Cavilando sobre evadas
Quizá haya recurrido en mí alguna terciana infantil, o debo imponerme un humor febril para estar a tono con los sacrificados nueve años de buen periodismo del Semanario Uno, que celebra en Santa Cruz de la Sierra mi amiga Maggy Talavera. No encuentro mejor manera de reír bañado en llanto que cavilar sobre evadas, tantas de ellas que le ponen una guirnalda de coca a mi sardonia.
Acierta el ingenio popular en sentenciar que la memoria es como el mal amigo, cuando más falta te hace, te falla. En este caso prevalecerá aquello de que por la boca muere el pez, al rememorar que una de las primeras evadas es “cuando algún jurista me dice: Evo, te estás equivocando jurídicamente, eso que estás haciendo es ilegal, bueno, yo le meto por más que sea ilegal. Después les digo a los abogados: si es ilegal, legalicen ustedes, para qué han estudiado”.
Pasaron algunos meses y discurseó el soberbio hecho al humilde y de paso, la embarró. Dijo que “si el Presidente ha cometido algún error, algún delito, júzguenme, procésenme y castíguenme, (pero) también quiero decirles (que) si algún error o delito voy a cometer, si es un tema legal debe ser por culpa de mis abogados y abogadas, si hay un problema (en el tema) de los derechos humanos, será por culpa de algún Ministro o Ministra, (…) los (problemas en) temas económicos, en temas del Estado van a ser por (responsabilidad de) algún compañero o compañera”.
La aparente humildad me recordó a un pegajoso bolero, que en la voz de Lucho Gatica quizá tenía sentido en el embelesado oído de la cocinera que lloraba al picar cebolla, no por la verdad que instaba “miénteme, hiéreme, mátame si quieres, pero no me dejes nunca, nunca jamás”. Digo, si acaso te dan matarile, ¿te importará si tu amor te deja por un cuerpo más caliente, así fuera menos tieso?
Si está bien nomás que ayuden a la elocución presidencial añadiendo entre paréntesis lo que fuera necesario para el buen decir o escribir, ¿no es tiempo de remachar que la desigualdad social de hombres y mujeres no disminuye con reiterar “abogados y abogadas”, “compañero y compañera”, “ministro y ministra”? Lo remacha la Real Academia Española (RAE), quizá en prosa filosa de su miembro de número Arturo Pérez Reverte: tales piruetas lingüísticas resultan empobrecedoras, artificiosas y ridículas.
Sin embargo, cuidado leguleyos. Estamos ante un pilatuno lavaje de manos. Si la primera evada ordenaba a los abogados que oficien de barrenderos tapujadores de las ilegalidades del número uno, que “para eso habían estudiado”, ahora resulta que cargarán el fardo de los desaciertos legales del mandamás y de su gobierno.
Tal contrasentido ha sido seguido por la sesuda declaración de un poncho rojo elegido, que devalúa una ya venida a menos profesión abogadil, al poner sentencias constitucionales en el tapete, mejor dicho el aguayo, donde suelta unas hojas de coca que al caer le dicen si es procedente o no a la luz constitucional el recurso impetrado. Menudearán los sondeos sobre si en el futuro valdrán también las consultas en borra de café, los huesecillos amarillentos de algún animalejo, o la fumada en la calavera de alguna adivinadora. Ni hablar de la baraja española, que estos días es tan colonialista como la rueda, el alfabeto y la cruz que desconocían las culturas prehispánicas.
Estamos como sumergidos en un baño de espuma de charlatanería. No otra cosa sugiere el papo adulón de que “la coca no es una simple planta, para nosotros los aymaras es un símbolo de resistencia contra la opresión, contra el imperialismo, contra el colonialismo”. Será pues en la onda del canciller chino Chou-Enlai, que no encontró propiedades afrodisíacas en la heroína, como nuestro inefable Choquehuanca en la papalisa, cuando en el marco de la Guerra Fría remarcó que si EEUU tenía la bomba atómica, los chinos tenían el Triángulo de Oro, donde se producía el opio narcotizador de los imperialistas. La Bolivia de los cocaleros tiene el Chapare.
Quizá más que nunca hay que cuidarse de los encantos de la mujer chilena, la sinuosidad de la amistad peruana y los vericuetos de la justicia boliviana. Los dos primeros son estereotipos ridículos. Pero si nos atenemos a que cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía, los alardes presidenciales de exportar la justicia boliviana al mundo se desinflaron ante la payasada del jurisconsulto aymara de la coca.
Si el refranero popular sugiere que tanto va el cántaro al agua, que se rompe, la versión moderna la propaló el nazista Goebbels, al practicar el primer decreto de la propaganda: “miente, miente, que algo queda”. Quizá el “llunquerío” anima al presidente de la Comisión de Planificación y Política Económica de la Cámara de Diputados, al ir a contrapelo de la experiencia histórica de Bolivia y del mundo en sentido de que el Estado es un mal administrador del dinero y de las empresas públicas.
No creo que sea “invento del imperialismo” aquel YPFB estatal, vaca raquítica a la que ordeñaban hasta la última gota de leche para pagar sueldos supernumerarios. Ni esa Comibol de inmensos inventarios de chatarra obsoleta, comprada para cobrar coimas, en el último ensayo estatista del MNR y su “robolusión” nacional, que el presente régimen pachamamista y cocalero persiste en olvidar. Si el imperialismo se apropia de nuestros recursos naturales, ¿en manos de quién está la plata de San Cristóbal, el cobre de Corocoro, el hierro del Mutún, el gas natural de Margarita y San Antonio?
(20120323)