Acabo de engullir un albaricoque en almíbar venido de Turquía. Pan negro cubierto de semillas, café y mantequilla. Qué más literario que eso. Noche, además, de otoño en Aurora. Las hojas caen bajo la luz de luna y todas parecen de plata.
Filatelista apasionado, y reprochable, decidí entre los vastos miles de sellos coloreados comenzar una colección temática de “escritores”. El primer problema apareció cuando no sabía si incluir o rechazar a Winston Churchill. Tuve que leerme sus mil páginas de memorias y ahí está, al lado de Nazim Hikmet y de George Sand; arriba de Alfredo Palacios y debajo de Georg Trakl. Literato y cabrón. O cabrón que sabía escribir, redactar, y orar (de oratoria, no de rezo).
Pero escribía. Me pregunto hoy, yo que husmeé en Villon a través de Schwob en la Biblioteca Nacional de París, si la controversia por el Nobel a Bob Dylan es válida. ¿No cantaba Brassens a Villon? ¿Al menos una canción, no un poema, de Villon? Hace más de 30 años compré en La Juventud, que todavía estaba en la calle Junín, dos libros de VISOR: Apollinaire y Bob Dylan. Canciones sí, o poemas que se harían canción.
Partamos de que en primer lugar a Dylan le debe dar lo mismo recibir el Nobel que no. Supongo que algo así no hace mella en un hombre que se convirtió en mito, uno a quien, para homenajearlo cerca de donde vivía, se dedicó aquel otro mito de Woodstock. ¿En qué lo aumenta? En nada. Creo que la importancia de este poeta cantor, en la medida de los juglares medievales y los payadores de la pampa argentina, se refleja en las últimas escenas de Inside Llewyn Davis de los hermanos Coen, cuando un fracasado folk singer se aleja en la noche y escucha dentro de un boliche la voz y la música de lo que será el futuro no solo del folk sino del rock: Bob Dylan. Sin pronunciar su nombre.
La aparición del rock como fenómeno universal ayudó a “olvidar” la poesía. Desde que esa música se infiltró en el registro humano con fervor, se leyó menos poesía. O se transfirió el hálito de una a la siguiente. Se hizo masiva, lo que no se lograba en “el otro” género quizá desde tiempos de Homero. O de Villon. Cabe preguntarse si todavía lo que se cantaba era verso que podía ser transcrito al papel sin perder su esencia. En pocos casos: Dylan, Lennon, Neil Young, Ray Davis, David Bowie, Hendrix, Jim Morrison. Algunos más.
“No creo en Zimmerman”, decía John Lennon. He perdido el contexto de aquella frase pero la recuerdo para imaginar qué hubiese pensado el beatle de este premio. ¿No lo merecería Leonard Cohen? ¿Discutiríamos tanto si fuese el autor de I Am Your Man el galardonado? Creo que nadie duda de su calidad poética. Pero es cantante. Pero es poeta. O este arte se hizo dos de uno. Uno silente, otro a veces hasta estridente. ¿Los versos del gaucho matrero alrededor del fogón, con guitarra y acecho indio al lado son menos literatura que Macedonio Fernández?
Claro que el incluir a un músico en un campo estrictamente literario trae controversia. Por ahí leo que también se podría aceptar a futbolistas en el Nobel de literatura. Nadie cuestionaría que las piernas chuecas de Garrincha eran un poema colectivo, aullado en la selección y más en los campeonatos locales de pardos y caboclos. Creo que no debemos exagerar en lo de ser serios. Que el Nobel de Dylan deja de lado a geniales trabajadores de la palabra, seguro. Pero Balzac andaba con carrito por la calle vendiendo sus libros a precio de marraqueta, y Dickens se angustiaba al ver a los escritores de moda vestidos de seda y escarpín. Unos persisten, eternizan; otros, como Disraeli, se han desechado en el arte. Pase lo que pase.
Jorge Amado merecía un Nobel. Pero también la música popular bahiana Você ja foi a Bahia?, cantada por los Anjos do Inferno. No se discute la poética de la palabra ni del ritmo. Otra cosa es con la ciencia donde los subjetivismos no pesan como en estas artes conflictivas del espíritu. Un brujo masai que transmite historia oral de centurias, sin saber escribir, hace también literatura expresiva, rica, trascendente. Cierto que no podemos premiar a todos los hechiceros del orbe, ni a cada cantante. Hay que entenderlo como una justa extensión a un arte muy ligado al literario y que premia no solo la amplia tradición inmigrante de los Estados Unidos, con propios mitos y versos, sino a los poetas populares negros, esclavizados y asesinados en los algodonales del sur, que con banjo, armónica y guitarra inventaron poco a poco a Bob Dylan sin quitarle su singularidad personal.
Bien anota un lector que Zimmerman trae su nombre “de guerra” desde Dylan Thomas, el profeta ebrio. Sirve para al menos encontrarnos con una de sus fuentes. Entre el galés y los oscurísimos africanos de blanquísimos dientes y voz cascada, se moldea otro profeta, poeta como Dylan Thomas y cantor a la usanza de los negros de cañaveral y grillo en tobillo. No hablamos de Arjona, por favor, sino de un personaje complejo, una síntesis, conjunción, maridaje de dos vertientes distintas, distantes pero no dispares.
“No voy a trabajar en la granja de Maggie, no más/No he de trabajar allí, no más/Despierto en la mañana/Junto las manos y rezo por lluvia/Tengo la cabeza llena de ideas/Me enloquecen/Vergonzante es la forma en que me hace frotar los pisos/No he de trabajar allí, no más”. Traducción libre. Canción de 1965.
El título lo presto de Bryan Ferry
Imagen: Miko
Fuente: lecoqenfer.blogspot.com