PEDRO RIVERO MERCADO Y LA UNIVERSIDAD

A don Pedro Rivero Mercado lo conocí cuando yo era ya una persona mayor, que estaba en plenas funciones diplomáticas en la Cancillería y comenzaba a escribir en El Mundo de Santa Cruz, con el seudónimo de Tacuara y firmaba con mi nombre en algunos diarios de La Paz. Me gustaba visitarlo, cada vez que venía Santa Cruz a ver a mi madre o por razones de trabajo; él siempre podía recibirme con un guarapo o un cafecito. Nuestras charlas siempre fueron amenas, aunque la verdad es que don Pedro, por lo menos así lo noté, prefería escuchar que hablar. Era dueño de una gran discreción, de una gran modestia en la conversación, al mismo tiempo que generoso al extremo en elogios, que, en mi caso, me producían regocijo y vergüenza de tanta bondad.
Por el aprecio que me tenía, aprecio que venía de su afecto por mi padre y mi madre, yo era un invitado permanente a escribir en El Deber, pero las circunstancias no se daban, en primer lugar, porque yo no vivía en Santa Cruz, y porque tenía compromisos con otros periódicos que no los podía soslayar. Sin embargo, escribí muchas notas para El Deber, hasta que me incorporé como columnista pleno, cuando don Pedro ya estaba dejando la dirección del diario, lamentablemente. Imagino que mi relación con él habría sido estupenda, tal como lo es hoy con sus hijos Pedro (Choco) y con Juan Carlos.
Antes, en enero de 2005, don Pedro Rivero, me concedió el honor de dar respuesta a su hermoso discurso de ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua, con su disertación “La literatura picaresca a través de los autores cruceños”. Para mí fue placentero poder responderle en tan importante momento, cuando nos referimos a un tema, como la literatura picaresca, donde él ha sido, tal vez, su más destacado cultor.
Don Pedro fue el gran luchador en la construcción de la segunda época de El Deber, siempre con el apoyo invalorable de la señora Rosita, su amada esposa. Haber sostenido una empresa periodística durante más de medio siglo, en un país donde la prensa no es querida por los gobiernos de turno si no está arrodillada a sus pies, es una hazaña. Haber retomado la senda que trazó don Lucas Saucedo Sevilla, luego de que el diario de la primera época fue asaltado y destrozado en 1959, porque en sus editoriales exigía el pago de las regalías a Santa Cruz y la dotación de servicios públicos básicos, fue una hazaña lindante con la intrepidez.
Pero ahí estaba el hombre. Y estaba la mujer. Ahí estaba el periodista, el poeta, el novelista, el bohemio, que conocía su tierra de arriba abajo y que la amaba. Y estaba la mujer, prudente y trabajadora; el amor de su vida y su sostén permanente. Así fue cómo El Deber se convirtió en lo que es hoy, superando miles de inconvenientes, pero creciendo. De la tapera al edificio de ahora. Del periodismo artesanal y sacrificado inicial, al otro de calidad y de innovaciones, de modernidad plena, salvaguardando siempre la independencia y la credibilidad.
Es por eso que nos regocijamos cuando en la Universidad Franz Tamayo se instaura la cátedra de periodismo que lleva el nombre de don Pedro Rivero Mercado. Porque el periodismo, desde sus primeros narradores públicos, que data de miles de años, ha sido importantísimo en la historia de la humanidad y no perderá su esencia y su valor, aunque los modos de transmitir las noticias se transformen como está sucediendo. Pase lo que pase el criterio humano para comunicar no podrá ser, jamás, reemplazado por robots ni por ingenios mecánicos. La elaboración y el análisis de las noticias, de lo que acontece en el país o en el mundo, siempre va a requerir de un cerebro humano preparado para hacerlo.
¿Y dónde mejor lugar para formar periodistas que en una Universidad? ¿Acaso ya no tenemos excelentes periodistas que han mostrado su capacidad luego de pasar por las aulas universitarias? ¿Qué mejor sitio para abrir un espacio de reflexión y análisis académico donde participen expertos en la materia? La Universidad forma a las juventudes en todo el mundo, y los dislates que se dicen en contra, como ha expresado sin el menor rubor el vicepresidente del Estado y lo repiten algunos otros, en mentideros políticos inauditos, se deben rechazar. Instar a que los jóvenes no acudan a la Universidad a aprender, porque disque la Universidad no es necesaria para la política, ahorra cualquier comentario. No cabe duda de que hay gente que quiere hacernos marchar hacia el neolítico.
No dudamos de la importancia de esta cátedra que lleva el nombre de don Pedro Rivero, porque será un foro en los que se fortalecerán muchos ámbitos del periodismo que nunca deja de evolucionar.