Churchill decía de Lenin que lo peor que le pudo haber pasado a Rusia fue Lenin, pero que su muerte prematura fue lo segundo peor. Lo mismo se puede decir de la Revolución Nacional (RN) de 1952 solo que al revés: lo mejor que le pudo pasar a Bolivia fue la RN, pero en este caso, a diferencia de Lenin, su caída fue lo peor que le pudo pasar.
Hasta mediados del siglo XX la gran riqueza minera del estaño había sido explotada casi exclusivamente en beneficio de los así llamados Barones del Estaño, haciendo a Simón I. Patiño uno de los hombres más ricos del mundo, dejando migajas para el país. La única otra riqueza de magnitud, la tierra, estaba en manos de grandes latifundistas rentistas que aprovechaban la condición de cuasi siervos feudales de la población originaria que trabajaba dichos latifundios. La caricatura de Bolivia como un campamento minero fusionado de un latifundio no era distante de la realidad.
Lo más importante de esa realidad era que hasta ese momento las poblaciones originarias, principalmente quechua y aymara parlantes, que eran la mayoría en el país, estaban sumidas en el oscurantismo de la ignorancia. Según el censo de 1950, el 61% del total de los habitantes sólo hablaba una lengua originaria, igual proporción a la población analfabeta, y del restante 39%, compuesta por hispanoparlantes o bilingües, casi un tercio también lo era.
La RN de 1952 cambió profunda e irrevocablemente esa realidad. Hasta ese momento la población originaria del país no era un actor en el quehacer nacional y sus miembros no gozaban de los derechos de ciudadanos de una así llamada República, por más que la Constitución Política del Estado de ese tiempo supuestamente los consagrara para todos.
El principal logro de las reformas que instauró la RN fue empezar a incorporar a los pueblos originarios a la vida nacional. El rompimiento de la condición de siervos feudales, el empoderamiento político y el acceso a la educación significó el inicio de su modernización y de una movilidad social que cambiaron para siempre al país. Ese fue el resultado de la reforma agraria, el voto universal, la nacionalización de las minas y la reforma educativa. Para poder llevarlas a cabo se tuvo que acabar con el ancien régime que había prevalecido a lo largo de toda la historia de Bolivia desde su fundación, bajo superficialmente diferentes regímenes de toda índole, civil o militar, pero que en el fondo mantenían el statu quo de los estamentos dominantes desde la independencia. Por eso es que la RN es considerada una de sólo tres verdaderas revoluciones en América Latina en el siglo XX, juntamente con la mexicana y la cubana.
A la caída del régimen de la RN le siguieron casi dos décadas de dictaduras, algunas de las cuales fueron entre las peores de toda la historia de Bolivia, lo cual es mucho decir dada nuestra triste historia. Esa época fue caracterizada por golpes militares, gobiernos efímeros, represión y persecución, lo cual dio lugar a inestabilidad política y el consecuente retraso económico. Bolivia se volvió, como muchos otros países de América Latina, en campo de batalla de la guerra fría, dejando heridas que hasta ahora sobreviven. La lucha por lograr un modo de gobierno democrático fue costosa y ahora es nuevamente amenazada por los aprestos autoritarios del MAS. Todo eso se hubiera podido evitar sí, como en México, se institucionalizaba la RN.
La responsabilidad histórica de la caída de la RN descansa en sus principales dirigentes; cuanto más importantes y poderosos, mayor su grado de responsabilidad. Es así que la cuota parte de mayor responsabilidad recae sobre Paz Estenssoro como el jefe del entonces MNR. Su reelección en 1960 dio lugar a la primera división del MNR, mientras que su re re elección en 1964 acabó dividiendo en tres lo que quedaba del partido. Esa división abrió las puertas al golpe militar que sobrevino 12 años después del triunfo de la RN.