Alcides Parejas MorenoArtículosIniciosemana del 4 de JUNIO al 10 de JUNIO

A MIS MAESTROS EN SU DÍA

Si pensamos un poco en nuestras respectivas vidas, caeremos en la cuenta de que por lo menos catorce años de nuestras vidas (desde los 3 o 4 hasta los 17 o 18) estamos en manos de un maestro o maestra con el que pasamos una buena parte de nuestro día. Si a esto le sumamos un promedio de cuatro años más de estudio en un instituto o universidad, esos años se suben casi a 20. Ese es el tiempo que nuestros maestros, junto a nuestros padres, han invertido en formarnos.

No me precio de tener buena memoria, pero por alguna razón recuerdo, con nombres y apellidos, a la mayor parte de los maestros que he tenido desde que ingresé al kínder hasta salir bachiller. Como todos los niños de mi generación, en la pequeña Santa Cruz de la Sierra de fines de los años 40 del siglo pasado, fui al kinder Ana Barba, en el era directora la señorita Luisa Saucedo Sevilla. La veo entrando a mi aula para decir con voz cantarina: “¡Niños, pencil arriba!”. De estos años recuerdo con mucho cariño a mi primera maestra, la señora Teotiste Parada, que me nos trataba con una dulzura infinita. Hice los cinco años de primaria en la escuela “Obispo Santisteban”, más conocida como “Seminario”, que tenía la suerte de tener como director a don Ricardo Zuna. Aprendí a leer y a escribir con la profesora Rosa Dabdoub, a la que siguieron las profesoras Pura Anglarill, Delmira Tomelic de Suárez y Clara Robles. En quinto curso tuve por primera vez un profesor como jefe de curso, don Elvio Adorno, que murió joven. De esos años en el “Seminario”, que quedaba a una cuadra de la plaza, recuerdo a doña Nelly Velasco, la profesora de música, y a don Ernesto Parada, el de educación física. Hice la secundaria en La Salle, donde entré en contacto con profesores religiosos y laicos. Tuve la enorme suerte de tener como profesor el primer año al Hermano Gil; gracias a él aprendí gramática y me hizo gustar de la lectura. El Hermano Hipólito, que en pocos años se convirtió en el profesor ícono del colegio tanto por sus conocimientos (era un magnífico profesor de matemáticas) como por sus dotes espirituales que llegó a muchos con la palabra de Dios, es otro de los recuerdos imperecederos del colegio. Entre los profesores laicos, del que guardo el mejor recuerdo es de don Flavio Palma, mi primer profesor de historia de Bolivia; igualmente del profesor Chuquimia, que me introdujo en el mundo del arte.

Y la lista suma y sigue. En la universidad aparecen los maestros que no sólo se transmiten sabiduría sino que, sobre todo, te muestran y trazan caminos. Tal fue el caso de don Federico Suárez, uno de los historiadores más notables de la España de mediados de siglo, que me invitó a trabajar con él y me mostró el camino de la historia; de don Juan de Contreras, Marqués de Lozoya, que me entusiasmó con la historia del arte; de don Antonio Fontán que me hizo sufrir y gozar del latín; de don José Alcina Franch y don Francisco Morales Padrón, que me mostraron la historia de la América prehispánica y la historia de los descubrimientos. Finalmente está la figura de mi maestro, don Alfredo Jiménez Núñez, que me guió en la tesis de licenciatura y doctorado. Don Alfredo no es sólo mi maestro y guía, es sobre todo mi amigo.

Finalmente hay esos maestros que si bien no te han dado clases, en el sentido estricto del término, has recibido de ellos muy valiosas enseñanzas. En primerísimo lugar está la figura de don Alberto Crespo Rodas, el maestro y amigo, de quien sobre todo aprendí la honestidad intelectual; las de José y Teresa Gisbert, que me enseñaron a mirarme en el espejo y amar lo nuestro; y la de don Jorge Muñoz Reyes que me hizo enamorar de una Bolivia digna y pujante.

A través de todos estos maestros que han pasado por mi vida, hoy quiero brindar mi tributo al maestro boliviano, en cuyas manos está nada menos que el presente y futuro del país. Me doy finalmente la licencia de hacer una mención muy especial. Mi hija Lucía es una maestra de raza. Lo ha demostrado en el Colegio Alemán, pero sobre todo fundando una pequeña escuela en el Hospital Oncológico, a la que los niños internados asisten y reciben educación, que se constituye en una excelente terapia. ¡Es mi maestra favorita!

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