ArtículosIniciosemana del 24 de FEBRERO al 2 de MARZOWinston Estremadoiro

El Tata Presidente y la ‘chope’ inundación

Desazonado estaba por el deceso de Simón Díaz, trovador llanero venezolano. En eso telefoneó una amiga que reunía alimentos, ropa, cualquier cosa que fuera útil a infelices afligidos por el agua silenciosa; despotricó por la callosa negativa del Gobierno a declarar zona de desastre al Beni. Me chispeó en la mente el cuarteto Los Taitas, que a ritmo de chovena cantaba el lamento de un mojeño de la llanura beniana, segunda en extensión en Sudamérica después de los Llanos de Venezuela: “echau jamaca, puse a pensar/ tenía sembrao para comer/ vino tiempo maro, puso a yover/ empezó río a rebarsar. Tata Presidente de ra nación, con herramientas me va a ayudar/ perdí mi santi con mi yucar en esta chope inundación”.

Pensé en Trinidad, ubicada en una suerte de embudo donde los ríos vecinos están al nivel de la mancha urbana; rebalsan cuando crecen y sobreviene el agua silenciosa de la inundación. Hace una semana había llovido desde las seis de la mañana hasta las tres de la tarde. Se anegó por dentro; motobombas expulsaban el agua, que por fuera subía remojando el anillo de contención amontonado para impedir su entrada. Hace décadas, cuando su población no llegaba a la mitad de hoy, un grupo de notables impulsó la solución de fondo de ese problema: el traslado del poblado a una altura allende su actual ubicación. La gente, comodona, se negó. Ahora Trinidad sufre el olor de acequias abiertas donde los hogares vierten sus aguas servidas, que tal vez desfogan en época seca a los ríos vecinos.

Cada cierto número de años, viene una “chope” (gran) inundación y las aguas aumentan en caudal por anegaciones aguas arriba. Aparte de tormentas locales –ningún ‘chilchi’ mezquino, sino lluvia tupida– las aguas que alagaron calles y campos vallunos, angustian a cocaleros del Chapare, a desvalidos Yuracarés, a indígenas del Tipnis que reciben regalos interesados para torcer su oposición a la carretera asesina de su territorio, inunda pueblos, aldeas y campos en el suelo gredoso e impermeable del Beni.
Hidrografía básica, si Trinidad se inunda, ponga las barbas en remojo Santa Ana del Yacuma. A fines de los cincuenta del siglo pasado, me esperaba un caballo ensillado al pie de un DC-3 para cruzar dos ríos de nado para llegar a una estancia vecina: se chapoteaba agarrado de la montura del equino que también nadaba. Al volver, remamos en un ‘casco’ (canoa) recogiendo frutos amarillos de pitón, hasta atracar a media cuadra de la plaza de la capital movima.

Bolivia es potencia mundial de lo que en el futuro será motivo de conflictos y guerras: el agua dulce. Gran parte de ese acervo se encuentra en el Beni, inmensidad pecosa de ríos, lagos, lagunas y arroyos, aparte de grandes humedales que en época de lluvias son mares extensos. Por su mitad, se desborda el río Mamoré. En su frontera con Brasil, los afluentes del río Iténez o Guaporé inundan tierras Itonamas. En su límite occidental, el río Beni y afluentes anegan Rurrenabaque, Reyes, San Borja, Santa Rosa. El río Madre de Dios y los dedos hidrográficos que cruzan Pando, llegan a Riberalta y desbordan lagunas de oxidación en la antigua Barranca Colorada.

Fue ciclo funesto de sequía y anegamiento que solucionaron los indígenas de la civilización del Gran Paitití, sin dejar restos pétreos como los adueñados por intrusos en Tiahuanaco, sino con lomeríos de suelos pobres amontonados con palas de madera y fertilizados con compost de cosechas anuales de prolífico taropé, primo de macrófitas de la laguna Alalay. Imaginen lo que se puede hacer con maquinaria moderna…

Las penurias del Beni, que aloja tajada cuantiosa de las 36 ‘naciones originarias’ embutidas en la Constitución ‘plurinacional’ de La Calancha, parecen no importar a los capos del Gobierno. El ministro que no quiere declarar desastre natural porque haría ‘súbditos’ a los benianos de los que les ayudarán; sinrazón que no ha impedido que ayuden naciones, instituciones, ONG, y hasta el Papa Francisco. Un ignorante, hoy vice ministro, negando víveres a los damnificados, innova la dieta al recomendar que “si escasea la carne, se coma gatos y perros, como en otros países”; me late que es pariente del degollador de pichichos que hoy oficia de mandamás congresal. Qué le puede importar si van más de cien mil, y serán más de doscientas mil, las reses que morirán ahogadas, en un departamento que tiene diez veces más ganado vacuno que gente. Qué puede saber de míseros que viven en canoas, ya que sus chozas y chacos están alagados; que comen carne de vacas muertas “carneadas para el almuerzo: un pedazo para la olla, otro para colgar y hacerlo charque”.

Quizá es parte de la receta ideológica del Vice: joder a los k’aras, y a los cambas de paso; pero los benianos son también bolivianos. Un mandamás quizá insomne con lío caribeño, suma apoyo cruceño de un chistoso mete-mano en Santa Cruz, que quizá vuelca la gorra autonomista al lisonjear al “mejor Presidente”, que a su vez le adula como el “mejor alcalde”. Y su régimen gasta centenas de miles diarios en propaganda, para convencer que ayuda a gente desvalida por la inundación.

La inundación en el Beni no costará los más de mil millones de dólares en daños materiales del Huracán Katrina, que en 2005 inundó la ciudad de Nueva Orleans. Pero si EE.UU falló en prever tal catástrofe, causa asombro que mandamases arrogantes con la barriga llena, por chicanas politiqueras persistan en falsos orgullos e ignoren causas y efectos de un desastre natural recurrente en un país pobre.

(20140228)

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