Dualismos en crisis: los casos de Bolivia y Argentina
EMILIO MARTÍNEZ CARDONA
Diversas circunstancias hicieron que el retorno de los populistas al poder, en Bolivia y Argentina, desembocara en un poder dual, con crecientes tensiones entre los jefes de gobierno y los líderes históricos de los respectivos proyectos.
En el primer caso, la rebelión ciudadana de 2019 contra el reeleccionismo indefinido hizo imposible una nueva candidatura de Evo Morales al año siguiente, llevando a la postulación de su ex ministro de Economía, Luis Arce Catacora, que en campaña ensayó un discurso conciliador.
En el segundo, se vio que el triunfo electoral era imposible sin Cristina Fernández, como dueña del voto duro del peronismo, pero también era improbable con ella como candidata presidencial, debido a sus altos negativos y a su bajo techo de crecimiento electoral. Dilema que fue hábilmente resuelto con el binomio Fernández-Fernández, con un Alberto a la cabeza que aportaba el perfil de relativa moderación.
Ya en el gobierno, ambas administraciones se caracterizaron por una primera etapa que parecía confirmar la primacía del líder histórico, con un presidente que seguía los lineamientos del principal referente partidario. Sin embargo, esto comenzó a cambiar drásticamente en los dos países a partir de noviembre del año pasado, hasta llegar al punto álgido de confrontaciones internas de la actualidad. En Bolivia, aunque ya se habían dado fricciones previas entre Morales y el vicepresidente David Choquehuanca, la pugna empezó a subir de intensidad con las exigencias del exmandatario de mayores cuotas de poder en el gabinete ministerial.
Para esto, procuró exhibir su “poderío social” con una marcha a La Paz, supuestamente en respaldo al Gobierno, tras las movilizaciones gremiales y cívicas que llevaron a la derogación de una ley de vigilancia financiera. Pero esta “marcha sobre Roma” fue neutralizada con una jugada florentina, mediante la excarcelación en la misma jornada de Gabriela Zapata, exnovia de Evo caída en desgracia por graves cargos de tráfico de influencias.
Esto le quitó reflectores mediáticos a la llegada de la marcha, reactivó la memoria pública sobre episodios vergonzosos para el exmandatario y, en definitiva, demostró que la administración de Arce y Choquehuanca cuenta con buenos reflejos políticos.
A lo largo de diciembre, Morales insistió — directamente o por interpósitas personas— en hacer cambios al gabinete, mientras Arce hacía fintas y postergaba el tema. Al final, la pugna se resolvió en enero, primero con una reagrupación de las organizaciones sindicales no ligadas al circuito coca-cocaína, lograda por el Vicepresidente, que menguó el liderazgo social evista; y después con la caída del ex jefe de lucha antidrogas de Morales, Maximiliano Dávila, señalado de narcotráfico por la DEA.
Factores internos y externos mediante, Evo no sólo vio esfumarse la posibilidad de avanzar sobre los ministerios (donde su actual peso es prácticamente nulo), sino que también ha ido quedando cada vez más confinado al Chapare, con cierto temor de ser incluido en los pedidos de captura internacionales activados en los últimos meses.
En Argentina, las cosas parecen más complicadas para el presidente, ya que Cristina no sólo tiene el liderazgo social sino también una implantación importante en el aparato del Estado, sobre todo en las “cajas” estratégicas. Tal vez Alberto Fernández necesite una “noche de los cuchillos largos” en el plano administrativo.