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Familia del obispo José Belisario Santistevan

Datos acerca del ilustre obispo cruceño.

Transcribimos a continuación el capítulo II del libro Monseñor José Belisario Santistevan Seoane, escrito por Plácido Molina Mostajo y continuado por Plácido Molina Barbery y publicado en 1989 por la editorial El País. Aquí se relatan datos clave sobre los familiares del ilustre obispo. Este fragmento corresponde a las páginas 7-14.

CAPITULO II: EL MEDIO FAMILIAR Y EL INFLUJO SOLARIEGO

No es nuestro plan entrar al campo genealógico, propiamente dicho, sino anotar aquellos datos familiares que, directa o indirectamente, pudieron influir en el carácter y la existencia del biografiado. Asimismo, poner de relieve la influencia del ambiente histórico cruceño.

El hogar Santistevan-Seoane

Las tradiciones de una familia, por la influencia que las ideas y costumbres de los padres y abuelos tienen sobre la conducta de sus descendientes, contribuyen a la formación de sus personalidades cuando éstos propenden a imitar ejemplos de corrección, templanza, serenidad y cumplimiento del deber.

En este orden, la niñez y la adolescencia de Mons. Santistevan fueron moldeadas por las cristianas lecciones hogareñas, concurriendo la ventaja de que él fue de aquellos que no oponen obstáculos a quienes quieren hacerlos buenos, disciplinados, estudiosos y de urbanas maneras.

Carácter silencioso, reflexivo y piadoso por inclinación natural, su vocación sacerdotal se reveló temprano, de suerte que a sus padres lo más que les correspondió hacer fue favorecerla, sobre todo con el ejemplo de sus acendradas virtudes cristianas.

Según la partida bautismal, «el 29 de noviembre de 1843, el Prebendado del Coro Catedralicio D. Marcos Cossio, bautizó solemnemente imponiéndole oleo y crisma, a un niño nacido el 18 de agosto de 1842, a quien llamó José Belisario Hortencio, hijo legítimo de D. Carlos Santistevan y de Dña. María Antonia Seoane, natural de esta ciudad, siendo padrinos D. Agustín Saavedra y Dña. Rosalía Aguirre, también naturales de esta ciudad”. (Anexo 1)

Don Carlos Santistevan, nacido en Totora (Cochabamba), hijo de D. Pascual Santistevan y de Dña. Petrona Alba se avecindó y casó en ésta, mostrando dotes de caballero cristiano, severo y recto pero no inflexible, generoso, caritativo, piadoso y muy dedicado a su familia. El texto de su testamento, dictado en plena salud, transparenta al pobre de espíritu de la primera Bienaventuranza de Jesús, vale decir al rico poseedor de bienes que no se adhiere a ellos, antes los maneja con desprendimiento, dijérase elegante, y los distribuye con espíritu benefactor (Anexo 2)

La señora doña María Antonia Seoane, cruceña como dice la partida bautismal de su hijo, fue el tipo de la bíblica «Mujer fuerte», que armoniza el cumplimiento de las obligaciones materiales con la diligente participación en las actividades prácticas del padre de familia. Lejos de lucirse en los salones fue proverbialmente modesta, sobre todo en el vestir, y ejemplarmente piadosa y caritativa.

Nada extraño es, entonces, si uno de los más caracterizados descendientes de la pareja Santistevan-Seoane, refiriéndose al doctor médico Antonio Vicente, hermano de José Belisario, expresara que no sabría decir cuál de los dos fue más fervoroso en la niñez, y aun opinara que aquél mantuvo con «mayor rigor ciertas formalidades, hasta el fin de sus días.

En la familia había tradición de religiosidad, singularmente por influencia heredada del bisabuelo materno del biografiado, el Cn. D. Antonio Benito Seoane de los Santos, ingeniero que vino de España como uno de los delimitadores de la frontera con los dominios portugueses. Designado, después, Administrador de las Misiones de Chiquitos y, sucesivamente, subdelegado Real del Partido de Santa Cruz-San Lorenzo, le tocó asistir a la fermentación de la independencia, habiendo muerto en 1810, poco antes del pronunciamiento cruceño del 24 de septiembre.[1]

Pues bien, el Cnl. Seone de los Santos había hecho traer de la madre Patria, España, la hermosa imagen de Nuestra Señora de la Asunción, que, desde su llegada, en 1808, fue venerada por el vecindario, tanto más si ya el año siguiente se hizo notable porque se descubrió, en su primer velorio (15-VII1-1809), la llamada «conjuración de los mulatos”. Bajo la obscura apariencia de una revuelta de esclavos, fue una tentativa de secundar los movimientos iniciales de la independencia, realizados ese año, 1809, en Chuquisaca y La Paz, el 25 de mayo y el 16 de julio.

