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El mar y Evo como garante de un país sin futuro

El Presidente es la garantía de no futuro; es la garantía de anclarnos en la repetición permanente de quejas y angustia. Eso da votos pero no da futuro.

Diego Ayo Politólogo

El presidente Evo Morales se lanzó una perlita en los festejos del 23 de marzo en honor al mar. Convocó a Chile a acatar al fallo de la Haya y tender las puertas del diálogo. De acuerdo a esta interpretación, la Corte Internacional habría instado a las partes a dialogar. He ahí el corazón del dictamen jurídico. ¿Es cierto? Por supuesto que no.

Casi al despedirse, tras emitir el famoso fallo, los jueces de La Haya se despidieron recomendando el diálogo. La cosa fue más o menos así: “bolivianos, sus argumentos no sirven, lo siento mucho, perdieron, gracias por intentarlo. Hasta luego… ah, antes de irnos, les aconsejamos que charlen un poquito”.

Es decir, ya casi en la puerta de salida y para cerrar la sesión con algo menos fatídico que “fueron derrotados y no hay nada qué hacer, chau”, se mandaron ese finalito tierno. Y don Evo se agarró de esos seis segundos de despedida anestésica para hacer lo que mejor sabe: seguir jugando con los imaginarios antes que ofrecer resultados de gestión.

Puede que no haya política alguna de telecomunicación pero él juega con un imaginario de grandeza recordándonos el satélite Túpak Katari. Puede que no haya una política de turismo, pero él juega con un imaginario de un país turístico de primer nivel; y sí un largo etcétera.

Y es eso lo que debemos reclamar los bolivianos: la existencia de alternativas y de políticas públicas serias. Yo no critico tanto el haber ido a La Haya como el no tener una opción alternativa frente a la derrota. Eso es lo que se requiere.

Un político digno que nos diga clara y contundentemente “hemos perdido, lo hemos intentado, pero hemos perdido. Lo siento.  Pero puedo ofrecerles como plan B construir un puerto expedito al atlántico; negociar con Chile la posesión de un puerto propio sin soberanía pero con estas condiciones altamente favorables para el país; erigir 25 puertos secos en determinados puntos de la geografía nacional de tal modo que un exportador cruceño o un importador orureño puedan hacer todos sus trámites en ese lugar con condiciones como si estuviesen en Arica; puedo facilitar un camino que una al Pacífico con el Atlántico en 72 horas entre otros aspectos que iremos anunciando”.

Eso es lo que uno espera.

Nos equivocamos en La Haya. Los argumentos no fueron los propicios. Pero considero esencial reconocerlo. Los políticos se equivocan y lo hacen todo el tiempo. Confieso que me hizo mucho bien leer la autobiografía de Michael Ignatieff sobre su vida política en su libro Fuego y cenizas.

Fue candidato a primer ministro de Canadá y perdió. Había sido profesor de la universidad de Harvard por 32 años. Tenía la vida garantizada y era hondamente respetado. ¿Por qué se jugó por la política? ¿Por qué arriesgar tanto por una actividad que supone ponerte en el tablado de la crítica diaria, una crítica inmisericorde que se mete contigo, tus hijos, tus ideas?

Su respuesta es imprescindible: “La razón es única: la política te da la posibilidad de intervenir en el destino de otros, de gente marginada, de pobres, de gente sin techo, de ciudadanos sin trabajo y darles no sólo una esperanza, sino una solución. La política te da el honor de mejorar sus vidas. Te da la oportunidad y el privilegio de transformar algunas vidas. Es lo que la hace necesaria y, sobre todo, noble”.

Este autor comienza su odisea introspectiva con alguna frase: “fracasé, no fui elegido, cometí errores y sé que fracasé”. Esta declaración me produjo una singular emoción. Y me hizo entender no sólo que la política debe ser reivindicada, sino que al hacerlo estamos simultáneamente construyendo una forma diferente de entender la política como aquella actividad en la que se cometen errores.

¿Por qué es tan importante reconocer los errores? Pues por un motivo vital: sólo al reconocer los errores nos labramos un futuro. Sólo al decir “hice mal esto, cometí errores”, te proyectas a un futuro en el que ya no harás eso. Esa es la ventaja de errar: la posibilidad de hacerlo mejor en el futuro. Por eso es que sé que la nueva mentira de Evo Morales no sólo es cobarde y antiestética. En realidad eso ya lo sé, no es nuevo.

Lo que verdaderamente es grave es que su mentira nos inhibe de cualquier plan B, nos anula cualquier futuro. Evo Morales es la garantía de repetir los mismos errores, continuar el lamento, seguir la senda jurídica alimentando a abogados (extranjeros) y, sobre todo, lucrar con estas emociones nacionalistas sin pudor alguno.

No me molesta, pues, perder el mar. Me molesta perder el futuro. Y creo que Evo Morales es la garantía de no futuro. Evo es la garantía de anclarnos en la repetición permanente de quejas y angustia. Eso da votos pero no da futuro.

El mar sólo lo tendremos cuando dejemos de creer  que el problema es Chile, la soberanía o, peor aún, la confabulación imperialista de la Corte de la Haya. Cuando entendamos que el problema es no aprovechar nuestra “condición panameña” de vínculo privilegiado del Pacífico con el Atlántico y actuemos en consecuencia, seguiremos tragándonos las indigestas mentiras de un mandatario cuyo plan de futuro es machacar lloricona y engañosamente con las desgracias del pasado.

Fuente: paginasiete.bo

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