Salvemos el Tipnis
Hace una semana escribí sobre un héroe del Tipnis, y podría enaltecer a docenas de ellos. En tal sentido, me referí a depredadores de la valiosa reserva natural y territorio indígena. Mencioné a tronqueros y cocaleros; a petroleros y contratistas de carreteras. Un conocedor de primera mano de los protagonistas y afanes de la epopeya del Tipnis me hizo notar una omisión tan conspicua como morete en el ojo: el narcotráfico.
Morete en mi subconsciente debe haber sido también. A la noticia de la prestidigitación mágica que hizo aparecer medio centenar de pueblos afiliados a los traidores del Conisur, soñé con indígenas de tierras bajas prostituidos por el agua de fuego del alcohol. A la puerta de bares de puertas de vaivén y clavicordios “honky tonk” del lejano Oeste estadounidense, estaban Chimanes allá, mojeños Trinitarios acá y Yuracarés acullá: en vez de pianos eran adefesios enormes de parlantes negros que ofendían con la cacofonía de reguetón y chicha cumbia. Igual de segregados por racistas estaban los “originarios” indígenas del oriente –cambas– excluidos ya no por blancos anglosajones o “carayanas” benianos, sino por vallunos quechua-parlantes, mestizos ex mineros y cholos de raigambre aimara –collas.
A mi imaginación febril concurrieron camionetas 4×4 cargando coca de parcelas invasoras del Tipnis, a factorías ya no de ollas o zanjas, sino de “doras” –trituradoras, lavadoras y centrifugadoras de cocaína– en ribera de ríos condenados a morir por la borra del ácido sulfúrico y otros precursores de la droga. Imaginé pueblos polvorientos donde transitaban camiones tronqueros y vehículos 4×4 de empresas petroleras en el día, y bramaban de noche ruidosos bares y karaokes, como en todos los poblados donde campea el auge del oro y la pichicata. En el futuro avizoré zonas rojas donde convivían narcotraficantes, cocaleros y guerrilleros. Aluciné de cocaineros de pasa-montaña, fusil AK-47 y bolsadas de dólares.
Es lo que se viene si construyen la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos por el Parque.
Me cuesta sobreponerme a la depresión al ponderar la desigualdad de fuerzas en pugna por preservar o destruir el Tipnis. Por un lado, están los indígenas mojeño Trinitario, Chimanes y Yuracarés, con sus aliados conservacionistas, idealistas y un sabio pueblo boliviano donde confluyen organizaciones indígenas de tierras montañosas y habitantes de ciudades afligidas por la inseguridad ciudadana. Por otro lado, está el gobierno cocalero y sus aliados extranjeros, empecinados en construir la carretera asesina de la reserva natural, quiera o no quiera el pueblo boliviano.
Tienen policías animosos de obedecer órdenes de aporrear, así sean mujeres con niños en brazos y ancianos de tembleque andar, aparte de indígenas de arco y flecha a los que luego de amarrar como a terneros asustados, pegar mordazas plásticas para no oír los quejidos de seres humanos con vísceras golpeadas y costillas fracturadas.
Tienen obedientes militares de presillas coloridas con recuerdos de campañas, quizá no de guerras en tierras vecinas, sino de batir subversivos que después ganan en mesa lo perdido en cancha –la guerrilla cubana del Che- o la toma de predios civiles –los petroleros de Petrobrás– o la ocupación militar de tierra patria (Pando). Fuerzas aéreas cuyos mandamases envían aviones a cargar prisioneros, o navales de barcos-hospital no para curar enfermos, pero sí para transportar abalorios sobornadores.
La otra noche trabé charla con un jubilado de la naval boliviana, que me resisto a llamar “Armada” para no ser objeto de mofa de algún gringo con acceso al mar. Capitanea una embarcación en el Rin boliviano: la hidrovía Ichilo-Mamoré. Navega en 48 horas de Puerto Villarroel a Trinidad; un día más y llega a Santa Ana del Yacuma. Son tiempos de ríos llenos, claro, pero pregunto ¿cuánto tomarían trayectos en época seca hasta Guayaramerín, con servicios adecuados de canalización, saca-palos y señalización, provistos por el Estado a través de los fluviales? ¿De qué han servido años de cooperación belga en la navegación de nuestros ríos?
Si la navegación fluvial cubre el transporte pesado al Beni en un par de días, el servicio de taxi aéreo desde el ampliado aeropuerto internacional de Chimoré a San Ignacio de Moxos o Trinidad debería suplir demandas de pasajeros en menos de media hora. Entonces, ¿para qué la carretera asesina? A menos que prevalezca la colusión maldita de cocaleros, pichicateros, madereros, transportistas y petroleros –y falsos indígenas con la cola quebrada, o intereses madereros, como el de Oromomo.
La frase más recordada de J.F. Kennedy conmina a no preguntarse lo que su país puede hacer por uno, sino qué puede hacer uno por su país. Amigo de causas heroicas, pregunto qué puede hacer uno por el Tipnis.
Si puede usted, ¡marche! Averigüe formas de llegar a Chaparina el 25 de Abril, desde donde se caminará a la sede de gobierno. No se preocupe por detalles, que allí será arrebujado por la hospitalidad de gente buena. Lleve galletas de granola y calcetines acolchados, poca ropa interior, un par de pantalones, blusas o camisas, un sombrero alón y paraguas; bloqueador solar, crema humectante, Imodium, digestivos y aspirinas. Si no puede marchar deposite dinero, arroz, fideo, charque, papa y agua –sí, agua– en la iglesia de San Francisco, Bolívar y 25 de Mayo en Cochabamba. O en los arzobispados de La Paz, Santa Cruz y Trinidad, señalando su destino de Tipnis.
(20042012)