, tales como Medina, Rodríguez y otros. Rodríguez fue al día siguiente asesinado en su prisión y colgado de una horca en la plaza. Mientras tanto las tropas revolucionarias de Castro, bajaron de Chacaltaya en donde se hallaban acantonadas, derrotaron a Indaburo, le mataron y colgaron su cadáver de la misma horca que había servido para Rodríguez. A Murillo lo llevaron consigo a su retorno a Chacaltaya después de muchos saqueos y abusos de la soldadesca ebria de sangre y alcohol. En vista de la superioridad de fuerzas de Goyeneche, Castro, marchóse con sus tropas a Yungas, cuyos desfiladeros le ofrecían fácil refugio y defensa. Unos pocos, al mando del español Figueroa quedaron en Chacaltaya, dispararon unas salvas para cubrir y disimular la retirada de Castro, dispersándose de inmediato. Varios y entre ellos Figueroa fueron apresados cuando trataban de tomar el camino a Yungas. Enseguida entró Goyeneche a La Paz.
Castro, llevando siempre preso consigo a Murillo dirigióse a Irupana. En el camino Murillo consiguió escapar y escribir diversas cartas a Goyeneche, denunciando los planes demagógicos de Castro y poniéndose bajo su protección y clemencia. Las tropas de Castro fueron derrotadas el 11 de noviembre en Irupana y de allí a poco tanto Victorio García Lanza como Castro fueron muertos y sus cabezas enviadas a La Paz, colocándoselas en lugares públicos. Murillo, arrestado en Zongo, fue remitido a La Paz.
Presos todos los revolucionarios, sometióseles a juicio. Todos negaron la gravedad de las acusaciones. Sin embargo el 29 de enero de 1810 fueron ejecutados en la plaza de La Paz, Pedro Domingo Murillo, Antonio Figueroa, Melchor Jiménez, Buenaventura Bueno, Juan Basilio Catacora, Mariano Graneros, Apolinar Jaén, Pedro Domingo Murillo Gregorio García Lanza y Juan Bautista Sagárnaga. El cura Medina libró la vida debido a su condición eclesiástica. Alrededor de un centenar de personas fueron condenadas a destierro y otras a penas menores. Creíase vencida la rebelión, pero ella seguía latente y su llama, como la tea de la frase atribuida a Murillo, no se apagó.
El Mariscal Nieto con tropas de Buenos Aires llegó a Potosí el 14 de diciembre de 1809 y el 17, en compañía del Arzobispo Moxó entraba solemnemente en Chuquisaca, siendo recibido por la Audiencia con todos los honores. Poco después hacía instituir un proceso, apresando a los únicos oidores actuantes del 25 de Mayo que allí se encontraban, a saber: don Agustín de Ussoz y Mozi y don José Vázquez Ballesteros, así como al fiscal Miguel López Andreu, a Juan Antonio Alvarez de Arenales, Joaquín Lemoine, los hermanos Zudáñez (Manuel murió en prisión), y otros. Pero no se derramó sangre. Nieto fue muy magnánimo.
— Humberto Vázquez-Machicado, José de Mesa, Teresa Gisbert, Manual de historia de Bolivia. Gisbert y Cía. S. A. Libreros Editores. La Paz, 1963. Pp 278-281.