Prejuicios gringos y bolivianos
Recibo un comprimido de noticias mundiales apenas abro mi correo. Una opinión de Luis Ernesto Derbez llamó mi atención. Quise copiar la fuente para que el mío fuese fidedigno; salió una perorata sobre la prohibición de reproducirlo en cualquier medio. A la porra, dije. Lo “gogleé”, aunque al teclear tres veces “El Universal, México, Derbez” me llevó a un actor mexicano triunfante en EE.UU.
El columnista mexicano Luis Ernesto Derbez opina que había que agradecer que el presidente Trump siguiera trapeando (¿o será “trumpeando”?) a su país. Entre otras cosas, porque ello llevaría a garantizar la estabilidad económica mediante una política comercial de productos y mercados diversos; su menosprecio de migrantes mexicanos llevaría a priorizar la soberanía nacional, con una política de educación y desarrollo científico y tecnológico que liberase a su dependiente sistema productivo.
Nada más acertado, no solo para México, sino para toda América Latina, incluyendo a Bolivia. Sin embargo, mi optimismo matinal se desinfló. Evo felicitaba a Rohani, reelecto mandamás en Irán, aunque apuesto que la mayoría nuestra cree que los persas son árabes y “farsi” no es su lengua, sino una versión corta de farsante. ¿Qué dirá Rafael Correa, uno más de la pandilla de socialistas del Siglo XXI, hoy que el Concejo de Quito, su capital, declaró persona non grata a Nicolás Maduro?
Soñador que soy, volví a Derbez (el columnista, no el actor). Ahora que llegaron los tiempos de vacas flacas, ¿será posible lograr estabilidad económica en un país pequeño como el nuestro?
No solo estabilidad, sino hasta progreso, pensé. ¿Esperaremos a que EE.UU produzca más quinua que Bolivia? En vez de malgastar en museos megalómanos, si hasta comer bichos (chapulines) está de moda, es cuestión que el papá Estado, tan inquieto de “originarios” que es, fomente exportar y comer cultivos orgánicos de marca andina. ¿Solo Perú produce arracacha, yacón, achira, chagos, ajipa, qañiwa, kiwicha, aguaymanto, pushgay, saúco? Yo premiaría recetas energéticas y nutritivas con maca, tarwi, suíco y tomatillo.
Hasta iría a La Paz aguantando el temor de que me reviente el corazón como a José María Bakovic, si en La Paz listaran guiso de llama acompañado de papa “k’oyllu” y “llajua” con “quilquiña”, regado con vino tarijeño “de altura” y licor de coca de bajativo; ¿qué tal en la gélida Oruro un “rostro asado” con una Huari helada, cholita con “p’ullo” de donde saque las testas, con premio al gringo que hale el cuero de la cabeza ovejuna y coma los ojos y los sesos?
El prejuicio de Trump por los migrantes mexicanos (y latinoamericanos) me lleva a tratar el tema del racismo, tan de moda hoy que se han encrespado los ánimos con afiches del Ministerio de Comunicación, discriminantes de los cruceños. Recuerdo a mi compañero de cuarto, judío de Nueva York él, en un dormitorio universitario en Houston; cuando notaba que me invadía la nostalgia, se aperchaba de cuclillas en mi cama y se ponía a cantar en castellano agringado la melodía mexicana “la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar”. Era lo único que conocía de la lejana Bolivia.
Tan vociferante de la cultura aimara que es, el Ministro de Descolonización habla de dignificar la pollera. ¿Sabrá que esa prenda, además de la manta, la camisa floreada, los aretes “faluchos” y los sombreros bombín de las cholitas paceñas son de origen español e inglés? ¿Qué incluso el apelativo “chola” proviene de la expresión hispana “chula” (linda)? Es una prueba más de que Bolivia es mestiza, y tal vez lo único que se ha logrado al segregar a “originarios” y “blancoides”, es el racismo al revés. ¿No es racista que algún “originario” amenace que tiene 500 años para vengarse de los “blancos”?
Si el racismo se observa en prejuicios hacia personas diferentes, ¿acaso no se desconfía del “muchacho de pelo largo” de la canción? El prejuicio permea las sociedades. Es algo que se “socializa” (perdón por el ‘sociologismo’), desde el hogar, desde la escuela. Entiéndase de una vez, el meollo del racismo exhibido en diversas formas de prejuicio es la ignorancia.
Mientras más educada es la persona, más control ejercerá sobre sus prejuicios. Pero de que existen, existen. El otro día mi nieto de 6 años censuraba que yo masculle “cholo ‘e mierda” ante el taxista que casi embiste mi carro por ganar la delantera; quizá el apurado pensó “a ver si el blancucho pestañea primero”. Mi esposa me pela los ojos cuando susurro “mujer al volante” al ver a una moza manejar y parlotear en su celular; la muchacha pensará “viejo ‘e mierda’ cuando le toco bocina.
No tiene sentido discriminar a los cruceños asociando al racismo los colores de su bandera. Peor todavía si Santa Cruz es crisol de la nacionalidad y locomotora de la economía del país. ¿No alardean del efecto positivo de migrantes collas en el auge de ese departamento? El Gobierno se cree adalid del antirracismo; sin embargo, al asumir el poder optó por una política de dividir y restar en vez de sumar y multiplicar, al balcanizar Bolivia entre “originarios” y “blancoides”. Creo que fariseos de la “descolonización” enjuiciarían por racista al orureño Gilberto Rojas, por componer ¡viva Santa Cruz!