Con el descubrimiento del peligroso intento, a cuyos comprobantes oficiales nos hemos referido en nuestro estudio «Historia de la Independencia en Santa Cruz” , publicado en 1926, descubrimiento que se atribuyó a milagro—, creció la veneración por la imagen y se hizo tradicional, siendo ya más que centenaria en la familia Seoane y sus diversas ramas. El futuro sacerdote y obispo abrió los ojos y creció con esa fe, de la que él se constituyó propagandista, haciendo de la fiesta de la «Asunta», patrona de su Oratorio, una de las más celebradas del año eclesiástico, con solemne novenario, misa pontifical y panegírico, siempre a cargo de buenos oradores, que no faltaban por entonces.

Sólo porque en la vida de relación se impone, a veces, recordar a aquellos antecesores y parientes cuya carrera es un noble estímulo, que sugiere a los deudos corresponder al buen nombre que les dejaron, apuntaremos aquí a las personalidades más notables vinculadas por familia a Mons. Santistevan.

Abuelo materno fue el Dr. Antonio Vicente Seoane, cruceño, de los próceres de la independencia, que intervino, como abogado recién recibido en Chuquisaca, en el pronunciamiento del 25 de Mayo de 1809, siendo, luego, enviado a Santa Cruz a propiciar la causa de la Audiencia contra los propósitos de los carlotinos, con cuyo motivo, ya muerto su padre, actuó como uno de los directores del movimiento del 24 de septiembre de 1810. Siguiendo las peripecias de la lucha de los 15 años, fue primer Diputado por Santa Cruz a la Asamblea Deliberante de 1825 que proclamó la República y, después, Prefecto del Departamento, etc.

Otras personalidades ligadas por parentesco en diversos grados con el santo obispo fueron: el Canónigo Dr. José Manuel Seoane, Diputado electo por Santa Cruz, en 1810, para que concurriese a la primera asamblea que debió celebrarse en Buenos Aires; el Mayor General D. José Miguel de Velasco, de los vencedores de Junín y Ayacucho, diputado y prefecto de Santa Cruz, cuatro veces presidente de Bolivia; el Dr. Miguel María de Aguirre, ministro de Hacienda del Mariscal Sucre; el obispo de La Paz y de Santa Cruz Dr. Francisco León de Aguirre y Velasco, quien inició en 1840 la construcción de la actual Catedral; el Dr. Angel María de Aguirre, Presidente de nuestra Corte Superior y Ministro de la Suprema, en Sucre; y otros.

La levadura religiosa de la Raza

Consideramos congruente introducir, aquí, este importante asunto por cuanto llega a la médula de la vocación y de la identificación del santo Obispo con su Pueblo.

Santa Cruz es una ciudad que tiene mucho de española, y una de sus características es la de que, por lo menos en sus gentes sencillas que no han recibido la influencia de la modernización, mantiene muchas prácticas piadosas cantos religiosos antiquísimos que los conquistadores trajeron de la madre patria, y creencias que han perdurado en la memoria de las generaciones. Entre otros documentos, nos certifica de esto una Carta PASTORAL que conocemos del Obispo Dr. D. Agustín Francisco de Otondo, de 1821, en la que, al venir a su diócesis, dice que se sintió edificado por la piedad de sus feligreses,

España que, en la Reconquista —la lucha más larga de la Historia—, salvara a la vez su independencia y su fe católica, habíase aferrado a ésta en tal manera que todo el tricentenario proceso de la conquista y civilización de América lleva el influjo de esa estrecha alianza de lo religioso con lo civil, v sea la unión del Altar y el Trono, en cuya virtud se conformó la más grande monarquía que ha existido en la tierra.

Así lo demuestra la historia de esa serie de acontecimientos, sin paralelo en la historia mundial, que concatenan los actos de Cristóbal Colón con los de la gran reina Isabel La Católica, los compromisos emergentes de la célebre Bula de Alejandro VI, que dividió de Polo a Polo las inmensas conquistas de ese impar período entre las coronas descubridoras y conquistadoras de España y Portugal-, y hasta los centenares de cédulas reales y de instrucciones dictadas para establecer un régimen de gobierno en estos reinos de ultramar.

Todo esto era, pues, consecuencia de ese fondo de religiosidad que formaba la levadura del carácter español. De allí se deducía su respeto a la vida, que conservó la de las tribus sometidas, hasta mezclándose con ellas; el respeto a la propiedad, por el que les asignó muchos y grandes territorios para sus labores, y la tendencia a educar al indio en la misma religión y costumbres de los dominadores, para lo que se establecieron “Misiones” a centenares, en cuyas enormes jurisdicciones no se ejercía otra autoridad que la de los misioneros.

Ahora, que se hace el balance de méritos y tareas de la conquistas del siglo XVI, España sale con saldo a su favor, sobre todas las otras naciones conquistadoras, en cuanto a los procedimientos ejercitados para cimentar su autoridad en las regiones nuevas.

Derivado de esto, y como quiera que Santa Cruz fue una de esas poblaciones establecidas con miras a futuras ampliaciones, hubo acá usos y costumbres, religión e idioma, como elementos básicos que la hicieran un centro, pequeño por el número pero grande por el impulso, llamado a constituírse en el punto de partida de una labor de cultura y de colonización apreciable y digna de encomio en todo caso.

