Período del régimen de Pedro José Toledo Pimentel, gobernador de Santa Cruz el año de 1810, narrada por el historiador cruceño Hernando Sanabria Fernández en su libro Crónica sumaria de los gobernadores de Santa Cruz: 1560-1810. Las negritas son nuestras.
A la muerte del coronel Seoane, hubo de asumir la subdelegación el asesor jurídico de ésta, doctor Pedro José Toledo Pimentel. Juró el cargo el 4 de abril, ante el cabildo compuesto a la sazón por el alcalde Francisco Javier de Cuéllar y los regidores José Joaquín Aponte, Francisco Javier Saucedo y José Vicente Arias.
El doctor Toledo era natural de Salta e hijo de Francisco Toledo Pimentel y Juana Crisóstoma Hidalgo Montemayor. La familia Toledo Pimentel radicaba en aquella porción de las provincias rioplatenses desde los tiempos de la conquista. Descendía por línea directa de varón de la ilustre casa de los Álvarez de Toledo, que dio a la monarquía española varios ilustres servidores y tenía, desde 1465, el ducado y señorío de Alba, aparte de marquesados, condados, vizcondados y baronías en profusión.
Don Pedro José vino a estudiar a Chuquisaca, en cuya universidad se doctoró en derecho el año 1780. Tenía un hermano, probablemente gemelo, nombrado Pedro, que abrazó la carrera del sacerdocio.
Por lo que se advierte, el tonsurado alcanzó mayor y más pronta figuración que el togado. En 1781 llegaba el primero a la canonjía teologal del coro catedralicio y en 1784 colaba la dignidad de deán. Entre tanto, el segundo, mero asesor del gobierno local desde principios de la centuria, sólo alcanzaría al ejercicio de estas funciones al fallecimiento del titular Seoane. Mas, en compensación, pudo amasar considerable fortuna, esto naturalmente que en relación con los parvos menesteres dominantes en la comunidad cruceña de ese entonces.
Casado con doña Juana Gutiérrez de Soliz, tuvo con ella varios hijos, entre éstos aquella doña Marquesa, dama de mucho estrado y tejemaneje social, esposa que fue de D. Juan Manuel Zarco y de cuya interesante personalidad se ocupó René-Moreno en más de una de sus evocaciones autobiográficas.
En el ejercicio de las funciones gubernativas sólo le estaba reservado a don Pedro José el preciso tiempo para advertir que sobrevendría la tempestad. El hijo de su predecesor, flamante doctor de Charcas, se echaba subrepticiamente a propagar ideas subversivas; parte de la plebe se mostraba osada y respondona y no faltaba sacerdote que hablase de reyes en cautiverio en las pláticas domingueras y de voluntades de pueblo soberano. Aunque se sabía que al otro lado de la sierra las rebeliones habían sido dominadas, algo hacía suponer que la situación era precaria.
En el mes de agosto mandó comparecer a los comandantes de las guarniciones de Chiquitos y la Chiriguanía y al de las milicias locales. Landívar, Becerra y Velasco estuvieron conformes en asegurar que respondían de la lealtad y firmeza de su gente.
Entre fines de dicho mes y principios del siguiente arribó a la ciudad otro doctor de Charcas, D. Juan Manuel Lemoine, con el descarte de venir a ejercer la profesión. Y luego, a los días, un viajero argentino llamado D. Eustaquio Moldes. Le fue sugerido a Toledo que tomase providencias contra ellos, ante la vehemente sospecha de que fueran portadores de malas nuevas. Pero el gobernador no quiso tomar ninguna, confiado o mal prevenido.
Finalmente estalló la revuelta local, la tarde del 24 de setiembre. Una poblada dirigida por el joven Seoane y el coronel Antonio Suárez tomó la casa de gobierno y un cabildo abierto desconoció la autoridad de Toledo, so color de adhesión más firme a la monarquía española en la persona del muy amado Fernando VII.