ACEPTAR SU DESTINO
Debe ser muy grave que a una persona todavía joven que está en el cenit del poder se le diagnostique un cáncer terminal, como es el caso del presidente Hugo Chávez. Saber que le queda por delante el disfrute de un nuevo período constitucional y los que puedan venir a futuro, todo malogrado por la implacable enfermedad, tiene que ser terrible. No es igual, en ningún modo, lo que sucedió con el general Banzer, que enfermó a sus 75 años de edad cuando le faltaba un año de gestión, y, con toda seguridad, su paulatino retiro de la política activa.
El hecho es que lo de Chávez y Banzer tienen diferencias que en estos momentos se tornan evidentes. Por un lado el hombre que se aferra al poder, que no quiere cederlo, que influye en la política venezolana desde su lecho de enfermo, que reza para sobrevivir; por el otro, el que comprende que no tiene remedio, que desea evitar problemas de sucesión, que lucha por la vida, pero que está resignado a su suerte.
Chávez está enfermo desde hace dos años y en base a anabólicos y medicamentos paliativos ha podido mostrarse públicamente y hasta ganar una elección. Pero luego, naturalmente, se ha derrumbado. Últimamente ha cumplido 40 días en un hospital de La Habana, no se lo ha visto ni en fotografía, menos ha enviado algún mensaje a la perturbada opinión pública, y peor aún, ha provocado incertidumbre en su país al haber designado un sucesor – Nicolás Maduro – que aparentemente puede traer más conflictos que soluciones.
Banzer partió de Bolivia a la clínica Walter Reed de Washington el 1 de julio del 2001, delegó el mando en el vicepresidente Tuto Quiroga como ordena la Constitución, lo desahuciaron sus médicos norteamericanos, y el 6 de agosto renunciaba definitivamente a la presidencia, sin provocar ningún trauma ni desestabilidad. Luchó por vivir y conservar el poder, quién lo duda, pero se resignó cuando se dio cuenta que la enfermedad lo había sentenciado. Se quedaría en su casa de Santa Cruz, hasta fallecer nueve meses después.
Mientras en Venezuela todo es un misterio, el gobierno se contradice, la chismografía crece, la gente duda, se provocan especulaciones por falta de información cierta, en Bolivia anuncié la noche del 5 de julio, como portavoz del Gobierno, sobre el tumor pulmonar del presidente Banzer; al día siguiente viajamos a visitarlo con los ministros Guillermo Fortún, Marcelo Pérez, y el Secretario Ejecutivo de ADN, Mario Serrate Ruíz; después regresé solo a Washington, cuando me llamó, y el 27 de julio anuncié, mediante conferencia telefónica desde EEUU, la decisión del general Banzer de renunciar a la Presidencia, en Sucre, el 6 de agosto.
Sin embargo, no todo fue fácil. Algunos adversarios políticos y sobre todo los medios informativos vivieron desesperados de conocer noticias exactas sobre la salud del mandatario enfermo. Era comprensible. Se decía que Banzer gobernaba desde el hospital Walter Reed, y que al presidente en funciones, Tuto Quiroga, lo teníamos sometido férreamente un triunvirato de “dinosaurios” conformado por Fortún, Pérez y mi persona. Nada más falso porque jamás hubo roce alguno entre Tuto Quiroga y los presuntos triunviros.
Sucedió que existía una enorme expectativa sobre lo que podría acontecer si Banzer fallecía en cualquier momento, lo que entendíamos dada la suerte desdichada que habían corrido muchos de los vicepresidentes a lo largo de la historia de Bolivia. Pero justamente por eso, por preservar una transición pacífica y constitucional, es que no se podía decir ni una palabra más de lo que informaban casi diariamente los médicos del Presidente y que nosotros transmitíamos a la prensa, sin “interpretar” nada.
Casos paralelos, si se quiere, aunque Chávez es un líder continental de los socialistas del siglo XXI y por tanto se lo protege y se manipula la información de forma escandalosa. Y Cuba es la más interesada en que Chávez sobreviva o en prolongar su vida hasta más allá de su muerte si es posible.