Con tales antecedentes para el arraigo espiritual, nada de extraño es que surgiesen apóstoles del sentimiento religioso que, en las distintas épocas, trataran de conservar esa levadura de verdad y belleza, de bondad y caridad, fuerza del Catolicismo. Mientras se haga un estudio de este aspecto de nuestra idiosincrasia y de nuestra historia, mencionaremos aquí los principales de esos exponentes.

En los principios de la colonización hubo ya un hombre venerable: Cristóbal de Mendoza, nieto de un fundador de Santa Cruz de la Sierra y nacido en ella, que figura entre los apóstoles y mártires de la conquista espiritual en el Paraguay y la Hoya del Plata, y de quien se ha iniciado gestiones para su beatificación.

Al final de los tiempos de España, tenemos a los conversores de Guarayos Presbítero D. José Gregorio Salvatierra y Canónigo D. Joaquín de Velasco.

No podemos resistir al deseo de transcribir, acerca de estos dos apóstoles cruceños, las siguientes partes de las notas al Volumen 30 (263), XVIL, Págs. 590 y 591, del Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos, Santiago de Chile, 1883, del maestro D. Gabriel René Moreno:

”… Del clérigo Salvatierra, como apóstol conversor de los Guarayús, hay páginas gloriosas en este Archivo; tan duraderas y dignas de admiración que nada ceden a las que también hay escritas aquí mismo sobre su impulsor el penitenciario Joaquín de Velasco. Véase 34, 1, II y II con sus notas. Estos dos célebres criollos de Santa Cruz se hicieron amar por los bárbaros. Levantaron algunas resistencias de parte de los blancos, no hay duda, y quizá pecaron contra alguien en el ardor de la lucha por reducir y fundar y defender. No lo sé bien ni tendría tiempo de averiguarlo por entre el acopio de documentos de este Archivo. Entretanto veo que los franciscanos de Propaganda, conversores de los Guarayús después de Salvatierra y de Velasco, y por ende jueces competentes y muy calificados del asunto, han hecho mención honrosísima de los trabajos y de la abnegación heroica de ambos, con examen de las tradiciones indigenales y de los documentos escritos. Puédese ver lo que al respecto refiere desde la página 86 el padre Cardús, en su importantísima obra Las Misiones Franciscanas entre los infieles de Bolivia ( Barcelona, 1886, 4* de 425 págs. y un mapa):

«Es verdaderamente patética y grande la escena aquella, cuando al salir del coro el penitenciario Velasco se encontró a la puerta de la sacristía en Santa Cruz, con un indio mensajero de los Guarayús apóstatas que le decían: «Vení, vení, padre Joaquín, que aquí estamos todos nostros, que volvemos a vos; venite pronto, porque siempre te queremos a vos, y ocho tiempos de secas no hemos podido aguantar sin vos; y no estés bravo con nosotros pues tenemos mucha pena después de ocho tiempos; vení taita Juaquín, no estés bravo ya, y te esperamos en el monte todos juntos para que nos hagas un pueblo con Iglesia, y te queremos ahí a todo gusto y harto y te quedés vos con nosotros”. El canónigo no oyó más. Como enceguecido y enajenado salió a pie y sin avío para Chiquitos ese mismo día, sin que lograran detenerle ni los consejos de la prudencia, ni los ruegos de su respetable familia, que le pedía plazo breve para proporcionarle animales y aperos de viaje. Días después diéronle alcance en San Javier algunos recursos indispensables”.

Después de tan admirable testimonio, fácil resulta evocar, en línea de legítima herencia espiritual, al contemporáneo José Belisario Santistevan.

Referencias

[1] Acerca del Cnl. D. Antonio Seoane de los Santos, cuyo existir transcurrió relacionado con Santa Cruz y su jurisdicción, por lo menos, durante medio siglo, el malogrado historiador Hernando Sanabria Fernández anota que se casó, aquí, con María Patrona Robledo, el 9 de agosto de 1769, y añade:

«Tuvo de su matrimonio cinco hijos: dos hombres y tres mujeres. El mayor de aquéllos, nombrado José Manuel abrazó la carrera del sacerdocio y, andando el tiempo, llegó a arcediano del coro catedralicio. El menor, nacido el 6 de febrero de 1782, recibió en la pila bautismal los nombres de Antonio Vicente. De entre las mujeres, la llamada María Carmela se casó con el oficial argentino Cosme Damián Urtubey; la segunda, María Dolores, fue esposa del hacendado José Antonio Aguirre, y de la última María Teodora, cuya hija María Antonia casó con Carlos de Santistevan y Alba, fue vástago el eminente y virtuoso prelado D. José Belisario Santistevan» («Los Diputados Cruceños a la Asamblea de 1825», Revista de la Universidad Boliviana GABRIEL RENE MORENO, Nº 36).

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